Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

Altruismo

 

Ayer, mientras se llevaba a cabo la constitución de las nuevas corporaciones municipales, miles de miembros de los movimientos “15M”, “Indignados” y “Democracia real ya”, se manifestaban a la puerta de algunos ayuntamientos acompañando sus habituales eslóganes con profusión de ruidos provenientes de silbatos, cacerolas, sartenes y toda clase de utensilio doméstico susceptible de ser utilizado, amén de en la cocina, en una cacerolada al uso.

            Dentro de los edificios protegidos por las fuerzas del orden público, los políticos de siempre, o sus sucesores, repetían los mismos discursos de siempre que de tanto repetirlos ya casi nos lo sabemos de memoria.

            Aquellos en cuyas listas llevaban un buen número de imputados abogarían por la regeneración de la vida pública. Los que gracias al sistema electoral consiguen un mayor número de concejales proclamarían la bondad de nuestra democracia, mientras que aquellos representantes castigados por la ley electoral se volverían a lamentar. Los que un día sí y otro también reclaman el gobierno para la lista más votada, si en su caso han tenido que echar mano a pactos poco claros con los afines, los antitéticos, o con el que se haya prestado a ello, aducirían su capacidad para el diálogo y para llegar a acuerdos con todo el abanico del panorama político español, olvidándose del discurso tan manido expuesto durante la campaña electoral. Aquellos que proclamaron que ni por acción ni omisión pactarían con los de la acera de enfrente, se olvidarían de su discurso de campaña para, cuando les interesó, hacer lo contrario a lo que dijeron.

            Es probable que en todos los casos el ruido del exterior llegase a los salones de pleno, pero también es probable que ninguno de a los que iban dirigidas las protestas se hayan tomado en serio a los de la calle, en su interior habrán esbozado una invisible sonrisa sarcástica y burlona acompañada de inaudibles comentarios despectivos hacia los pobres diablos que bajo la atenta mirada de nacionales y locales repetían a coro el discurso de la exigencia de una democracia más participativa, una nueva ley electoral más ecuánime, separación real de los poderes del estado, puesta en práctica de los derechos constitucionales al trabajo y a la vivienda, a favor de una fiscalidad más equitativa y una más eficaz persecución del fraude, la no prescripción de los delitos de corrupción y la no presencia de imputados en las listas electorales, y otras menudencias que les resbalan a la mayoría de los políticos de nómina tales como la eliminación de los privilegios de las castas y elites políticas y empresariales que jamás por mucha crisis que haya, al contrario que los curritos de a pie, ven disminuidos los mismos.

            A mí, que pasaba por la plaza del Carmen donde se ubica el ayuntamiento granadino, al verlos y oírlos se me querían escapar las manos y los pies del cuerpo y unirme a los bullangueros jóvenes, y no tan jóvenes, que acompasadamente gritaban entre otros lemas eso de: “la llaman democracia  pero no lo es”, “no hay tanto pan para tanto chorizo” o “estas son nuestras armas”, al tiempo que elevaban al aire sus manos inermes.

          Por un rato los estuve contemplando y disfrutando del recuerdo de otros tiempos en los que, como ellos, creíamos que un verdadero cambio era posible. Un cierto pelo frío me recorría el cuerpo que me hacía sentir más joven y más próximo a los de fuera que a los de dentro. Mas tampoco estoy muy convencido de casi nada, pues si es, al parecer, bastante evidente que todo estos movimientos están fundamentalmente en contra de los planteamientos de la derecha más recalcitrante, al igual que el voto a los partidos minoritarios, al final todo va en beneficio de esa misma derecha a la que no se le escapa ni un solo voto.

            Altruistas que somos los de izquierda, se podría decir.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 12 de junio de 2011.

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