CONVIENE NO OLVIDAR
Hace días que intento escribir algo
medianamente coherente y que sea mi particular homenaje, mi llanto individual,
mi pena y mi recuerdo para las 199 personas que el 11 de marzo de 2001,
se encontraron cara a cara con la muerte, mientras acudían a sus
lugares de trabajo o a sus clases, sin esperarlo y por obra de otras personas,
que no conocen el valor de la vida humana, ni siquiera la de ellos mismos.
Hace días que pienso en la forma de hacer llegar mi pensamiento de la manera más clara y directa posible, mil veces me he sentado frente al teclado con la intención de crear un llanto, un lamento, desprovisto de odio o reproches, desnudo de idealismo e inclinaciones políticas, desprovisto de todo intento de encontrar culpables o entender consignas partidistas. Me ha sido imposible. Siempre que aterrizo frente a la pantalla de mi ordenador y comienzo a aporrear sus teclas, inconscientemente y sin desearlo, me equipo con las herramientas y me visto con los herrajes del analista, del ser pensante y humano que desea respuestas a cuestiones que, quizá, no la tengan, España es así, porque los españoles la hacemos así. Y siempre término entrando en disquisiciones políticas y posicionamientos críticos con la sociedad que me rodea, alejándome por completo de la idea original que me lleva a sentarme en la mesa y encender un cigarrillo, mientras pienso y mido las lagrimas que derramaré al mundo en forma de palabras escritas. El tiempo se agota y el día del luctuoso aniversario llega, mi mente sigue sumida en un mar de incomprensión, asco y desprecio, incomprensión hacia la postura de hipócritas que hoy se pondrán al frente de manifestaciones y pancartas, que corearán eslóganes y harán altisonantes declaraciones en los medios de comunicación, derrochando solidaridad por las victimas y sus familiares, mientras lo que realmente les importa es salir en la foto y hacer que su verdad, que no es más que una gran mentira, se refleje en los diarios del día siguiente. Asco por esos mismos hipócritas que son incapaces de asumir sus responsabilidades, porque no les interesa políticamente, o que no cesan de buscar responsabilidades, porque les interesa políticamente. Desprecio por todos ellos, que son incapaces de mostrar compasión por las verdaderas victimas de la tragedia, los muertos ya descansa, pero aquellos que quedaron aquí, aquellos que les lloran y les añoran, siguen viendo, día a día, como se juega impunemente con el recuerdo de quienes ellos y solo ellos amaban, soportando con indignación contenida que se utilice el nombre de sus seres queridos, que de manera tan vil, como trágica, le fueron arrebatados; de forma partidista y cruel. Personas decentes, a las que no se les ha respetado ni su derecho a llorar a sus muertos como les hubiese gustado, institucionalizando un dolor que sólo corresponde a los que de verdad sufren. No me gusta la violencia, ningún tipo de violencia, ni la que asesina de forma inhumana a personas que se desplazan en un tren, ni tampoco aquella que ejercen gobiernos autoritarios y criminales, por muy revestidos de democracia que quieran estar, en virtud de unos intereses tan bastardos como ellos. Tampoco me gusta la violencia que produce a mis oídos los lemas coreados en manifestaciones orquestadas para ser una plataforma más de hacer llegar un mensaje político, ni la violencia que contra el corazón de las victimas, las de verdad, produce el sonido de unas campanas tañendo a la hora en la que todo ocurrió. Tampoco la violencia que se pueda ejercer desde la comodidad de un despacho plasmando palabras y análisis en un artículo escrito. Tiempo habrá para todo eso. Hoy mi deseo es el de estar al lado de los que lloran en silencio, de verdad, de corazón, hoy quiero hacerles saber que estoy a su lado, compartiendo su dolor, ofreciendo mi hombro y mi apoyo de forma altruista y sin ningún interés, sin enarbolar bandera alguna, sin pretensión de ningún tipo y sin esperar, ni desear reconocimiento alguno, así, de forma anónima, de manera discreta, estar con ellos y llorar en silencio. Por eso creo que el mejor homenaje que se puede hacer a las victimas de cruel atentado, es el silencio. Por eso y porque el silencio no es olvido. A los que en el atentado perdieron la vida, a los que quedaron marcados por el terror, a los que sufren la ausencia de personas a las que amaban, a los que tuvieron la obligación, el deseo y la humanidad de socorrerlos y que vivieron con ellos los trágicos momentos, a toda la sociedad española que se sintió herida y lacerada en su alma, cuando a las siete y treinta y cinco minutos de la mañana, de un jueves once de marzo, un grupo de asesinos nos mató un poco a cada uno. A todas esas victimas, estoy convencido, lo único que les puede ofrecer cierto consuelo en este día es el silencio y la paz. Porque en paz descasan. José Miguel Montalbán. |