Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

DEL REY ABAJO…

 

 

Decía el título de la obra de Rojas Zorrilla que del rey abajo ninguno, yo ya empiezo a dudar si no estará en el ajo hasta el mismísimo rey y por eso el título de este artículo podría ser algo así como del rey abajo casi todos, por seguir respetando en algo la figura del monarca.

Mi confianza en la justicia es mínima y es por ello que tengo dudas más que razonables de que ninguno de los episodios nacionales, que nada tienen que ver con los de Galdós, sino con las corruptelas varias que asolan este nuestro país de… (iba a decir una palabra malsonante), lleguen a buen puerto, es decir a que sean juzgados y que reciban la sentencia justa y acorde con el delito que hayan cometido los presuntos corruptos Urdangarín y asociados, Matas, Camps, del Nido, Muñoz, Blanco y su primo, tantos y tantos alcaldes y concejales y el desvergonzado director general de empleo acusado por la Junta e implicado hasta las cejas en el asunto de los ERES.

Es curioso como muchos de estos interfectos, y presuntos sinvergüenzas echan mano de sus subordinados para cualquier cosa que les venga bien. Lo mismo los colocan de testaferros, que los usan de pantallas para esquivar el mandoble que les pudiera caer, que se los llevan de juerga, los mandan  a conseguir unas papelinas de lo que dicen que se esnifa, o les piden unos cientos de euros prestados para pagar unos pantalones porque en ese momento no llevan suelto y no suelen usar tarjeta, siempre pagan en metálico, o sea en negro, si es que alguna vez pagan. En otras ocasiones también los hubo más osados que tiraron de tarjeta oficial para sus pagos en puticlubs de todo tipo, comilonas y otras exquisiteces a costa del dinero público, del tuyo y del mío, del de todos los que pagamos religiosamente nuestros impuestos.

Porque lo peor de todos estos asuntos no es que unas cuantas personas con una desfachatez de grado superlativo se llevan el dinero calentito sin dar un palo al agua, no, lo peor es que ese dinero sale del erario público, del mismo que tienen que salir las pensiones, los gastos en educación, en sanidad, en infraestructuras, en investigación, etcétera, etcétera, y que ahora tanto miran en restringirlos cuando en otras ocasiones tan alegremente se los daban al yerno del rey, al arquitecto amigo, al primo del ministro o al mismo ministro, al abogado amiguete para que lo reparta conmigo, o a mis familiares y amigos para que disfruten de un prejubilación anticipada sin que en su puñetera vida hayan hecho el mínimo mérito ni para cobrar el seguro de desempleo.

Y decía que tengo poca confianza en la justicia porque ejemplos tenemos de sobra a lo largo de estos últimos años en los que hemos visto y comprobado cuando asuntos turbios en los que estaban implicados altas personalidades que, aunque no lo sean como tales se tienen, han sido sobreseídos por falta de pruebas, o por errores procedimentales o de instrucción, o simplemente porque los han dejado dormir en los cajones el sueño de los justos hasta el momento preciso en el que prescribieron y aunque para todos, a efectos morales, podían considerarse culpables, a efectos judiciales, políticos y de la interesada opinión publicada resultan ser inocentes como bebés recién nacidos.

Aquí, en este país de… (otra vez me iba a salir la escatológica palabra) los únicos que pagan, que son llevados ante la justicia y condenados son los raterillos de tres al cuarto que se pudren en la cárcel como el pobre hombre éste ─el preso más antiguo de España, sin haber cometido delito de sangre─ que todavía está en la cárcel de Albolote a pesar de haber sido indultado por el gobierno; el otro al que también indultó el gobierno, el banquero del Santander, ése ni pisó la cárcel. Si alguno llega a ser condenado tengan en cuenta que ha de ser de muy bajo escalafón o socialista, porque los otros, amigo mío, los otros tienen derecho ad hoc, y siempre ocurre un sucedido tal que los hace parecer inocentes aunque, como digo antes, bien a las claras está su culpabilidad. Ya lo vimos en los casos Naseiro, del túnel de Soller y otros varios en los que los implicados eran los políticos de la derecha y, vaya casualidad, siempre ubicados en el mismo territorio, Valencia y Baleares. Parecen estos dos lugares, granero de voto de las derechas, los más idóneos para que los tejemanejes de sus dirigentes políticos con los personajes de las más altas alcurnias y de la más baja estofa se den la mano para enriquecerse unos y otros a costa del pueblo llano.

 Aunque en realidad, y a fuer de ser sincero, esto de la pillería no es algo exclusivo de la derecha ni de las islas, del levante o del sur, es una cultura nacional mamada durante siglos y siglos, que no sabemos muy bien cuándo entre todos se va a poner pies en pared para tratar de cambiarla de una vez por todas y que vayamos educándonos en la cultura contraria: la del respeto por lo público, de la defensa de los intereses de todos por encima de los propios, del trabajo bien hecho sin esperar a cambio más que lo que el mismo conlleve, del derecho de cualquiera por encima del amiguismo, de dar al César lo que es del César y no pretender engañarlo permanentemente, o, simplemente, saber aguardar el turno en una cola sin pretender ponernos delante de los demás con artimañas o engaños más que pueriles. Últimamente tenemos algunos ejemplos que nos demuestran que a base del empeño de unos y la colaboración de todos las cosas, por difíciles que parezcan, se pueden conseguir, el terrorismo o la disminución de las víctimas en accidentes de tráfico, sin ir más lejos pueden ser dos de ellos.

Aunque haya estado a punto de que se me escapase más de  una vez la tan grosera y vulgar palabra, fruto del enfado que todos estos personajes y estas situaciones me producen, estoy convencido de que no somos un país de cafres, pillos y vividores solamente, que probablemente, no, seguramente, los honestos somos muchos más que los deshonestos y exclusivamente a través de la educación y el ejemplo, que es la mejor forma de educar, y si es necesario la denuncia, la persecución y el castigo, conseguiremos que tanto vivales como anda suelto por ahí sea detectado de inmediato como al que le suena el móvil en una conferencia, en  misa o en un concierto de música clásica.

Y que sean señalados y la justicia caiga de igual modo sobre todos y cada uno de ellos.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 15 de enero de 2012

 

 

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