Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"Algo huele mal"

No hace mucho que las autoridades europeas animadas y aleccionadas por las estadounidenses reforzaron aun más, si es que ello era posible, todas las medidas de seguridad para con los pasajeros de las distintas líneas aéreas que operan en Europa, y mucho más si sus vuelos tenían como destino el Reino Unido o los Estados Unidos de Norteamérica.
Los que sólo usamos el avión de lustro en lustro, observamos las medidas referentes al equipaje de mano y las condiciones de los líquidos o cremas con que se puede subir a los aviones como algo pintoresco, pero aquellas personas que de forma habitual deben hacer uso del medio, según se desprendían de las opiniones que vertían en diferentes medios, estaban un poco hasta el gorro de tantos y tantos requisitos para después de todo ello no conseguir volar con mayor seguridad que antes de las susodichas medidas, de las anteriores y de las anteriores a las anteriores; ahora bien, lo que sí han conseguido ha sido meter el miedo en el cuerpo a los usuarios de las aeronaves.
Pues, como decía, no hará un mes que estas nuevas disposiciones entraron en vigor y ya han sucedido dos hechos que incitan a la risa y al pánico. Comenzaré por el segundo para acabar con el otro que se presta a dejar un ánimo más relajado.
A pesar de todas las previsiones tenidas en cuenta por los expertos en seguridad, parece que se les olvidaron aquellas que pudieran detectar la presencia de componentes radioactivos. La prueba está clara y evidente. Desde Moscú (no se sabe muy bien quién, pero sí con qué fin) han cruzado toda Europa hasta llegar al corazón de Londres y aliñar con un poco de polonio 210 los alimentos de personajes poco afectos al régimen del señor Putin y sus mafias varias. Tras ello, se ha podido comprobar que el rastro del elemento radioactivo ha aparecido en diversos aviones de la British Airways, con la posibilidad de contaminación de los circunstanciales compañeros de viaje del portador de tan mortífera mercancía, así como a los que después volaron en las mismas aeronaves. También se detectaron radiaciones en multitud de lugares de la City y así mismo en otras ciudades europeas. Por lo visto para los seguratas sin fronteras entraña más peligro una botellita de agua de Lanjarón o un bote de colonia que una buena dosis de polonio. ¡Cosas veredes!
Y “Para ver cosas: estar vivos”, que decía mi madre. La absurda obsesión por la seguridad de los americanos llevó la semana pasada a que un avión de American Airlines tuviera que realizar un aterrizaje de emergencia en su trayecto entre Washington y Dallas por el olor a fósforo que detectaron algunos pasajeros que presos del miedo y de la histeria mucho me temo que obligarían a la tripulación a llevar a cabo la imprevista toma de tierra. Como todos ya sabemos el olor a fósforos fue la tapadera que una flatulenta pasajera utilizó para disimular el desagradable olor de sus gases. Cuando, tras arduas y concienzudas investigaciones, el FBI comprobó la causa del olor a fósforo, permitió que el avión reanudara su vuelo, pero sin la pasajera que trató de camuflar sus fétidos olores con el fósforo de las cerillas. Seguro que a la pobre mujer le obligarían a colgarse un letrero en el que se leyera, para escarmiento propio y advertencia a los demás, aquel epitafio que de pequeños solíamos decir que aparecía en una tumba: “Por un peo aquí me veo”, y que nosotros utilizábamos para nunca aguantarnos las ganas de expulsar nuestros gases, pues no eran ganas, era pura necesidad.
Son estos dos ejemplos una muestra de la ineficacia de las pretendidas medidas de seguridad con las que tratan de tranquilizarnos nuestras autoridades. Patético, ridículo, de risa, si no fuera porque mientras tanto juegan con nosotros como a ellos mejor les parece.

Teodoro R. Martín de Molina. Diciembre de 2006.


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