Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"El Proceso"

Son más de seis los meses transcurridos desde que el comunicado de ETA anunciando el alto el fuego indefinido (como de si una guerra se tratase) hizo abrigar esperanzas en muchos de nosotros de que el fin de la violencia terrorista estaba más cerca. Y ya han pasado muchos más meses desde que el parlamento aprobase la moción en la que se autorizaba al gobierno a mantener contactos y negociaciones con la banda terrorista si ésta manifestaba una voluntad inequívoca de abandonar las armas.
Todos los sucesos actuales dan la impresión de que nos encontramos como al comienzo del llamado proceso: el gobierno manifestando su optimismo en que llegue a buen fin, la oposición del PP rasgándose las vestiduras porque el gobierno, dicen ellos, no cesa de hacer concesiones a la banda y al mundo abertzale, estos últimos diciendo las mismas cosas en cada uno de sus comunicados y ruedas de prensa, los medios de comunicación, dependiendo de su color, dando eslóganes y emitiendo opiniones que intoxican o desintoxican según quién, cuándo, cómo, dónde y por qué o para qué, etc, etc, etc…
Al gobierno lo han cogido en medio y lo mismo le atizan desde el mundo proetarra que desde los ámbitos de la derecha. Unos diciendo que no hace nada para que el proceso avance, sino al contrario; los otros repitiendo todos los días delante de todas las alcachofas y cámaras que se les pongan por delante que el gobierno, el fiscal general y determinados jueces, actúan al dictado de la banda terrorista y que es ésta la que marca la agenda y las pautas al gobierno, por lo que desde su punto de vista estamos asistiendo a la claudicación del estado de derecho. El hecho de que unos y otros piensen que el gobierno lo está haciendo mal me tranquiliza y me hace pensar que va por el buen camino.
De lo que reclaman los violentos no podríamos afirmar ni negar nada, puesto que de nada se nos ha informado y los ciudadanos de a pie no tenemos contacto con las esferas gubernamentales ni terroristas. De lo que denuncia la derecha y su entorno, por mucho que prestemos oídos a las noticias de todos los días, que analicemos las leyes que se aprueban en el congreso, que miremos y remiremos en las decisiones del Consejo de Ministros, en los pronunciamientos de jueces y fiscales (la mayoría de los cuales parecen bastante alejados de las tesis gubernamentales), en las declaraciones de todos los miembros del ejecutivo… no nos acabamos de enterar en qué está el gobierno cediendo a las demandas de los Otegui y compañía; claro está que la perspectiva de unos no es la de otros: lo que para mí está dentro de la legalidad, para ti es una flagrante conculcación de las leyes.
Y es ahí, en mi opinión, donde está el quid de la cuestión: la LEY, sí con letras mayúsculas. No puede existir ningún proceso que lleve a la paz si el camino por el que se transita no está dentro de las leyes que, de mejor o peor ganas, no hemos dado, por medio de nuestros representantes, todos los españoles. A la paz se llega siempre a través de la justicia y no existen posibles atajos. Y la justicia ni es la venganza ni lo que yo entiendo como tal, sino que la justicia, además de una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde, es el ordenamiento jurídico en el que nos basamos para el discurrir diario de nuestra convivencia, y que está establecido y no podemos modificarlo o acomodarlo a nuestro antojo o a lo que en cada momento creamos que es más conveniente.
Por ello yo me encuentro satisfecho con lo hecho hasta ahora por el gobierno, pues no deduzco de sus actuaciones (al menos las conocidas), ni de sus manifestaciones, repetidas hasta la saciedad, que se haya vulnerado la ley ni se pretendan vulnerar a lo largo de todo el proceso. Pero, claro está, no todos son de mi parecer y mucho menos aquellos que una vez acabado el recurrente tema de la desmembración de España como primera bandera electoral (pronto lo volverán a retomar, sin ningún rubor), un poco apaciguado el asunto de la inmigración,  retoman su bandera preferida, que no es otra que la del terrorismo y, por ende, el proceso de paz, con el único propósito de desgastar al gobierno, importándole bien poco si el fin pretendido por el ejecutivo es bueno para toda la sociedad.
Aquí bien vendría aquel dicho popular que decía: “Entre todos lo mataron y él solito se murió”, pues da la impresión de que el mundo abertzale vasco y sus más acérrimos detractores se unen en el deseo de que el proceso se vaya al garete, ya que parece que lo que es bueno para todos no lo es para algunos. Los unos no dan un paso adelante en la condena de la violencia y el acatamiento de la legalidad vigente, los otros en vez de echar una mano, colocan todos los palitos y piedras a la rueda del proceso procurando su descarrilamiento; en medio nos encontramos aquellos cándidos que atónitos asistimos a las representaciones de cada una de las partes y que, a pesar de seguir confiando en la buena voluntad del gobierno, cada día somos más pesimistas respecto al arribo del barco al puerto del final de la violencia. Deseo fervientemente que este pesimismo sea algo pasajero, pero... ¡quién lo sabe!

Teodoro R. Martín de Molina. Noviembre, 2006


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