Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

Fracaso

 

Hace unos días titulé mi último articulo “Otro 11M”, éste de hoy bien podría titularlo también de un modo parecido llamándolo “Otro día de san José”, pues de nuevo los aliados han escogido esa fecha para comenzar una nueva guerra.

            He elegido el que encabeza estos párrafos porque es el sentimiento que he tenido después de ver cómo, en la madrugada del día 19, los medios se hacían eco de las acciones militares emprendidas por los aliados, en esta ocasión con Francia a la cabeza, en contra del régimen del líder libio Gadafi con el fin de acabar con la masacre de éste contra su propio pueblo, que es la versión oficial de la ONU y de todos los países implicados en la llamada “odisea del amanecer”.

            Cuando al inicio de la invasión de Irak, hace ya 8 años –parece mentira cómo corre el tiempo y cómo siguen sin solucionarse los problemas–, escribí un acróstico en el que con aquel “NO A LA GUERRA” quería dejar patente lo evidente de las turbias intenciones de los promotores de aquella invasión y el, para mí, siempre innecesario derramamiento de sangre inocente por muy razonables que puedan sonarnos los motivos a los que invoquen unos u otros cuando hacen uso de la violencia para imponer sus criterios.

            Ni la invasión de Irak, ni la guerra de Afganistán, ni ahora las acciones militares contra Libia me parecen justificadas. Como tampoco me lo parecen las actuaciones de Gadafi y sus mercenarios en contra de sus propios compatriotas, o las muertes habidas en Túnez, Egipto, Yemen, Bahrein o cualquier otro país en los que sus ciudadanos han clamado, o siguen clamando, por su propia dignidad como personas, que no creo que aspiren a mucho más, ni a mucho menos.

            Tampoco me parecen justificadas cualquier otro tipo de acciones violentas en las que se siega la vida de una persona. No tiene justificación alguna el uso de la violencia por parte de determinados grupos terrorista o revolucionarios por muy idealistas que se nos quieran presentar, ni tampoco la tiene la pena de muerte por muy revestida de legalidad que se nos envuelva en aquellos países en los que aún está vigente. Tan injustificada como en estos casos me parece en cualquier otro: desde la muerte violenta de un bebé a manos del sádico de turno, hasta la de un delincuente por parte de la autoridad reconocida, pasando por la que se lleva a cabo en nombre del amor, la religión, el honor, o tantas otras entelequias, que así deben de ser consideradas cuando se utilizan para ir en contra de nuestros semejantes, en ocasiones tan próximos.

            Todo ello no es más que el fracaso del hombre como tal. Es el fracaso de la raza humana en su totalidad. Siempre debe de existir un método distinto al uso de la violencia para llegar a un entendimiento entre aquellos que tengan disparidad de criterios, aunque sean tan profundas que parezca imposible otra solución que no sea el uso de los medios violentos. Es el fracaso de las sociedades en sus distintas modalidades o concreciones. Es el fracaso de los organismos nacionales e internacionales. Es el fracaso de los poderes públicos, de los estados y de sus gobernantes. En definitiva es el fracaso del ser humano como tal.

            Si es el fracaso de todos en general, muy a mi pesar lo es mucho más de aquellos que en ocasiones anteriores se postularon en contra de estos métodos y que hoy se amparan en el paraguas de la manipulada ONU con sus decisiones de última hora ad hoc con los intereses de determinados países, de aquellos que criticaron una determinada foto y hoy por nada del mundo quisieran quedarse fuera de esta otra, o de los que fueron animadores de alianzas de las que hoy parecen olvidarse.

            Estamos llamados al entendimiento y a la concordia, y nada más alejado de todo ello que ese afán de, a las primeras de cambio, echar mano de la violencia para solventar los problemas que en las sociedades en las que vivimos se plantean a cada momento. Sería necesario agotar todas las posibilidades previamente, y después de agotadas, habría que buscar o inventar unas nuevas vías que lleven a la negociación y tras ella al establecimiento de la justicia social como fin último. Y si los que están al mando de estas sociedades no son capaces de dar con el elemento que haga posible el vivir en paz dentro de este mundo en el que lo que parece imperar es la ley del más fuerte, deben de hacerse a un lado para dar pasos a otros en los que el sentido de la no violencia, de la armonía, del entendimiento, de la concordia, del acuerdo y  de la paz, prevalezcan sobre el más mínimo indicio o asomo de intolerancia por parte de cualquier individuo, grupo o sociedad.

            En esta cultura de la imposición en la que todos estamos inmersos, es probable que todo esto resulte pura utopía, pero existen ejemplos a lo largo de la historia de personajes que hicieron de la no violencia su santo y seña que nos deben de servir como referencia frente a los que lo primero de lo que echan mano para tratar de convencer al otro es de la amenaza y la intimidación.

            Yo no sé cuál será la solución, pero la violencia seguro que no lo es.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 21 de marzo de 2011

 
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