Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

Economía

 

Alguno puede pensar que esto de escribir unos párrafos para dar una versión personal de aconteceres más o menos trascendentes puede ser algo sencillo, como se suele decir, algo así como echar a freír un huevo. Pero no, qué equivocados están los que así piensan. Para hilvanar toda esta serie de incoherencias, a veces, amén de echar mano del no muy abundante bagaje cultural y del tampoco excesivo sentido común que se le supone al común de los mortales, hace falta investigar un buen rato y bucear por Google o Wikipedia para encontrar las fuentes y los argumentos en los que se basan nuestras pretendidas originales opiniones. También están las ocasiones en las que la idea te sobreviene y no has de andar investigando mucho.

            Y eso es lo que me ha pasado hoy cuando me he puesto delante del ordenador para hablar de economía. No os asustéis, no es de la economía de la que nos hablan un día sí y otro también los gurús de la ídem, titulados o sin titulación alguna, yo voy a escribir sobre otro tipo de economía.

            La idea me ha surgido mientras me daba mi paseo diario, bueno, casi diario, por el parque que hay al lado de mi vivienda. Este parque es de las pocas cosas buenas que el urbanismo del ayuntamiento granadino ha dejado cerca del piso al que ya hace casi 25 años nos vinimos a vivir. En aquellos entonces, cuando nos asomábamos a las ventanas que dan al suroeste, la vega de Granada se nos perdía en la lejanía salpicada por modestas alquerías, secaderos de tabaco o vaquerías en las que sus moradores y trabajadores se afanaban en producir los mejores productos hortofrutícolas o derivados de la ganadería que los granadinos saboreaban con fruición. Si mirábamos a través de las ventanas de la zona opuesta, el noreste, eran Sierra Nevada, la Alhambra , el Sacromonte, el Albayzín y todo el casco de la ciudad antigua aquello que podíamos observar para nuestro recreo y solaz.

            De todas las zonas ajardinadas, de equipamientos sociales, edificios de no más de tres alturas, etc, etc, etc, que nos prometían, es el parque lo único que se ha mantenido, que no sé si tiene algo que ver con lo proyectado en un principio. Comenzó la Caja de Granada con el famoso cubo de su sede principal – el arquitecto incluso ganó un premio por su trabajo. Buen trabajo debe de ser, pero nosotros nos quedamos de un trazo sin catedral, sin Albayzín y sin Alhambra. Muchas zonas de la vega fueron ocupadas por grandes superficies comerciales, polígonos industriales y demás signos del progreso moderno mientras que nos separaron del resto de vega con una ronda de circunvalación que aligera el tráfico o lo entorpece, depende de la hora, y cuyo escudo vegetal para evitar el ruido que produce se quedó en papeles, los equipamientos se transformaron en altos edificios de oficinas coronados por restaurantes giratorios y panorámicos y las tres alturas previstas en las edificaciones de nueva planta, por mor de la economía, seguramente, se convirtieron en seis alturas con lo que las vistas de la Sierra sólo están al alcance de aquellos contorsionistas que son capaces de girar el cuerpo al tiempo que la mitad del mismo la expone al vacío.

            Seguro que todos los cambios sufridos por el proyecto original han sido por el bien de la economía de la ciudad y de sus alrededores, seguro, si no, no es comprensible que los munícipes hayan convertido esta zona antes casi aislada y cuasi campestre en un núcleo poblacional bastante importante en el que, como digo, el parquecito es el único pulmón que nos recuerda en algo lo que fue anteriormente todo la zona. Pero tampoco quiero referirme a esa economía tan propia de los ayuntamientos en los últimos tiempos.

            La mayoría de las personas que nos damos cita en el parque lo hacemos con el ánimo dispuesto a recuperar un poco de la figura que en algún momento tuvimos y otros a mejorarla dentro de sus posibilidades. Cerca de mi vivienda existe un centro de fitness en el que si te apuntas te cuesta una pasta gansa hacer todos los días tu horita de ejercicios en las distintas máquinas que ponen a tu disposición. En el parque también existe una variedad de dichas máquinas en las que por 0 € también puedes practicar. Las hay de todo tipo: las que ayudan al mantener el sistema cardio vascular, las que favorecen un mejor funcionamiento de las articulaciones, las que ayudan al fortalecimiento de la masa muscular, las que evitan el engrosamiento de la capa grasa abdominal, otras de efectos tonificantes e incluso aquellas que te masajean las distintas partes de la columna vertebral para evitar pinzamientos y otros problemas que puedan sobrevenir en cualquier momento. Por allí al comienzo o al final del paseo solemos pasar muchos para preparar o relajar el cuerpo antes o después del paseo. El uso de tales aparatos supone un ahorro para la economía de todos los ciudadanos que hacemos uso de lo público y no debemos recurrir a lo privado rascándonos el bolsillo.

            Todo este espacio público que sirve para el bienestar del ciudadano que mira por su economía doméstica y no puede, o no quiere, pagarse un mantenimiento privado de su estado de forma, se ve en muchas ocasiones alterado por la presencia de los vándalos de siempre que hacen un mal uso de las instalaciones publicas. No sólo mal uso, muchas veces es hacer daño por hacer daño. No es extraño que algunas mañanas una de las máquinas no funcione por esas causas, pero lo verdaderamente sangrante es cuando compruebas que el arbolito que estaba comenzando a proyectar su sombra sobre el banco donde los menos capacitados buscan su merecido descanso, hoy está partido por mitad de su aún joven tronco, o cuando estando el árbol es al banco al que le falta el respaldo, el asiento o está arrancado de su lugar, en otras ocasiones no te puedes sentar porque han derramado sobre él Dios sabe qué, o han dejado basuras de todo tipo en su alrededor o en cima del mismo. Todo ello también conlleva un perjuicio para la economía de los municipios y en definitiva de los ciudadanos que somos los que con nuestros impuestos hacemos que se construyan los parques, se coloquen las máquinas y, también por desgracia, se reparen los desperfectos ocasionados por aquellos que en su vocabulario no tiene cabida la palabra civismo.

            Volviendo al origen de estas líneas el paseo de esta mañana por el parque–, hoy he podido comprobar la economía llevada a su máxima expresión en la práctica deportiva o de mantenimiento físico. Un joven, supongo que después de una larga carrera –¡Cómo envidio a esos jóvenes, y no tan jóvenes, que me adelantan o se cruzan conmigo cada vez en menos tiempo mientras yo trato de no perder el ritmillo que me haga parecer que estoy haciendo algo!–, no precisó de las susodichas máquinas, públicas o privadas, ni de nada por el estilo, para relajarse. En una de las farolas del parque encontró el punto de apoyo necesario para hacer todo tipo de flexiones, estiramientos y demás ejercicios que ayudan al cuerpo a volver al estado de relax tras el esfuerzo físico.

            Éste sí que es económico en todos los sentidos.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 5 de julio de 2011

 

 
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