Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

Diferentes

 

He tenido oportunidad de leer detenidamente la entrevista de Francisco a una revista jesuita. En ella, además de constatar la capacidad intelectual del papa y los aspectos más llamativos acerca de su opinión sobre temas tan controvertidos como la homosexualidad, el aborto, el celibato, etc, y que, por otro lado, han sido los más resaltados por los medios de comunicación, me ha llamado la atención una frase en la que expresa su visión sobre el ecumenismo y la unión de las iglesias cristianas: “Tenemos que caminar unidos en las diferencias”.

Me voy a permitir sacar un poco de contexto la frase, pero creo que me viene bien para utilizarla como preámbulo al tema sobre el que hoy quiero reflexionar, que no es otro que el trato que en este primer mundo, por otra parte mayoritariamente cristiano, se le está dando a los que no son o no piensan como nosotros, a los diferentes, y las consecuencias que ello nos puede acarrear en el corto y medio plazo.

No nos tenemos que ir a las declaraciones de los líderes políticos, que las hay para todos los gustos desde las de un concejal catalán hasta la de un ministro francés de apellido catalán, por cierto, ni a las tertulias o panfletos de los formadores de opinión, que abundan por doquier, basta con que prestemos un poco de oído a las conversaciones entre ciudadanos como nosotros: compañeros de trabajo, en el supermercado o entre personas que accidentalmente comparten un medio de transporte o un espacio público…, la semilla que aquellos van sembrando, poco a poco va enraizando en los corazones y en las mentes de muchos de nosotros.

La animadversión, cuando no el rechazo frontal o el odio, con el diferente se aprecian fácilmente en las expresiones que usamos y que tanto distan de la solidaridad de la que, en plan farisaico, solemos hacer gala.

Parece que nos molesta que los que no son como nosotros puedan disfrutar de los mismos derechos, nos molesta que vayan al médico, que reciban asistencia sanitaria, que puedan apuntarse al paro, que cobren el seguro de desempleo que se habrán ganado con su trabajo, que reciban asistencia social, que practiquen deporte en las instalaciones municipales…, otra cosa es si el diferente pertenece a la elite, entonces todo nos importa un poco menos. Los señalamos constantemente y hablamos de ellos como si fuesen los culpables de todo lo malo que nos pasa a nosotros. Si hay que pagar por las medicinas es porque ellos la despilfarran, si hay listas de espera y colas en los hospitales es porque ellos lo colapsan todo, si no hay trabajo es porque están ellos, si hay inseguridad son los máximos culpables...

Es evidente que todos somos distintos, y por fortuna añadiría yo. No sé entonces por qué tenemos que resaltar continuamente en sentido negativo a todo aquel que es diferente a nosotros. Pareciera ser que los delitos cuando los cometen uno de los nuestros fuesen menos delitos, mientras que, por el contrario, cuando los cometen uno que es diferente se agigantan hasta límites insospechados.

Las personas no delinquen porque sean de tal o cual nacionalidad, raza o religión, sino porque existen motivos y circunstancias que les llevan a cometer el delito, independientemente de sus rasgos, sus ideas o sus creencias. Pero a nosotros, los libres de culpa, nos gusta señalarlos, como el gitano, el gay, el musulmán, el rumano, el negro, el árabe, el sudamericano, el moro, el panchito, el moreno etc, etc, que mató, robó, violó, secuestró, amenazó… al pobre español, francés o alemán, dependiendo del lugar en que nos encontremos.

Es algo tan elemental que suena a perogrullada decirlo: no por ser diferentes las personas son mejores ni peores, simplemente son eso, diferentes, y así deberíamos de verlos todos y librarnos de tantos prejuicios como nos meten en la cabeza esos que nos cuentan y no paran de que han visto y oído decir o hacer a un diferente esta o aquella maldad, pero que, mire usted por donde, parece que eso mismo nunca lo han visto hacer o decir al que consideramos, aunque se lo merezca mucho menos que aquellos, uno de los nuestros.

Se legisla específicamente con el fin de perjudicarlos como lo hizo la Italia de Berlusconi respecto a los ilegales y a los que les prestaran ayuda, refrendado palmaria y escandalosamente en los sucesos de hace unos días en Lampedusa; el actual gobierno español negando la asistencia sanitaria a los sin papeles; la Rusia de Putin legislando en contra del colectivo homosexual y favoreciendo acciones homófobas o xenófobas como la detención de miles de inmigrantes porque alguien achacó a uno de ellos la muerte de un ruso; la Francia, ayer de derechas y hoy socialista, con leyes en contra de los gitanos rumanos, por poner algunos de los ejemplos más recientes.

Todo ello está siendo el caldo de cultivo de un populismo demagógico y el alza de las ideologías más ultras que abogan por actuaciones próximas a los planteamientos de los nazis con sus actitudes xenófobas y racistas, y que en muchos países de forma clara y evidente, casos de  Grecia, Noruega, Austria, Holanda, Reino Unido o Francia, están alcanzando un alto respaldo en las urnas, y, en ocasiones, cotas de poder o condicionando la formación de gobiernos en una determinada dirección, en otros lugares, esas mismas fuerzas reaccionarias se hallan agazapadas detrás de siglas que tan sólo sirven para blanquearlas.

Esperemos que nunca tengamos que revivir el famoso poema de Martin Niemöller, “Cuando los nazis vinieron por los comunistas”.

Para evitar que algo parecido a eso suceda, yo, con el papa, humildemente, creo que todo iría mucho mejor si fuésemos capaces de caminar unidos en las diferencias y con los diferentes.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 15 de octubre de 2013.

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