Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Hacia una democracia dictatorial

 

La genética es la genética y, por mucho que la queramos disimular, termina saliendo a la luz y acabamos enseñando la patita a la que se nos olvidó embadurnar de harina para engañar a los cándidos cabritillos.

He titulado este artículo de este modo pero podía haber tomado otras variaciones, mas todas ellas con el denominador común de lo que creo que se entiende bien a las claras. Da igual decir “democracia dictatorial” que “dictadura democrática”, “tiranía democrática” o “democracia tiránica”, cualquier forma de intitular este artículo vendría bien a lo que, a mi parecer, está sucediendo en este país: un menoscabo acelerado de la democracia con la excusa de la crisis y por mor de la mayoría absoluta de la que goza el actual gobierno, que actúa desde ella con unos tics que son más propios de una dictadura o una tiranía que de una auténtica democracia.

         Algo así es lo que está sucediendo con este gobierno de la derecha que nos está tocando sufrir. Sus orígenes están en el franquismo y poco a poco, como el que no quiere la cosa, nos están devolviendo a él de un modo inexorable apoyados en esta mayoría absoluta de la que disfrutan y, que por lo visto, les sirve para gobernar solamente en pro de los intereses de un determinado sector de aquellos que les votaron hace dos años.        

         Y, desde esa mayoría, actúan con total desfachatez, ninguneando un día sí y otro también al parlamento, gobernando por decreto, como si de un Maduro cualquiera se tratase, aprobando leyes fundamentales para el futuro del país en la soledad de su ostentosa mayoría absoluta, sin oír a nadie que no sea de los de su cuerda. Son sus leyes y parecen hacerlas a la medida de ellos.

         Esta primera mitad de la legislatura ha sido un torpedeo continuo a los cimientos de los derechos sociales y laborales que, sobre todo, las capas más necesitadas de la sociedad habían llegado a alcanzar, porque a los otros poco o nada les afectan todas estas cuestiones. Para ellos no es concebible que la sociedad se iguale, les da igual que la igualación sea por arriba que por abajo, para ellos lo imprescindible es la distinción entre unos y otros. Juntos pero no revueltos. Que cada uno sepa el lugar que le corresponde en la sociedad: los listos por un lado, los torpes por otro; los ricos por aquí, los pobres por allá; los guapos lejos de los feos; los negros en África, los blancos a nuestro lado…, que todo se pega, como decía el actor, o lo que sea, Arturo Fernández, adalid de esta derecha prototípica.

Para ello se hace imprescindible que la salud se privatice, que el que tenga medios pueda acceder a una medicina de calidad y el que no, ya se sabe, a la beneficencia. Que sólo el que pueda tenga acceso a los estudios superiores, desde infantes, irlos encaminando a cada uno por el camino que, de acuerdo con sus característica, más le conviene según sus sabios criterios. “Un alumno tiene que darse cuenta que no puede estudiar lo que le guste, sino lo que más interese para su empleabilidad”, decía el todavía hoy ministro de educación. Se convierte a la educación en una fábrica de futuros empleados, o desempleados, más que en la formación de futuros ciudadanos, volviendo de nuevo a primar las llamadas asignaturas fundamentales en detrimento de las formativas, como si la persona sólo tuviese una vertiente en la vida. Muchas matemáticas, mucha lengua y, últimamente el añadido del inglés, para qué sirven las marías como la música, el dibujo o la educación física, la ética o la educación para la ciudadanía, como mucho un poquito de ciencias naturales y una profundización en nuestra historia de España, bien que vista desde su prisma que es el que único y verdadero, y la religión católica, también la única y verdadera, en su sitio.

Una reforma laboral, que al parecer aún no ha concluido, tendente a dejar en el aire a los trabajadores, dependiendo solamente de la voluntad del empresariado, era lo que más convenía para la precarización cada día mayor del empleo, lo cual conlleva una inseguridad tal que termina por convertir a los trabajadores en personas llenas de miedos e incapaces de hacer la más mínima reivindicación de sus derechos.

Han ido acaparando poco a poco el monopolio en todas las instituciones del estado aprovechando su mayoría absoluta en el parlamento. Cuando estaban en la oposición retrasaban, cuando no boicoteaban hasta más allá de lo inimaginable, la renovación de organismos que necesitaban de un consenso previo, hoy se apresuran en poner al frente de todos los organismos a los que piensan como ellos, haciendo gala de un sectarismo absoluto, sin que les produzca el más mínimo rubor esa su forma de actuar. Así, si hay que recurrir algunas de sus decisiones, la última palabra la tendrán ellos mismos.

Si hasta ahora se han dedicado a dinamitar los derechos sociales y laborales, a partir de ahora, según lo que nos anuncian, están dispuestos a hacer tabla rasa con la libertad individual del ciudadano y con los derechos fundamentales de reunión, expresión, manifestación y de huelga. Leyes que nos retrotraerán a la época en la que el Generalísimo todavía era dueño de sus actos, con las que no sería extraño ver de nuevo a los tribunales de justicia convertidos en TOPs y a los que ahora visten de azul cambiando su indumentaria, y sobre todo sus modos, al modo de los que antes vestían de gris; que la blasfemia vuelva a ser considerada delito y que la ley de vagos y maleantes le sea aplicada a todo aquél que no comulgue con lo que ellos, desde su mayoría absolutísima, defienden.

Lo peor es que con nuestros silencios todos contribuimos un poco más a que esta dictadura democrática se termine de implantar, cuando queramos acordarnos ya será demasiado tarde. El miedo se habrá apoderado de la mayoría de los ciudadanos y los que gobiernan nos llevarán al matadero como los borreguitos que somos. Algunos se acercarán al sacrificio con una sonrisa en los labios y con palabras de agradecimiento para los causantes de sus propios males.

Si no ponemos remedio de alguna manera, ¡bonito es el porvenir que nos espera!

 

Teodoro R. Martín de Molina. 1 de diciembre de 2013.

 

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