Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

De nuevo la educación

 

En mayo de 2004, a poco de tomar posesión el primer gobierno Zapatero, ya escribí un artículo titulado “Pacto por la Educación” que publiqué en la Gaceta y en el que abogaba por la necesidad del mismo en aras a dotar de una estabilidad imprescindible al sistema educativo, lo cual redundaría en el beneficio de toda la sociedad en general y de los alumnos, profesores y familias en particular que sabrían cómo vamos a educar y cómo vamos a ser educados. Hoy, casi seis años después, me congratulo de que el gobierno y la oposición estén dando los primeros pasos en ese sentido, por ello retomo el tema para dejar algunas reflexiones sobre el mismo desde mi experiencia y no muy abundantes conocimientos.

Hace unos días recibí el reconocimiento de mi 12º trienio como funcionario del cuerpo de Maestros; junto a los años que estuve trabajando en la privada y los períodos de interinidad que se perdieron por el camino, son más de 40 los años que llevo en esto de la educación y casi 55 los que he pasado en la escuela, si tenemos en cuenta que con tres o cuatro años mis padres me enviaron a la de mi primer maestro. Cero que puedo hablar de lo que recibí y de lo que he impartido a lo largo de todos estos años; también de la escuela nacional, unitaria de niños o niñas, la escuela mixta, de la EGB,  la ESO, y, como se empeñen algunos en alargar la edad de jubilación, puede que de nuevo me tenga que adaptar a otra nomenclatura legislativa referente a los estudios que recibirán las futuras generaciones. En este largo período, como es fácil de imaginar, he visto de todo y siempre he recibido y he intentado transmitir lo mejor de mis maestros y lo mejor de mi mismo, mas siempre, por suerte o por desgracia, de acuerdo con la época que me fue tocando vivir, como alumno y como maestro. A veces, en no muchas ocasiones, me sentí pionero y copartícipe de actividades pedagógicas que conllevaban un análisis y estudio del tipo de educación que necesitarían en el futuro nuestros alumnos, quizás fueran los momentos más gratificantes.

Con motivo de la puesta en escena del intento de pacto sobre educación entre los dos grandes partidos, he tenido la oportunidad de leer y escuchar a mucho columnista y tertuliano que parecen echar algo de menos respecto a la escuela en la que ellos estudiaron, poniendo en valor, como estereotipadamente se dice hoy en día, la cultura del esfuerzo, la disciplina y la autoridad, como bases para fundamentar una buena educación, pero, como casi siempre, sin hacer mención a la carencias miles de las que "disfrutaba" la generalidad del ciudadano. La verdad es que oyéndolos o leyéndolos me quedo perplejo. Siendo tales principios buenos en sí y deseables al máximo, ¿cómo podemos comparar aquella época con ésta?

Todo lo referente a la educación no se puede basar en una comparativa con la vista puesta en el retrovisor, más bien al contrario todo lo que tenga que ver con la educación tiene que basarse en la prospectiva del futuro. No se puede pretender educar hoy en día como lo hacíamos hace veinte, cuarenta, sesenta o cien años, tenemos que planificar el cómo educar hoy y dentro de diez o veinte años, para entonces volverse a plantear nuevos retos acordes con las nuevas épocas, ahí estará el éxito de un sistema educativo, aquel que se adelante a lo por venir. Si algo debemos hacer con el pasado es aprender de él. Aprender de él para evitar los errores cometidos y preservar lo que pudo ser positivo. Lo que de verdad ayudó a los pocos privilegiados que tuvieron acceso a una educación de mayor o menor calidad gracias, fundamentalmente, al ambiente en el que crecieron.

La escuela de mi infancia, el bachiller o la carrera de mi juventud ¿con cuántos de mis amigos y vecinos las compartí? Si me pongo a pensar no todos íbamos a la escuela nacional, qué pocos éramos los que después de pasar por ella seguíamos estudiando bachiller y cómo se reducía el número a la hora de estudiar una carrera de grado medio, no digamos nada sobre las carreras universitarias. Entonces no se conocía eso tan cacareado hoy en día del fracaso escolar. Hoy nos ponemos las manos en la cabeza porque fracasa el 30% del 100% de la población en edad escolar (de 0-3 a 16-18 años). Comparativamente, sin ninguna base estadística en la que apoyarnos sólo a ojo de buen cubero, en aquella época ¿en qué porcentaje podríamos cifrar el fracaso?

La escuela nacional a la que mis coetáneos, la mayoría de esos contertulios y columnistas, y yo asistimos nada tiene de parecido con los colegios de infantil y primaria actuales, en ningún sentido. ¿Es posible que alguien en su sano juicio pueda pensar que aquella es la escuela, o la educación, que deseamos para nuestros hijos o nietos? Cualquier comparación que queramos hacer no resiste el más mínimo análisis crítico: ni los contenidos, ni las metodologías, ni los objetivos, ni los valores, ni los materiales, ni los resultados…, nada de nada. Y con ello no pretendo hacer comparaciones valorativas, que se podrían hacer, sino señalar simplemente que aquella escuela perteneció a una época que nada tiene que ver con la actual.

Lo mismo ocurre con los demás estudios. El bachiller que algunos estudiamos o la carrera que muy pocos acabamos, ¿puede alguien desearlos para sus allegados en la época actual? No creo que alguien pueda echar de menos hacer el bachillerato examinándote en junio, y casi siempre también en septiembre, como alumno libre en un instituto a casi cien kilómetros de tu casa, o ir a Málaga, en mi caso, a examinarte, por supuesto como alumno libre, de más de 15 asignaturas en tres días, y a veces hasta aprobábamos.

