Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

¿Eso es bueno o es malo?

 

Es ésta una pregunta que aún recordamos, con no pocas risas, en casa. Una de aquellas inocentes preguntas que algunos de nuestros hijos nos hacían cuando todavía no habían alcanzado el nivel de raciocinio suficiente como para ser capaces de decidir por sí mismos lo que el maniqueísmo imperante en  nuestra sociedad y en nuestra cultura – a pesar de su desaparición como tal religión a principios de la edad media–, nos lleva a tener que distinguir entre el bien y el mal. Eran preguntas de niños que te obligaban a tenerles que hacer comprender que casi nada en la vida es bueno o malo per se, sino que todo depende de una multitud de factores que en no pocas ocasiones, escapan a nuestras limitadas capacidades para discernir sobre la cuestión, y que todas y cada una de las posturas poseen aspectos dignos de ser tenidos en cuenta, así como que la mayoría de las veces estas diatribas en las que nos hacen movernos son tan relativas que siempre podemos llegar a la conclusión de que lo absoluto en el mundo terrenal es prácticamente imposible que exista.

            Después, con el paso del tiempo, uno mismo se ha planteado en no pocas ocasiones la misma cuestión cuando ante los discursos de unos y otros te quedabas con la duda de si la razón, más que la verdad, estaba del lado del que defendía una determinada postura o de aquel otro que defendía la contraria. Así, cuando en los balbuceos de esta época democrática se bebía uno todos aquellos debates parlamentarios en los que las fuerzas de izquierda, centro y derecha defendían sus postulados, te pasabas un buen rato separando el trigo de la paja para ser capaz de encontrar las falacias o las verdades en los discursos de, por ejemplo, Fraga o Carrillo. Ambos presentaban una visión de la realidad completamente distinta pero en los que por momentos creías ver reflejados tus pensamientos en uno de ellos.

            Era esa una época en la que los medios aún no se habían decantado tan sectariamente por una u otra postura, si acaso habían decidido no favorecer, en general pues sus excepciones las había, a las posturas llamadas extremas, hoy en unos casos desaparecidas y en otros engullidas por los vecinos de al lado. Eran tiempos en los que la ilusión todavía predominaba sobre la ambición y en los que la fe de los políticos en la defensa de sus planteamientos transmitían credibilidad al ciudadano de a pie que se sentía parte fundamental en el engranaje de todo aquel proyecto que nos sacaría del subdesarrollo y nos llevaría por los caminos de la libertad a un paraíso terrenal en el que pocos años antes casi era impensable imaginar.

            De aquella ilusionante etapa hemos ido pasando por diferentes momentos en los que los planteamientos de los políticos y de los medios afines se han ido deslizando por sendas paralelas en las que unos y otros se han decantado por le defensa de posicionamientos cada vez más encontrados y radicales, llegando a la situación actual en el que la discrepancia más absolutas, paradójicamente, se dan cuando los planteamientos que defienden unos y otros a duras penas somos capaces de distinguirlos aquellos que no nos dedicamos profesionalmente a esto de la acción política o de la opinión sobre la misma.

            Por ello de nuevo, como cuando mis hijos eran pequeños, ahora yo me tengo que volver a plantear la distinción entre lo bueno y lo malo de lo que unos y otros me plantean. Ya no sé muy bien si es buena o mala la reforma laboral y no sé  a qué carta quedarme cuando aquellos que la propugnaban ahora, una vez aprobada, se manifiestan en contra de la misma; no sé si será buena o mala la reforma del sistema de pensiones y no sé qué pensar cuando aquellos que la defendía con uñas y dientes ahora, cuando parece que va a ser sometida a su aprobación, se andan con dudas existenciales que le impiden coincidir con el gobierno en su planteamiento; no sé tampoco si es bueno o malo el prolongamiento del estado de alarma, cuando los que en un principio lo apoyaban ahora se abstienen y dicen sí pero no, pretendiendo un equilibrio imposible entre lo que les dicta el corazón y la cabeza; tampoco sé si es bueno o malo que los sindicatos amenacen con una nueva huelga general, porque no sé muy bien si la anterior sirvió para algo, ni a quienes defienden o a quienes atacan con ella, a quienes benefician o a quienes perjudican. Nunca sabremos, o quizás algún día sí, si son buenos o malos los etéreos mercados que obligan a las economías más necesitadas a ir por este lado o el otro, o si son buenos o malos los gobiernos que siguen a pie juntillas sus dictados o las oposiciones que se frotan las manos cuando todo empeora y que nunca aportan una solución y siempre tiene dispuesta la crítica y el afán por desprestigiar interna y externamente a los gobiernos de turno.

            Y así podríamos seguir señalando paradojas y planteamientos de la política cotidiana que sin embargo, por lo que deduzco de lo que veo, escucho y leo, no a todos les parecen situaciones tan paradójicas, sino que muchos son “lectores de un solo libro” y siguen machacando en una misma dirección llueva o ventee. Lo que importan son los votos y hay que ir a por ellos, sea como sea, ¡qué importa! Da igual que se piense de una u otra manera, que al país le interese una cosa u otra, lo importante es alcanzar el poder y para muchos la máxima de Maquiavelo es artículo de fe:  “El fin justifica los medios”.

            ¡Qué poco importa en estos momentos discernir entre la bondad o maldad de los planteamientos!

           

Teodoro R. Martín de Molina. 20 de diciembre de 2010

 
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