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COLABORACIONES
Este trabajo fue realizado, y publicado en la revista científica del Instituto Mariana Pineda de Granada durante la época del conflicto de Kosovo, de ahí el título. Hoy, comienzos de 2003, podríamos titularlo, con igual acierto: "A propósito de Irak". A PROPÓSITO DE KOSOVO. I.- ¿QUÉ FUE DE LOS DINOSAURIOS? Muchas son las teorías que intentan explicar el fin de la especie que dominó la Tierra durante 165 millones de años, los dinosaurios. Todas ellas giran en torno a la misma idea, una serie de cambios en el clima de aquella época que provocaron una situación atmosférica insostenible en la que los dinosaurios no pudieron vivir mucho tiempo. Estas teorías señalan como el origen de la extinción la desaparición de la capa de ozono que envuelve el planeta, exceso de dióxido de carbono y aparición del efecto invernadero debido a la intensa actividad volcánica, desbordamiento del Ártico como consecuencia del efecto invernadero, un estrés causado por la situación de intensa emigración en busca de nuevas fuentes de alimento que produjo un cambio hormonal cuya consecuencia más directa fue el debilitamiento de la cáscara de los huevos (los dinosaurios eran ovíparos). Una de las teorías señala una posible inversión de los polos magnéticos, lo que provocaría (durante el período de inversión) la desaparición del escudo magnético que protege a la Tierra de la entrada de ciertas partículas procedentes del espacio. Incluso se ha llegado a pensar que debido a la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera, las plantas cambiaran su metabolismo lo que les produjo su conversión en venenosas, o bien que no pudieran ser digeridas por los estómagos de los dinosaurios lo que les llevaría a un "estreñimiento mortal". Todo esto afectaría a los dinosaurios herbívoros, pero la muerte de éstos conllevaría la desaparición de los carnívoros que a su vez se alimentaban de los herbívoros. Son dos las teorías que destacan sobremanera: La que defiende que el fin de los dinosaurios se debió a los cambios geológicos de la Tierra (gradualista); y la que defiende que la extinción masiva de la vida fue provocada por un asteroide de 10 Km de diámetro que cayó hace 65 millones de años (parece ser en la península del Yucatán), y que al entrar en la atmósfera a una velocidad de 100.000 Km/h pudo haber provocado un cráter de unos 200 Km de diámetro. Según la teoría gradualista, las elevaciones continentales y la desaparición de los mares continentales provocaron un enfriamiento global debido a la alteración de las corrientes de aire atmosférico que regulaban el clima. Aquellos animales cuyas generaciones evolutivas eran cortas pudieron adaptarse a estos cambios, pero los dinosaurios, cuya vida oscilaba entre los 65 y 300 años ( se ha llegado a esta conclusión tras el estudio del tiempo necesario para el desarrollo total de sus huesos) no dispusieron de suficientes generaciones para llevar a cabo los cambios evolutivos necesarios. La teoría que defiende que el fin de los dinosaurios fue causado por un meteorito, hoy aceptada por la casi totalidad de la comunidad científica, se halla fundamentada en los estudios de los Álvarez (Walter y Luis, padre e hijo) los cuales encontraron una cantidad anormal de iridio en los sedimentos correspondientes al fin del cretáceo. Según sus estudios cuatro serían los mecanismos causantes de la extinción de los dinosaurios provocados por el impacto: 1.- La oscuridad global de 6 meses de duración que detuvo la fotosíntesis. 2.- El efecto invernadero: El impacto en el océano/tierra, podría haber introducido en la atmósfera una gran cantidad de vapor/polvo que hubiese actuado a modo de tapadera sobre la tierra, que apresaría el calor, lo que habría supuesto un aumento de 101 C en la temperatura global. 3.- En el período de oscuridad las temperaturas podrían haber bajado 181 C y mantenerse así durante 6-9 meses, tiempo suficiente para aniquilar a los animales que hibernan, junto con el 60% a 80% de las especies marinas. 4.- La bola de fuego podría haber producido tal cantidad de energía radiante que el nitrógeno existente hubiese pasado a óxido de nitrógeno, la consecuencia de este cambio sería una lluvia ácida letal.