Es evidente que las posibilidades y facilidades de los alumnos de hoy son infinitamente superiores a las de los de otras épocas, pero sus capacidades andarán muy parejas. Hoy parecen más despiertos en unas cosas pero menos en otras y viceversa. En mi dilatada vida como maestro siempre me he encontrado en mis clases con porcentajes muy parecidos de alumnos brillantes y de alumnos con graves problemas; en el centro se encontraban, y se encuentran, la mayoría, que son alumnos de los que damos en decir normales, que necesitan trabajar todos los días para sacar su asignatura adelante y con los que todos los días nos tenemos que pelear, al tiempo que animar, para que el negocio funcione medianamente bien. Por otro lado, hay que tener en cuenta que hoy la educación es obligatoria hasta los 16-18 años, lo cual hace que nos encontremos en nuestras aulas a aquellos que viven ambientes estimuladores y otros que lo hacen en un entorno que invita a cualquier cosa menos a dedicarse al estudio. Estos intereses, a veces contrapuestos, de los alumnos y de sus familias, son los que deben conocer perfectamente los docentes y los equipos educativos de los centros escolares para, desde ese conocimiento, actuar de modo que la educación que todos reciban les sea beneficiosa de acuerdo con sus capacidades, posibilidades e intereses. Para ello las leyes en las que nos basemos deben de ser claras y clarificadoras, así como disponer del necesario período de implantación y asentamiento para valorar sus distintos aspectos desde una perspectiva temporal suficiente.

Afortunadamente, a mi entender y desde lo que conozco y vivo en el día a día, parece que todos, desde la administración a los alumnos, empezamos a preocuparnos por asuntos que son los que de verdad pueden incidir en una mejora de la calidad de la educación y en la reducción del índice de fracaso escolar. Los PDC (Programas de Diversificación Curricular), los PCPI (Programas de Cualificación Profesional Inicial) atendiendo a las capacidades, la actitud y los intereses de los alumnos del segundo ciclo de la ESO, los desdobles y agrupamientos flexibles con la consiguiente disminución de la ratio y una mayor atención individualizada y homogeneizada a los alumnos en las materias básicas, la atención a los alumnos con necesidades educativas específicas, los incrementos en las dotaciones de materiales y de las partidas para gastos de funcionamiento y mantenimiento de los centros, la incorporación de las nuevas tecnologías, la implantación de un segundo idioma desde la Educación Infantil, la puesta real en funcionamiento de los departamentos de Orientación, etc, todas éstas son medidas que están comenzando a desarrollarse en los centros pero que deben de ser continuadas, incentivadas y favorecidas por las administraciones. Dado que la educación obligatoria es un derecho universal y gratuito, el gasto en educación es algo que debe de tomarse en serio cualquier gobierno que esté en el poder sea del signo que sea, y todo lo anterior, y lo que se queda en el tintero, sólo es posible desde un esfuerzo presupuestario en educación.

La atracción que últimamente los módulos profesionales están despertando en los alumnos que acaban la ESO es otro aspecto que no se debe de obviar sino, al contrario, potenciar teniendo en cuenta que es una forma palpable de ver la dignificación de la formación profesional tan denostada en otros tiempos, algo a lo que no deberíamos llegar otra vez. La orientación a los alumnos, de acuerdo con sus posibilidades e intereses, en la continuación de unos u otros estudios es otro aspecto fundamental en una mejora de la calidad de la enseñanza y por ende en una disminución del fracaso escolar. En líneas generales, hoy en día, el alumno que acaba su escolaridad obligatoria tiene muy claro, bien per se, bien por que se le ha orientado convenientemente, por donde continuar sus estudios o su vida laboral.

No sé qué pacto pretenden alcanzar los partidos mayoritarios, pero si no se basa en planteamientos de tipo didáctico-pedagógicos, organizativos y de funcionamiento, y pretenden hacerlo desde presupuestos políticos o ideológicos, el pacto no se conseguirá, ya que cada uno pretenderá imponer sus tesis sobre tal o cual asunto que quizás afecte a la política pero no a la educación, a la formación de los alumnos como personas que son. Creo que los asuntos políticos deberían mantenerse al margen de este pretendido pacto y centrarse en los aspectos referentes a la educación y nada más. Como se empeñen en detalles que dejen bien a las claras los planteamientos ideológicos de cada uno, el consenso será casi imposible. Tampoco se debe pretender hacer tabla rasa de todo lo existente, no son pocos los aspectos positivos del actual modelo educativo que con algunos retoques en el sentido antes señalado, pueden servir de punto de partida para su propia mejora. El principio de universalidad debe tenerse presente a la hora de afrontar el fenómeno social diverso que es una clase cualquiera en sí, y que, junto al tratamiento educativo que deben recibir los alumnos, como grupo y como individuos, deben de ser los ejes sobre los que se vertebre todo acuerdo tendente a mejorar nuestro sistema educativo.

Esperemos, aunque sólo sea por esta vez, que los políticos den paso en estos momentos a los técnicos en la materia, a los que conocen del tema desde las perspectivas empírica y teórica, los que tienen las ideas claras y los que saben cómo ponerlas en práctica, de modo que lo que surja de estos acuerdos, si se llegaran a ellos, redunde de una vez por todas en el beneficio educativo de las futuras generaciones.

Por desear que no quede.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 21 de enero de 2010

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