Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

OPINIÓN

¿A dónde mirar?

 

Está el panorama político de un modo tal, que la verdad es que muchos ciudadanos deben de andar haciéndose esta pregunta para tratar de ver un horizonte en el que se pueda encontrar algún signo positivo que les dé cierta esperanza en lo porvenir, aunque, si analizamos someramente la situación, encontramos pocas mimbres sobre las que podamos ver la posibilidad de construir el cesto del futuro que, a la mayoría de esos mismos ciudadanos perplejos, gustaría.

         No sé si fue ayer cuando terminó, o es hoy cuando se acaba, el debate sobre el Estado de la Nación, o si seguirá la semana que viene. Lo cierto es que el seguimiento en directo del mismo por parte de la ciudadanía, menor que nunca según informaciones periodística, denota el cada día mayor distanciamiento entre los representantes del pueblo y el pueblo al que dicen representar. Y no es de extrañar.

         No es de extrañar porque vivimos en un sin vivir diario en el que los hechos que se van conociendo, raro es el día que no surge algo nuevo, y peor, no dan pie sino a la desesperanza y a la desazón, pues no hay estamento sobre el que se sostiene cualquier sociedad en el que no nos encontremos en nuestro país con una situación que, para nada, huele a saludable. Y esto no quiere decir que todos son iguales, como muchos intentan hacernos creer, pero sí denota que este país y esta sociedad está muy necesitada de un rearme moral que acabe con lo que, día sí y día también, es primera página de los periódicos. Y para ello hay que querer.

         Tienen que querer los que mandan y, sobre todo, tenemos que querer los que no mandamos ni en nuestra casa, pero tenemos el poder decisivo del voto. Ya va siendo hora de que cada estamento de la sociedad realice la función para la que está concebido y que cada ciudadano se muestre reflexivo y crítico al máximo con todos aquellos que, con artimañas, tratan de llevarnos a su terreno para después hacer y deshacer a su antojo sin tenernos en cuenta para nada.

         No cuentan con la ciudadanía los partidos políticos que, cuando llegan al poder, hacen oídos sordos a las reclamaciones de la sociedad que los eligió, mientras que prestan toda su atención a las indicaciones de los que, no lo sabemos a ciencia cierta pero da toda la impresión, han hecho posible de manera truculenta que llegaran al poder.

Si dejamos de mirar al partido que llega al poder y miramos a los que se quedan en la oposición, también nos percatamos de que se encuentran en otras luchas que, en la mayoría de los casos, no se corresponden con lo que el pueblo llano pide. El mayoritario, tratando de recomponer su figura, con las mismas figuras de siempre, en su afán por desbancar al otro; y los minoritarios, tratando de buscar su propio espacio para que una pequeña minoría de sus élites puedan alcanzar escaño o prebenda similar en los próximos comicios.

Si volvemos la vista a sindicatos y empresarios, un último escándalo reciente, el del vicepresidente de la CEOE con su peculiar forma de pagar las horas extras (la costumbre que últimamente está proliferando en algunos sectores por el uso de los sobres), y el silencio de los representantes sindicales de sus empresas al respecto, nos lo define casi todo de una manera bastante clara.

¿Y cuándo nos topamos con la corrupción? Sólo nos queda mirar al suelo y pedir a la tierra que nos trague. Mires a donde mires, siempre te encuentras con la alargada sombra del dinero que tantos ambicionan y que tanta podredumbre aporta a la sociedad. Los casos se reparten por toda la geografía patria y atañen a casi todos los que ostentan algún tipo de poder. Digo casi, por dejar al menos abierta la ventana de la esperanza a la existencia de algún Lot que se salve de la quema.

Si te da por mirar al deporte, igual puedes sentir la mayor admiración del mundo que la peor de las repugnancias por las prácticas que se dejan entrever a tenor de lo que declaran algunos en los tribunales, algo en los que ni los jueces tienen intención de hurgar.

Si miras para arriba, para lo más alto, institucionalmente hablando, volvemos a toparnos con más de lo mismo. A ti, un ciudadano de a pie, se te hace casi imposible imaginar cómo alguien que de pronto se encontró con tanto, pueda tener tal ambición y avaricia que todo le parezca poco y, con la connivencia de ciertos poderes públicos de parecidas ambiciones a las suyas, haya tratado de reunir y reunir más dinero, sin que aquél, que se conforma con casi nada, sepa muy bien para qué lo podrá necesitar.

Diariamente solemos mirar las informaciones del llamado cuarto poder, y ¿qué nos encontramos? No lo diré, que cada uno se haga su propia composición de lugar cuando una mañana cualquiera haga un simple barrido visual por los titulares de los principales periódicos del país.

Muchas veces no sabe uno muy bien si todo surge por que tiene que surgir o porque algunos se empeñan en que así suceda. A Cataluña, por ejemplo, desde que se le desató la fiebre independentista, o desde que interesa tapar otras cosas, le salen duendes por todas partes y, últimamente, parece que hasta cuando se va a ciertos restaurantes hay que mirar en los floreros por si alguien, con consentimiento de los comensales o sin él, que nunca se sabe, ha colocado en su interior algún dispositivo capaz de captar y grabar las conversaciones más íntimas y comprometidas.

Hoy me he levantado pesimista, pero es que el panorama no da para más. Confiemos en que los aquí nombrados o insinuados se hagan cargo de la responsabilidad que tienen para con el pueblo que los elige, los sostiene y los mantiene, en todos los sentidos, y den un paso decisivo en pos de esa regeneración de la que tanto hablan, por la que tan poco hacen y de la que tan necesitada está nuestra sociedad.

Propongo que, si hay que mirar a algún lado hagámoslo al frente, al futuro, con la esperanza de no repetir los errores del pasado.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 22 de febrero de 2013.

<<VOLVER A OPINIÓN>>