Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Escepticismo inevitable

 

En estos días en los que se han  cumplido dos años del movimiento 15M, noto mi ánimo un tanto escéptico respecto a las posibles respuestas de nuestra sociedad ante la crisis, o las crisis, que nos consumen, al parecer, de modo implacable. No veo atisbo alguno de que los movimientos sociales, por mucho que pueda aparentemente darse a entender, lleguen a algo más que una serie de manifestaciones con las que no es mucho el personal que se encuentra comprometido.

Mucho llenar las redes sociales de mensajes en una determinada dirección, pero después, a la hora de la verdad, son los mismos de siempre los que se baten el cobre en las manifestaciones, en las concentraciones, en las huelgas, o en aquel lugar en el que tu integridad física o tus dineros, corren algún peligro.

Si tenemos en cuenta el eco que dichas expresiones sociales tienen en el seno del gobierno, ese escepticismo se acrecienta. La recogida de firmas para la ILP sobre los desahucios hemos comprobado todos cómo, después de aceptar su tramitación a regañadientes el partido en el gobierno, al final ha quedado en algo que nada tiene que ver con la propuesta popular, quiero decir del pueblo soberano. La reciente huelga general en la educación ha tenido el gran triunfo de retrasar en una semana la aprobación en Consejo de Ministros de la nueva reforma educativa. Las repetidas huelgas de la sanidad pública madrileña, es seguro que tendrá como final feliz la privatización de todo lo que pueda ser privatizado.

 Mucho me temo que la conciencia social de la ciudadanía está muy lejos de lo que a muchos nos gustaría. Se ha entrado en el tobogán del fatalismo y todo, o casi todo, lo que sucede se ve como inevitable y, en no pocas ocasiones, como un mal menor.

A este tobogán nos está llevando los mensajes que día a día nos envía el gobierno sobre la situación y la salida de la misma. La mayoría de sus actuaciones van encaminadas a ir preparando al personal para aceptar todo lo que venga desde el espíritu conformista que invita a la inacción y a la aceptación de todo lo que sucede a nuestro alrededor como lo único posible.

De este modo se está imbuyendo en el cuerpo social del país la sensación de que todo está bien, pues cualquier cosa es mejor que nada. Así le ocurre al trabajador que se ve obligado a darse de alta como autónomo con el fin de que una empresa lo contrate como tal, a modo de freelancer, que en nada compromete a la empresa que lo contrata. Igualmente actúa la persona a la que, estando en el paro, se le ofrece un trabajo por unos días o, incluso, por unas horas, dado de alta o no en la Seguridad Social. También a algunos promotores o pequeños empresarios que aceptan encargos muy por debajo de su valor porque, algo es algo y menos da una piedra…

Hoy, que las cosas están mucho peor en todos los sentidos que hace dos años, sería impensable un 15M como el que se produjo en 2011. Una acampada como la de aquel año en la Puerta del Sol y en la mayoría de las plazas de las ciudades más importantes de España, hoy no duraría más de unos pocos días o unas pocas horas por dos motivos fundamentales: el desánimo del personal y el modus actuandis de este gobierno. Las fuerzas del orden y, sobre todo, quienes las mandan, están más preocupados de homenajear a los de la División Azul o tachar de fascistas o proetarras a los que participan en concentraciones que no son de su agrado, que en  proteger los derechos individuales y más elementales que recoge nuestra constitución, buenas muestras nos han dado a lo largo de estos últimos meses.

La confluencia de la actuación de este gobierno y todos estos aspectos que percibo en el ambiente social, es lo que me lleva a pensar que esta sociedad necesitaría de un electro shock de algún tipo que la hiciera revolverse en favor de una salida razonable de estas crisis en las que otros nos han metido y en las que los paganos somos todos menos ellos.

Nada me gustaría más que cambiar el titular, pero mucho me temo que lo uno lleva a lo otro, o esto es lo que hay”, otra recurrente frase del momento.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 17 de mayo de 2013.

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