Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

Discursos

 

Cada uno de nosotros con algo de criterio, supongo, que debemos, o deberíamos, de poseer nuestro propio discurso. No obstante, en el diario devenir constato, con no poca perplejidad, cómo son muchos los que no lo tienen y copian el de otros a los que creen a pie juntillas y en los que tienen fe ciega. No sé qué sería de ellos, si por un tiempo, no tiene que ser muy largo, los medios de comunicación se limitaran a informar sin emitir opinión alguna o juicio de valor más o menos explícito.

            Me decía un amigo concejal de izquierdas que tiene un cuñado que está empeñado en tratar de hacerle creer un día sí y otro también que él no es de derechas. Claro, me comentaba, que cuando va a ver a su hermana, en la tele siempre está puesta la emisora del toro y sobre la mesa el periódico que se lee en su casa, que no es otro que el de la misma empresa editora. Está bien que se sea de lo que uno quiera, pero que se empeñen en aparentar lo contrario es algo que a ese amigo mío, como a mí me pasaría y me pasa, lo pone de los nervios.

            No tiene uno mucho tiempo para salir y relacionarse con gente de toda clase, además en la mayoría de las ocasiones lo hacemos con amigos que más o menos tienen una forma de pensar parecida a la nuestra, pero en el trabajo siempre existe esa posibilidad y esas contradicciones, a las que se refería mi amigo el concejal, también las ve uno palpables en el momento en el que por motivo, traído o no a cuento, se suscita debate o controversia sobre cualquier tema de actualidad o asunto de mayor o menor enjundia.

            Así, no es raro encontrarte al que, palabra por palabra, defiende los postulados de Jiménez Losantos, Carlos Dávila, Pío Moa o Sánchez Dragó, para a renglón seguido y a modo de muletilla repetir aquello de “… y que conste que yo no soy de derechas, más bien de izquierdas, pero lo que no puede ser no puede ser…” También están los ateos, agnósticos y anticlericales que en el momento de decidir sobre temas que conllevan la prevalencia de la laicidad sobre la confesionalidad en la escuela pública se decantan por los símbolos y costumbres religiosas por mor de planteamientos culturales, de tradición, de ¿libertad?, etc, etc.

            Y así te encuentras en algunos momentos en la tesitura de si mantener o no mantener combates dialécticos con muchos de los que están a tu lado porque puedes encontrarte inerme ante personas que confiesan haber sido luchadores por las libertades y con carnet de partidos de izquierdas, que al mismo tiempo defienden la figura de Franco como un socialdemócrata que, aunque fastidió durante muchos años a muchos españoles, implantó la Seguridad Social e inauguró muchos pantanos, como si ambos aspectos pudiesen colocarse en los platillos de una balanza consiguiendo que el fiel permanezca en el centro.

            Por eso, y en cierto modo relacionado con el inicio de este escrito, en el discurso que el Sr. Rajoy pronunció en el balcón de Génova la noche del 22 de mayo me pareció pillarlo en un renuncio imperdonable. Comenzó el discurso al más puro estilo Arenas, repitiendo en infinidad de ocasiones un “quiero, quiero, quiero”, que parecía no iba a terminar nunca; cuando pudo continuar se deshizo en agradecimientos, tantos que parecía que iba a mostrar su gratitud individualmente a cada uno de los ocho millones y medio de votantes del PP. Y después de tantos y tantos agradecimientos se olvidó, a mi modesto entender, de aquellos con los que debería sentirse más agradecido: los medios de comunicación que durante siete años consecutivos y sin un minuto de descanso le han estado haciendo la campaña electoral para las municipales, las autonómicas y las generales habidas y por haber.

            Y es ahí, en el discurso permanente y machacón de las radios, televisiones y prensa adictas a la derecha, de donde surgen los discursos que a mí, como a mi amigo el concejal, nos desconciertan y nos dejan pasmados, aunque no nos engañan por mucho que lo pretendan. Estamos seguros de que después, independientemente de cómo se confiesen en público, en privado, y a la hora de votar, son los que engrosan el granero de votos de esta derecha española en la que todos tienen cabida.

            ¿A qué tanta pantomima?, me pregunto yo.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 17 de junio de 2011

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