Esto nos lleva a pensar que entre todas las criaturas sólo nosotros, la especie humana, poseemos la conciencia, un profundo saber de nosotros mismos, del futuro y del pasado. Aunque las cosas no tendrían por qué ser así ya que nada en la evolución de la vida nos dice que pudiera surgir una especie con conciencia. Al contemplar lo sucedido a los dinosaurios, pensamos inevitablemente en nuestra propia extinción. Las causas que desencadenaron la extinción de los dinosaurios podrían repetirse dentro de unos 12 millones de años. Pero de todas las especies existentes sólo nosotros hemos desarrollado la capacidad, el poder necesario para autodestruirnos, me refiero a una guerra nuclear. Nuestra muerte no sería muy distinta de la de los dinosaurios tal y como expusieron los Álvarez en su teoría del impacto, la única diferencia es que los dinosaurios deberían culpar de su extinción al asteroide procedente del espacio, mientras que nosotros sólo podríamos culparnos a nosotros mismos. Las consecuencias de una guerra nuclear siempre dependerían de la potencia y del tipo de guerra (ataque a gran escala, ataque contra blancos protegidos, ataque urbano, ...), pero la mayoría de los estudios se han realizado tomando como caso base una guerra cuya potencia total desplegada sea de entre 5.000 y 10.000 megatones, esto supondría entre 300.000 y 750.000 bombas del tipo de las de Hiroshima, recordando que dicha bomba, que mató entre 100.000 y 200.000 personas, era un artefacto de fisión con una potencia de 12 kilotones (12.000 toneladas de TNT). Según este estudio una guerra de entre 5.000 y 10.000 megatones causaría por sí sola 750 millones de muertos, dichas personas resultarían vaporizadas, desintegradas, trituradas y hechas papilla. Otro estudio predice que de manera instantánea 1.100 millones de personas morirían y un número parecido resultarían afectadas por la radiación, la explosión y el calor; esto es, la mitad de la población el planeta desaparecería en cuestión de horas. En realidad, lo que sucedería tras un impacto a 2.000 metros sobre la superficie terrestre en una ciudad, sería lo que observamos en la figura adjunta. En los primeros segundos, tras la detonación, el relámpago de radiación térmica emitido por la bola de fuego incendiaría las materias combustibles que se encontraran en un radio de 3-4 Km (1). La onda expansiva y los fuertes vientos que la acompañarían sofocarían muchos de esos incendios, pero a su vez provocarían un gran número de incendios en la ciudad debido a la rotura de cables, gasoductos,... (2), una vez pasada la onda expansiva estos incendios se reagruparían (3). Si este incendio fuese lo suficientemente intenso y las condiciones meteorológicas favorables, podría producirse una tempestad de fuego que impulsada por vientos de hasta 150 Km/h lo arrasaría todo dejando solamente un rescoldo residual (4, 5, 6). Una guerra nuclear destruiría la propia estructura de la sociedad industrial. Todas las ciudades desaparecerían y con ellas gran parte de los conocimientos de la humanidad. La asistencia médica y otros servicios de asistencia desaparecerían, desapareciendo con ellas la ayuda a los heridos e incrementando el ritmo de muertes. El destino de los supervivientes se vería condicionado por el frío, la oscuridad, la lluvia radiactiva y el peso psicológico que supondría encontrarse "solos". Una de las principales consecuencias de una guerra nuclear es el efecto invernadero, por él se calienta la superficie terrestre debido a las propiedades aislantes de la atmósfera. Una densa nube de polvo y humo, provocada por una guerra nuclear, situada en la atmósfera media o alta alteraría el balance energético del sistema Tierra-atmósfera. La mayor parte de la radiación solar quedaría absorbida en la nube, y una buena parte de la misma se volvería a emitir hacia el espacio en forma de radiación infrarroja sin alcanzar la superficie terrestre. Sin embargo podría tener lugar el fenómeno inverso, un exceso de dióxido de carbono absorbería la radiación inf rarroja cuya dirección sería el espacio exterior tras haberse reflejado, impidiendo su salida y provocando el consiguiente calentamiento de la superficie terrestre. La gran cantidad de humo generado por un ataque nuclear podría conducir a notables descensos de las temperaturas continentales durante un largo período. Para hacerse una idea, un descenso de un par de grados en primavera podría echar a