Al César lo que es del César…
Antes Moratinos, ahora Trinidad y siempre Zapatero. Son los responsables de todos los males que achacan a nuestra política exterior. Pueden ser suficientes los exabruptos de Hugo Chávez, las manifestaciones de Mohamed VI o alguno de sus ministros, el inacabable conflicto del Sahara, o cualquier otro fregado que de algún modo se relacione con nuestro país, para que los de siempre arreen sin piedad a alguno de los mentados, cuando no a todos. Pero ¡oh, milagro!, para esos mismos las palabras del Papa en su reciente visita a España no son motivo de presentar queja alguna ante el Vaticano, bien al contrario, además de ser verdades como templos, suponen los mandamientos por los que se deberían regir nuestros gobernantes para alejarnos de este laicismo agresivo que está acabando con la religiosidad, no ya sólo de España, sino de Europa y seguramente de todo occidente. Hay que ver la influencia que tienen estos socialistas españoles. El Papa en su visita, y previamente, se permite emitir todo tipo de comparaciones, juicios y descalificaciones acerca de los planteamientos de nuestros gobernantes y de algunas leyes aprobadas por el parlamento español (que creo sigue ostentando la representación del pueblo soberano a no ser que por otros se haya decidido lo contrario y no nos hayamos enterado los demás), sin que para los mismos que arremeten contra Zapatero y compañía suponga injerencia, falta de respeto, intrusión, desconsideración, ni nada que se le parezca dichas manifestaciones, sino que muy al contrario las aplauden, las enaltecen y las consideran dignas de ser tenidas en cuenta no ya por los que nos confesamos católicos, que a ver si lo somos, sino al unísono por todo el pueblo español encabezado por su gobierno. Es por esto, me da a mí la impresión, que para ellos las leyes deberían de ser consensuadas previamente con la jerarquía católica, que no con los cristianos de base, y así nos evitaríamos conflictos innecesarios e incluso los permanentes recursos ante el Tribunal Constitucional por aquellos que parecen ponerse del lado de la jerarquía católica y defender, cara a la galería pues después en privado bien sabemos que hacen de su capa un sayo, los planteamientos doctrinarios de los más fundamentalistas miembros de la curia romana y de sus aun más fundamentalistas seguidores españoles. Y lo entiendo, claro que lo entiendo. Es lo normal, lo esperado. No cabía esperar nada distinto a lo sucedido antes, durante y tras la visita del Santo Padre por parte de éste y de todos los que en los medios lo han utilizado para soltar sus soflamas de siempre. Después de siglos de alineamiento con los que han ostentado el poder – cuando digo poder me vengo a referir al poder económico que es el verdadero poder de decisión al fin y al cabo–, orientando y dirigiendo los destinos de los ciudadanos civiles, queriéndolo ellos o no, no podíamos esperar que ahora cambiasen y estuviese del lado de los que no comulgan con sus ideas y su forma de entender el mundo. Sobre todo la jerarquía de la iglesia española que aún no llega a percatarse de la necesaria separación entre estado e iglesia. Bien es verdad que después de haber permanecido durante más de cuarenta años apoyando al régimen franquista desde sus inicios hasta sus últimos estertores, debe de costarle mucho trabajo adaptarse a los nuevos tiempos en los que la religión, las religiones, poco o nada tienen que decidir por los ciudadanos a nivel civil. Es lógico que a los miembros de las mismas los orienten espiritualmente y que estos dentro de la obediencia debida acepten sus planteamientos, pero lo que no es lógico es que traten de imponérselos a todos los ciudadanos, cuando bien es sabido, aunque se empeñen en mostrarnos estadísticas que no se creen ni ellos mismos, que la mayoría no se siente vinculado para casi nada con las doctrinas que de ellos emanan. No sé si será bien traído al caso el título de este artículo, pero creo que en las palabras del Evangelio quedaba perfectamente delimitada la diferenciación entre la vertiente política y la religiosa de todo aquello que afecta a la vida de los ciudadanos, profesen la religión que profesen. La política es una cosa y la religión otra. El poder político tiene que ir más allá de los distintos credos que en una sociedad como la nuestra conviven y que no podemos pretender que ninguno de ellos, por muy mayoritario o minoritario que sea, impregne las leyes que los ciudadanos nos damos a nosotros mismos por medio de nuestros representantes. Si cada uno se mantuviese en su parcela y no tratase de influir en la del otro, a mi modesto entender, todo nos iría mejor. Como católico, no comulgo a pie juntillas con todas las políticas del gobierno, mas tampoco lo hago con muchos de los planteamientos de la jerarquía católica y menos, cuando veo quienes son los que los defienden por estos lares. … y a Dios lo que es de Dios.
Teodoro R. Martín de Molina. 11 de noviembre de 2010.
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