Esta es la presentación que hace Pedro
A. Galera Andreu, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Jaén,
en el catálogo-libro sobre la exposición
"Molinos de sueños y realidades en El Quijote" y los textos poéticos escritos para la ocasión, de Salvador Martín de Molina, mi hermano. La exposición, patrocinada por la Universidad de Jaén, se inaugurará el próximo día 7 de abril a las 20 horas en la Sala de Exposiciones del Edificio Zabaleta y estará expuesta del 7 al 29 de abril de 2005. “Me imagino el Quijote como un trozo de mi propia vida...” Difícilmente se podría encontrar un frontispicio para una Muestra acerca de tan universal tema tan emotivo como éste, elegido por Salvador Martín de Molina, para expresarse poéticamente en la doble dimensión de la palabra y el dibujo. Sin duda, porque como ya dijo Ortega y Gasset, no existe otro libro como el Quijote con mayor poder de alusión simbólica al sentido de la vida. La vida que vivimos; la vida que soñamos. Dos mundos separados por un muro enrejado, oscuro de este lado, luminoso del otro... Así comienza su andadura el artista por los senderos de la evocación quijotesca, sin más bagaje que el pensamiento en su soledad interior, sin otros instrumentos que la pluma y el pincel, las armas con las que descubrir ínsulas y arreglar imaginativamente este desorden que es la existencia. Ser el Quijote o hacerse el Quijote no deja de ser una cierta imagen con la que ha querido identificarse a lo más noble e ideal de un tipo abstracto de español, caballeroso, justiciero y soñador, protagonista de empresas imposibles; estereotipo del que se ha abusado maliciosamente en momentos de aislamiento político internacional para exaltar injustificables peculiaridades diferenciales. No nos ha favorecido esta visión, ni colectiva ni individualmente, pero sobre todo no ha hecho justicia al personaje de Cervantes, hijo de una de las mayores reflexiones que se han hecho acerca del papel del individuo como sujeto en las complejas relaciones de la sociedad moderna. Sus locuras, imagen invertida de la cordura inviable, sedujeron ya desde la primera edición a los conciudadanos de don Miguel y lo ha seguido haciendo en las generaciones posteriores, proclamando así su universalidad clásica. Aquí tenemos una “muestra”, la mirada de Salvador, que es la de acercar su propio trabajo artístico a la aventura quijotesca, no en términos de pretenciosa emulación, sino de sincera confesión de una frustrada vocación, quizá por cobardía o miedo a asumir la labor creativa como única y principal forma de vida. Una emocionada meditación sobre el riesgo que supone ese salto a desasirse de lo estable convencional, no por ello tampoco injusto, consciente del necesario contrapeso equilibrador de los ideales puros... Quijote y Sancho, Sancho y Quijote. ¿Cómo es este Alonso Quijano? Austero; pura silueta; rostro alucinado. Reflexivo o en acción, el Quijote que nos presenta Salvador ha bebido en todas las fuentes gráficas de los ilustradores modernos, desde el romanticismo negro de Doré a las no menos románticas estampas de Lancelot, figura consumida por el fuego interior de lo ideal, tal y como de manera convencional se quiere expresar en nuestro mundo occidental, graso y material, la esencia de lo espiritual. De este modo el caballero de la “triste figura” no puede ser más que pura línea vertical, unido y confundido con su lanza hacia el cielo, pero siempre motivado por la subjetiva visión del guión poético del artista:
El silencio viene de lejos
Y no tiene horizontes... ---000--- Irremediablemente solo Como una hoja A punto de dejar Las temblorosas ramas del olvido ---000--- En el alfiz del mundo No cabe acomodo ---000--- Investido de azul Y malva Se lanza en busca de Los días... Figura excesiva en su idealidad, necesitaba de su opuesto complementario, el bajo, redondo y llano escudero, cuyos ojos no se levantan del suelo, todo horizontal, si se prefiere incluso, con la mirada siempre hacia abajo, hacia la tierra de la que hijo y siervo, por contraposición al cielo de su señor; pero en su ensimismamiento telúrico, Sancho es incapaz de reconocer la alargada sombra de su amo que el proyecta, del mismo modo que él a su vez despierta en el Caballero el más humano sentimiento de ternura, cuando volteado como un pelele acude a socorrerlo. Esa ternura, cuya ausencia tanto anhela el propio artista. He aquí una brillante imagen con la que Salvador ha sabido sintetizar la tensión d e los opuestos:
En la ficción de vivir
Dichoso si alcanzas a ser Quijote y Sancho Mozo y amo a la vez... Ese justo término, que para el autor, consiste en “huir de lo real más que buscar un ideal...” Y así cabalgan como un todo inseparable esas dos manchas que se funden en el amplio horizonte de la meseta castellana, en un paisaje que no es sino otra combinación de luces colores y sombras, abstractas concreciones de los propios sentimientos de gozo y temor. Del frío azul de la mañana al encendido rojo del ocaso; del blanco luminoso al oscuro tono nocturno, los colores animan y dan forma a ese inmenso escenario de la aventura quijotesca, trasunto de nuestro viaje por la vida.
Manchar de óleo el lienzo o
OEl telar Y completar el espacio con el Vacío. Llenar de silencio el aire Suspendido Con un sola nota que Haga vibrar.
Este rosa que se escapa
Por los confines del cielo Pronto será de almagre: Púrpura de nazareno. Patios de ventas, tinajas y muros encalados, son los escenarios reales de la ilusión y el desengaño de la célebre pareja con sus tornasoladas luces del alba a la noche, éstas, ya he apuntado, más simbólicas en su libre uso. Pero hay otro motivo, que más que espacio se convierte en un tótem, no menos simbólico, para el artista: El molino. Aislado o agrupado, puede ser la sombría mancha de una memoria difusa o inexistente: Todo es vago e impreciso Ni un renglón inquietante En el molino de los Encuentros... O la feliz aparición en las suaves lomas de la llanura, términos de referencia a los que aferrarse en la desorientación del viaje: De repente os descubro, Ahora, precisamente Que no os había buscado... Como álamos alargados, Tan largos como una noche De espera En las venas de un infarto. Gigantes que luchan contra el viento, sólo en una ocasión Quijano es representado junto a ellos, el resto sólo los volúmenes anclados en el paisaje como poderosas metáforas de nuestro continuo girar y triturar. En sus aspas vencidas anómalamente por la fuerza eólica coloca el poeta sus sueños de libertad y el pintor los más encendidos tonos de color, como si allí se dieran cita los cuatro elementos de la naturaleza: Tierra, aire, agua y fuego. Pero al final, detrás del torbellino de se incesante girar de “los sueños y de las realidades” que son los molino, tras el goce de la penuria de la aventura, a la vuelta del viaje sólo queda la reconciliación con lo que uno es. Es el momento de mirar hacia adentro y con estoica actitud esperar la muerte, que pese a su horrendo aspecto, guadaña en mano, se identifica con el sujeto que la espera... para descansar en paz. Pedro A. Galera Andreu |