perder la mayor parte de las cosechas del Hemisferio Sur. En el caso de una guerra de entre 5.000 y 10.000 megatones, el descenso sería de 401 C, siendo la temperatura global de -251 C. Estos cambios de temperatura originarían vientos de gran intensidad, debido a la interacción en las costas entre las corrientes frías procedentes del continente y las cálidas procedentes del océano. Las consecuencias biológicas de una guerra nuclear se derivan de los cambios climatológicos expuestos anteriormente. Los ecosistemas se verían amenazados por incendios descontrolados, la luz solar (cuando volviese) enriquecida en radiación ultravioleta alteraría el material genético (ADN) de los seres vivos sobrevientes, provocaría la neutralización del sistema inmunitario del hombre así como una pérdida paulatina de la visión. La lluvia ácida causaría estragos en los ecosistemas, penetrando las sustancias radiactivas en las cadenas tróficas. Como consecuencia del frío y de la oscuridad reinante, muchas poblaciones animales sucumbirían. Este frío afectaría sobremanera a las plantas verdes; sin la actividad fotosintetizadora de las plantas la mayor parte de los animales dejaría de existir. La únicas zonas donde las plantas podrían salvarse serían las costas e islas en donde las temperaturas se verían suavizadas por los océanos. De hecho, los sistemas acuáticos se verían en principio menos afectados como consecuencia de la lentitud de las variaciones térmicas del agua. No obstante, el frío provocaría la congelación parcial o total de las superficies marinas y el grosor de la capa de hielo dificultaría la búsqueda de alimentos por los supervivientes en el medio acuático. En los océanos la oscuridad inhibiría la fotosíntesis del fitoplancton, lo que supondría la desaparición del zooplancton. El nivel de radiación ultravioleta actual impide la existencia de plancton en la superficie de las aguas, luego un aumento de esta radiación lo eliminaría en su totalidad. Por otra parte los herbívoros y carnívoros morirían de frío, hambre o sed ya que las aguas de la superficie terrestre se habrían helado. Los carroñeros que pudieran soportar el frío serían los animales más numerosos de la posguerra nuclear. Ratas, cucarachas y moscas se alimentarían de los miles de millones de cadáveres. Las tempestades de fuego afectarían directamente a los seres vivos; se piensa que dichas tempestades podrían calentar lo suficiente el suelo como para terminar por inutilizar los bancos de semillas de los que depende la regeneración de la flora. La tormenta de fuego que destruyó Hamburgo en la 20 Guerra Mundial, envió llamas de hasta 5 Km de altura, las temperaturas ascendieron a 658,71 C (punto de fusión del aluminio) y los refugios subterráneos estaban tan calientes que cuando fueron abiertos y el oxígeno penetró en ellos, los cadáveres que se encontraban allí comenzaron a arder de forma instantánea. Pero, ¿cuál sería el destino de la humanidad? El frío y la oscuridad harían que la vida humana se limitase a las islas y costas del Hemisferio Sur. Los supervivientes quedarían repartidos por dicho lugares gracias a la lejanía de las fuentes de radioactividad y a las temperaturas suavizadas por el mar. La supervivencia de estos grupos sería casi imposible ya que el hombre es un animal social y depende de las estructuras sociales que se ha construido, probablemente tendría que volver a un estado de cazador-recolector. Es difícil imaginar el estado psicológico de los supervivientes, seguramente no podrían superar el hecho de haber perdido todo contacto con el Hem isferio Norte y terminarían extinguiéndose al cabo de décadas o siglos. La posibilidad, quizá remota, de una guerra nuclear no pasó desapercibida para una de las grandes mentes del siglo XX, Albert Einstein, el cual apuntó: "No sabemos si será la última. Lo único que podemos saber es que en la próxima se luchará con piedras". Los dinosaurios, seres limitados, no pudieron prevenir ni evitar su extinción, los seres humanos sí estamos dotados de esa capacidad. Tal y como dijo J. N. Wilford: "Con nuestra exploración del tiempo hemos conducido carretera adelante y nos hemos parado a buscar bajo los enebros huesos de dinosaurio para al final encontrarnos cara a cara con nosotros mismos". BIBLIOGRAFÍA: J. N. Wilford. Paul R. Ehrlich,
Carl Sagan, Donald Kennedy, Walter Orr Robert. Alianza editorial.
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