Caída libre
Dicen que en estos días se ha celebrado el Día de Andalucía.
Aunque no comulgue con la mayoría de sus ideas, envidia me dan las autonomías que disponen de partidos nacionalistas asentados y alejados de toda tentación extremista pues, pese a quien le pese y digan lo que digan, son los únicos que se preocupan porque sus ciudadanos asuman y perciban a diario el orgullo de sentirse parte de esa tierra. Visto está que en la nuestra aquellos que adoptaron las siglas sólo pretendieron ambiciones personales y así les ha ido, a los políticos y sus votantes, hoy engullidos totalmente por la derecha que no desaprovecha ni una: primero los manipula y luego los fagocita. Después de treinta años desde el memorable día en el que los andaluces cívicamente, de modo pacífico y sin grandes estridencias pero masivamente fuimos capaces de decidir en las urnas el modo en el que queríamos caminar dentro del estado de las autonomías que había surgido de la constitución del 78, es constatable el declinar de todo lo que significa Andalucía y el orgullo de sentirse andaluz por parte de los propios habitantes de nuestra tierra. La cosa se veía venir y aún no ha alcanzado su máximo nivel, éste está por llegar. Seguro que cuando alcance el poder ese señor con cara de estreñido al que las encuestas le auguran un tan feliz porvenir, los símbolos y la esencia del sentir andaluz, que de modo incipiente, y no siempre acertado, ha tratado de infundir en los andaluces el “Cabezón” – como gustan de llamar sus adversarios a Chaves– y su séquito, quedarán relegados al ostracismo total, mientras que el espíritu patrio, el que de verdad nos debe de identificar, alcanzará de nuevo el auge que en tiempos anteriores tuvo. No tendremos que buscar un solo culpable del actual estado de las cosas, pues todos tenemos algo que ver con el mismo. Desde los partidos de la izquierda que fueron los que durante este largo período de tiempo llevaron el grueso de la tarea de hacer sentir a las viejas y nuevas generaciones el hecho único de ser andaluz y de pertenecer a esta tierra, los usurpadores de las ideas andalucistas de Blas Infante que dilapidaron todo lo que el pueblo les dio con sus argucias y artimañas con el único fin de mantenerse en la cresta de la ola o de conseguir un poder personalista que jamás trascendió más allá de sus propias personas, la derecha que siempre ha ninguneado como nadie lo andaluz como forma intrínsecamente malvada de desprestigiar a nuestra tierra y a las personas que en un todo constituimos Andalucía y, finalmente, los propios ciudadanos que con nuestra apatía y desidia poco hacemos para que la situación derive por otro rumbo distinto al que por ahora nos conducimos. Hubo una época en la que no había centro de enseñanza andaluz en el que de forma espontánea no surgieran actividades que ayudaban a concienciar a los alumnos de su pertenencia a Andalucía, de igual modo hasta el más pequeño de los ayuntamientos de nuestra comunidad programaba actos que servían para poner de manifiesto el hecho andaluz forjado a través de la historia por hombres y mujeres que asumieron la lírica, épica diría yo, de nuestro himno como propia. Hace ya algún tiempo que en los centros se limitan a cumplir estrictamente con lo dispuesto en la normativa cuando no acaban en un paripé con la enseñanza o el canto del himno o el llamado desayuno andaluz del consabido pan con aceite. Los ayuntamientos dependiendo del color del equipo de gobierno hacen menos o mucho menos pero ni por asomo aquello que se solía hacer al comienzo de la autonomía con tanto esfuerzo conseguida por aquellos andaluces que desoyeron las soflamas de los de siempre, esos que en todo momento saben lo que nos conviene a los ciudadanos sin tener para nada en cuenta nuestro personal criterio. El ser andaluz, el sentirse andaluz parece que poco a poco ha ido decayendo. Actualmente está de moda pasar del tema y no son pocos los que anteponen la pertenencia a cualquier otro ente antes que a Andalucía, ya puede ser España, su ciudad de origen o de residencia, el club de sus amores o, simplemente, su pandilla de amigos. Después nos quejaremos de lo que consiguen los catalanes o los vascos. El lloriqueo es un mal granadino que se extiende con facilidad al resto de la comunidad. En lágrimas y denuncias de agravios comparativos se nos van las fuerzas. Os lo dice un malagueño que vive en la tierra de Boabdil. Ya sabéis lo que le dijo su madre.
Teodoro R. Martín de Molina. 1 de marzo de 2010. |