Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"El Legado"

Llegó a la Casa Blanca con un tufo a “puchero” que tiraba de espaldas, pero llegó. Algo le deberá a su hermano Jeff, el gobernador de la Florida, aquel que creía que España era una república.
Accedió con el dudoso honor de haber sido el gobernador de un estado americano con más ejecuciones a sus espaldas. Jamás tuvo a bien conceder el perdón para ninguno de los condenados a muerte en Texas.
Era el hijo de papá Bush. El heredero de las políticas de los inolvidables Nixon y Reagan.
Tuvo la mala suerte (o la buena, según se mire) de que en su primer mandato los terroristas de Al-Qaeda cometieran los atentados más execrables de la historia.
Todos los que vimos la película documental de Michael Moore sobre el 11-S tuvimos la oportunidad de contemplar la cara de pánfilo que nos mostraba el presidente ante unos niños de jardín de infancia una vez se hubo enterado de los ataques a las Twin Towers.
Esa misma cara, o una muy parecida, se la hemos visto a lo largo de estos últimos años siempre que ha aparecido arengando a sus tropas, a sus conciudadanos o a sus “compinches”.
Su partido, el republicano, acaba de perder las elecciones legislativas en EEUU…, pero a él aún le quedan dos años de mandato.
Da la impresión que con esta derrota sus postulados se están suavizando en algo, pero aquí nos deja su legado. Desde ahora, como desde siempre, imploramos para que no nos lo enriquezca más en estos dos años que le quedan al frente del gobierno (o desgobierno) del mundo.
Tras los atentados del 11S prometió acabar con el terrorismo y hacer de éste un mundo más seguro, y a fe que no ha conseguido ninguno de sus propósitos o intenciones.
Implicó a todos en la búsqueda de Bin Laden (su antiguo protegido, no lo olvidemos) por las tierras afganas. Acabó con el régimen de los talibanes. Puso un gobierno títere al frente del país. Consiguió el apoyo de la ONU y de la OTAN, y allá que se fueron soldados de todo el mundo en busca de un mejor salario y rezando cada uno en su lengua para que su última hora no le llegara en aquellas latitudes. Casi a ochenta de los nuestros les llegó, aun sin quererlo. ¿Cuántos más habrán sido y serán los inocentes que han perdido o perderán sus vidas por aquellos lares en pro de la defensa de no se sabe muy bien qué? Cada día que pasa, la situación en el país del opio y de la heroína es más inestable y más insegura para todos los que lo habitan de forma permanente o transitoria.
En su país no se han vuelto a producir más ataques terroristas, pero el resto del mundo está plagado de fechas en las que los nombres de cientos, de miles, de inocentes hacen que para cada uno de sus allegados jamás pasen desapercibidas, aunque a nivel global sólo se recuerden las más señaladas. Pocos son los que se acuerdan ya de los muertos de Estambul, de Casablanca, de Amman, de Riad, de Bali, de India, de Pakistán, sólo mantenemos en la memoria los de New York, Madrid o Londres.
La seguridad prevalece en todo momento sobre la libertad y el derecho, en pos de aquella se cercena todo lo susceptible de ser cercenado sin la más mínima preocupación, bien al contrario satisfacción, de los dueños de esta aldea.
Episodios como los de Abu Ghraib, Guantánamo, las cárceles secretas, los vuelos con o sin autorización para fines bastardos, etc, son puntas de icerbergs que nos dan una somera idea de lo que debe esconderse bajo las heladas y profundas aguas de los servicios secretos americanos.
La guerra contra Irak, contra el dictador Sadam, fue, es y será el sumum de la desvergüenza de toda una civilización que se autodenomina civilizada. ¿Cuántos cientos de miles de muertos habrá que anotar en la hoja de servicios del Comandante en Jefe de las tropas americanas? ¿Es hoy más seguro Irak y el mundo como nos habían prometido? ¿Se ha solucionado el problema del Oriente Medio? ¿Cuántos son los palestinos y libaneses muertos por el derecho a defenderse de los israelíes? ¿No se iba a solucionar el conflicto una vez se acabara con Irak? ¿O era con la muerte de Arafat? ¿O habrá que esperar al ahorcamiento de Sadam? ¿Cuántas más de todas sus promesas habrán de demostrarnos el devenir de los hechos que sólo eran puras falacias? ¿Cuántos más muertos habrá de haber para que se les caiga a algunos el velo de los ojos?...
Y el goteo de sangre inocente continúa un día tras otro, y el mundo asiste impávido al terror de los poderosos que dicen defendernos del terror de los malvados.
Tampoco acertaron con lo del precio del petróleo, desde aquellos días a hoy su valor se ha llegado a triplicar. Claro está que eso, pienso yo, es lo que estaba perfectamente planificado, pues los beneficios, como sucede con la mayor parte de los productos de cualquier tipo, recaen fundamentalmente en quienes lo comercializan y no en los productores, y es evidente que aquellos están en la órbita, cuando no emparentados, con los amos del planeta.
Esperemos que en los dos años de mandato que le restan no le dé por librarnos de Irán y de Corea del Norte, o de Siria y de Cuba, o de cualquier otro país que esté gobernado por algún tirano al estilo de otros tantos que hay y ha habido en este mundo y que pasaron y pasan desapercibidos para los bienhechores americanos porque estaba claro, y está, que bailan al son que ellos les tocan y, en ocasiones, comenzaron su baile auspiciados y animados por ellos mismos.
¿Quién puede desear la herencia que dejará el presidente de los EEUU? Quizá la quieran algunos que gustan de ese tipo de libertades que él defiende, mas seguro que los ciudadanos de cualquiera de esos países “beneficiados” no la querrán ni en pinturas, y yo, la parte que me corresponda, se la regalo a aquel que lo desee.

Teodoro R. Martín de Molina. Noviembre, 2006


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