Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

 

Las hojas del calendario

van cayendo día a día,

mes a mes, año tras año.

 El tiempo

 

Llevo un tiempo queriendo matar el tiempo escribiendo algo sobre el tiempo. Su fugacidad, su importancia, el uso que hacemos de él, los sentimientos de felicidad o de culpa que ello conlleva…, son aspectos que, de una manera u otra, están rondando por mi cabeza desde hace tiempo.

         A pesar del gran valor que se le atribuye –el tiempo es oro- no es algo que podamos guardar en un frasco como los perfumes o en una caja fuerte como las joyas, por fortuna le pasa lo mismo que a los productos perecederos: hay que consumirlo, hay que gastarlo, pues una vez que se pase no existe forma humana de recuperarlo.

         Como casi todo en la vida, el tiempo es relativo, mas lo que resulta incuestionable es el hecho de que pasa de modo inexorable. Y a qué velocidades, podríamos añadir, cuando alcanzamos ciertas edades. Lo que antes era un año, ahora es un rato, y lo que antes meses, ahora suspiros, y los suspiros, como decía el poeta, aire. Lo que antes te parecía un siglo ahora son cuatro días.

         Mientras permaneces en activo siempre andas pendiente del reloj, del calendario, del porvenir. Ahora, una vez alcanzada la edad de la jubilación, todo se relativiza mucho más: no acabas de comerte los turrones, siempre pocos por lo del exceso de calorías, cuando ya estamos de procesiones, en la playa y, de nuevo, cantando villancicos.

         Dejamos de ser, en cierta medida, los esclavos del tiempo que fuimos. Somos capaces de afrontar lo que tenga que venir de un modo más sosegado y dándonos cuenta de lo vano que resultan los intentos por ganar tiempo al tiempo: todo sucede como tiene que suceder y son escasos nuestros recursos para cambiar el devenir temporal.

Aquella esclavitud del tiempo no te dejaba disfrutar a tope del poco o mucho del que dispusieras, porque no se tenía tiempo para ello. Hoy bien sabemos que, cuando se quiere, siempre hay tiempo para todo, basta con desearlo y ponerle el empeño necesario, y como sabemos por ley natural que cada vez nos queda menos, nos empeñamos en disfrutar de él dentro de nuestras posibilidades y de compartirlo con los que están a nuestro lado tratando de que ellos también lo saboreen. Quizás sean frágiles momentos, pero que se gozan como nunca.

         Ocurre que en ocasiones no sabemos aprovechar el tiempo, y sabemos que si hay algo por lo que nos pedirán cuentas es por el tiempo perdido –nos decía mi madre de pequeños-, ¡y lo perdemos tantas veces! Aunque a veces recurramos con Proust a la búsqueda de ese tiempo perdido, bien sabemos que ese tiempo es pasado e irrecuperable, y no por ello diremos que fue mejor, ni peor, seguramente distinto. Tampoco es cuestión de que andemos con el flagelo en la mano constantemente, pensemos que el mejor es el que vivimos y el que nos queda por vivir. Bien haremos en no andar con elucubraciones sobre si nos falta o nos sobra tiempo, todo es cuestión de organizarnos aquel del que dispongamos, de modo que le saquemos el mayor provecho posible acorde con nuestras posibilidades.

         Incluso para escribir estas divagaciones de hoy se precisa de tiempo. No sé muy bien si me servirá para algo o simplemente será, como decía al principio, una más de las muchas formas que tenemos de matar el tiempo, algo que aún no está considerado delito. Pero tampoco nos vamos a preocupar mucho por el asunto, démosle tiempo al tiempo, que es el juez implacable que pone a cada uno en su sitio y que quita y da razones, el que nos deja su huella indeleble puesto que no pasa en balde, el médico más excelente que lo cura todo y al que cuando nos venga mal le pondremos buena cara.

Cada cosa a su tiempo.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 11 de marzo de 2014.

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