Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

EL QUE ESCRIBE

Una vez concluido todo el complejo proceso que conlleva la publicación de un libro, retomo mi afición por los artículo de opinión y éste es el primero de unos cuantos que tengo reservados para recuperar, en lo posible, el tiempo que en estos últimos meses no he dedicado a ello. Y no hay nada como comenzar con uno referido a tus propias reflexiones sobre ti y tu trabajo.
La verdad es que después de relajarme y salir del torbellino fatuo de los momentos de efímera gloria, pongo los pies en el suelo, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que, de nuevo, se encuentra el autor solo consigo mismo y con sus quehaceres varios.
Es ejemplo de las muchas frases que podría escribir con el ánimo de reflejar el estado del ídem en el que queda uno después de lo que se podía creer que sería un desarrollo normal tras el nacimiento de un trabajo al que has dedicado muchos ratos en los últimos cinco años, pero... una cosa es lo que se piensa, se espera, ... y otra muy distinta la realidad.
“El que espera desespera”. Como todos los proverbios sólo encierra la verdad. ¿Y por qué espera uno?, generalmente porque sueles ser de los que te das y, generalmente también, esperas igual respuesta a la que tú sueles dar. Nunca aprenderemos del todo. Mas la vida, el tiempo, las situaciones, poco a poco harán que jamás esperes nada porque nada se debe de esperar.
Tengo que aprender mucho, y lo primero y principal es que hagas lo que hagas debe ser con la única expectativa de saber que has hecho lo que tenías que hacer, sin más ni más. Los enfados y las alegrías, sobre todo los primeros, deben ser con uno mismo, pues tú y sólo tú eres el responsable de lo que te sucede por mucho que te empeñes en ver la indiferencia de los otros, el sólo mirar hacia lo propio, el no valorar más que lo que proviene de aquél que puede reportarnos algún tipo de beneficio, favor, agasajo, halago, o reconocimiento. Es probable que tú caigas en lo mismo que criticas en los demás, que sobrevalores lo que haces, que también te creas único, y que del mismo modo sólo busques el reconocimiento, el halago, el agasajo, el favor y algún beneficio, del tipo que sea.
«Tiempo al tiempo, que el tiempo todo lo cura»
, me digo a mí mismo.
He cubierto una etapa de mi corta vida de escritor en la que tenía puestas grandes ilusiones. Y, aunque éstas, siguen casi intactas, me doy cuenta de lo difícil que es transmitirlas a los demás, hacer que los otros se ilusionen con lo que tú te ilusionas. En este nuestro mundo actual, todos estamos demasiados preocupados por lo propio como para tener que también interesarnos con lo de los demás. Es por ello por lo que con estas líneas quiero expresar mi enorme gratitud a mi familia, amigos, compañeros, instituciones y medios de comunicación (entre estos todas las webs amigas) que han participado conmigo de este proyecto ilusionante que supone el nacimiento de una nueva criatura literaria: “El Caballero de la Triste Figura”. Yo, que soy el que la he engendrado, sólo tengo expresiones de gratitud para todos aquellos que la han acogido como si fuesen (en cierta medida también lo son), los responsables de su alumbramiento.
De lo mucho bueno que me ha sucedido durante estas últimas semanas quiero resaltar, amén del entrañable acto de la presentación y su espontánea y desinteresada organización por parte de la Concejalía de Cultura y Juventud del Ayuntamiento de Alfacar, dos hechos para mí altamente gratificantes. Por un lado han sido muchos los que con el libro en las manos me han comentado que aunque nunca se habían atrevido con el Quijote, en esta ocasión lo iban a intentar; es, en cierta medida, mi pequeña contribución a la difusión de la obra de Cervantes, que no es poco para un autor novel como es mi caso; el otro hecho al que me quiero referir ocurrió hace pocos días en una de las aulas de mi antiguo colegio, el Marín Ocete de Alfacar. Acudí a la clase de 3º de Primaria para llevarle un par de ejemplares que me había encargado su tutora, Rosario. Dio la casualidad de que ese mismo día una de las alumnas había llevado a clase el libro, que ya lo habían adquirido en su casa, para enseñárselo a su maestra y a sus compañeros. No he podido disfrutar más en estos días que al ver la cara de Mari Gracia, así se llama la chiquilla, cuando la profesora le desveló que yo era el autor del libro que ella había llevado esa mañana, la límpida e inocente mirada de la niña, así como las de la mayoría de los alumnos de la clase, irradiaban sorpresa, entusiasmo, satisfacción, incredulidad... Se lo dediqué, y creo que de las muchas dedicatorias que he firmado, ninguna podrá igualar el deseo que con mis improvisadas palabras traté de transmitir a la temblorosa propietaria del libro. Sólo esto ya merece la pena.
Aunque resulte contradictorio el desarrollo de este escrito -como uno mismo-, es lo que quería decir y, por lo tanto, es lo que he dicho. Quizás en otro momento me encuentre más lúcido y pueda expresar de mejor modo y manera lo que en realidad quiero comunicar.

Teodoro R. Martín de Molina.    Diciembre-2005.