"YO COLECCIONO,
TÚ COLECCIONAS..."
¿Quién a lo largo de su vida no ha comenzado alguna vez a coleccionar algo? De pequeños reuníamos, sellos, chapas de cervezas y refrescos, bolas, carátulas de cajas de cerillas, cajetillas de tabaco y otros objetos que no nos costaban dinero. Hacíamos uso del trueque o nos jugábamos algunas de las piezas repes con el fin de tratar de aumentar la colección. Después vendrían las estampitas de futbolistas, los cromos, los tebeos y algunas otras colecciones que te obligaban a un cierto desembolso y a las que sólo tenían acceso aquellos que podían, los otros las contemplábamos absortos y no sin cierta envidia. Salí escarmentado de mis iniciales tropiezos con otro tipo de colecciones. Cuando gané mis primeros cuartos no pude hacer peor cosa que comprarme la de los premios Planetas y otra de los Nóbel (menudos tostonazos me tuve que meter entre frente y nuca para sacar provecho a la inversión); al final muchos, la mayoría, se quedaron sin leer, y aún adornan o desentonan en algunos de los anaqueles de mi casa. Desde entonces tomé la decisión, que ha sido irrevocable, de acercarme a la librería, ver, mirar y comprar lo que me interesa en ese momento. De las colecciones no quiero ni oír hablar, la mayor que tengo está compuesta por un sin número de botellitas de licor (la mayoría ya vacías, evaporadas) donde la más destacada es una diminuta de cerveza Guiness, que me traje de Irlanda allá por el 72. Cuando al comienzo de los setenta comenzó la fiebre del lanzamiento de fascículos coleccionables, en más de una ocasión tuve la tentación de animarme y llevar a cabo una colección de colecciones. Podía haber sido algo original e incluso digno de un Guiness, pero con aquel “Guiness” (el de la botellita) me he conformado y me contento, pues me temo que en el camino me habría vuelto majara y hoy no sabría dónde estarían los ejemplares que poco a poco habría ido adquiriendo; a más, seguro que debería de haber dedicado parte de mi vivienda habitual a almacén de los coleccionables con lo que el espacio vital de mi familia se hubiese visto reducido considerablemente; seguro que mi patrimonio, ya escaso de por sí, también se habría resentido sensiblemente. Mi idea era la de ir haciendo colección de todos y cada uno de los primeros fascículos que a lo largo del año salieran al mercado (entre otras razones porque era y es el único que tenía un precio razonable, a partir de ahí los precios se multiplican por tres, seis, diez, o ...) En aquellos tiempos la variedad no era muy exagerada y durante esa primera época pudiera haber llevado a cabo mi deseo, pero poco a poco todo se fue haciendo digno de ser coleccionado y, aunque el grueso de la operación de propaganda se lleva a cabo en estos primeros días de septiembre, no cabe duda de que a lo largo de todo el año siguen apareciendo colecciones más específicas patrocinadas por firmas especializadas y sobre todo por la prensa escrita de cualquier carácter y ámbito, que quiere, amén de vender algunos ejemplares más, aunque no se lean, que nos culturicemos a toda costa, o que nos hagamos de los objetos más inverosímiles que podamos imaginarnos; también parece procurar que hagamos ejercicio todos los fines de semana cuando acudimos al quiosco a por la prensa del ídem, pues vamos a tener que ir con el carrito de la compra si queremos traernos un par de periódicos de opiniones no idénticas (los periódicos y la serie de suplementos, primeros números gratis, números atrasados de tal o cual colección, amén de los señuelos de rigor). Ya el año pasado, por estas fechas, quise escribir algo sobre el tema y para ello fui tomando nota de las colecciones que se promocionan en los medios de comunicación. Deseché la idea y este año la he retomado porque, aunque no sea un tema que nos ocupe ni preocupe mucho (que diría aquel), si conviene reflexionar un poco en el entrar por el aro al que este mundo del consumo nos aboca con el enmascarado propósito de gastar por gastar. No sé cuántos serán aquellos que comienzan una de estas colecciones y al final consiguen completarla. Hoy en día la oferta es tan variopinta que siempre existirá un sector de población que se sienta atraído por alguna o algunas de ellas, porque si nos fijamos un poco no es difícil entender que alguien quiera tener una colección de “Damas de época”, “Cascos históricos”, “Dedales”, “Conchas y caracolas”, “Abanicos”, “Relojes de colección”, “Mariquitas Pérez” o “Estilográficas”; los amantes del motor no podrán dejar pasar la oportunidad de hacerse con “Coches de rally”, “Los Scalectrix de Carlos Sainz”, “Cars collection”, “Radio control Citroen”, “Nuestros queridos coches”, “Radio control con motor de gasolina” o los trenes “Talgo”; ¿Quién se puede resistir a los encantos de “El mundo de Winnie the Pooh”, o “Buffy, caza vampiros”, las aventuras de “El Detective Connan”, “El arte del Tarot” o las nuevas aventuras de Oliver y Benjí en “Campeones hacia el mundial”?; ¿por qué no volver a visionar “Verano Azul”, “Expediente X”, “Heidy y Marco”, “Friends” o cualquier otra serie de antaño?; aprender a montar el auténtico avión de “El barón Rojo”, “Construir el Bismarck” o “Tu robot”; reunir muñequitos de plomo como los “Bomberos del mundo” o “Soldados de las guerras del siglo XX”; hacer algo tan instructivo como aprender con el “Curso de ajedrez de Harry Potter”, “Cursos de idiomas a go-go”, “”El arte del mosaico”, “Fotografía digital”, “Robótica” “Informática útil” o un “Curso práctico de dibujo y pintura”; leer durante horas y horas los ejemplares de la “Novela Negra actual”, “Las sagas de V.C. Andrews”, la “Biblioteca fantástica juvenil”, “Las novelas de éste o aquel autor”, los “Enigmas del siglo XX”; saber más sobre “Bichos”, “Casa rústica mediterránea”, “Sabidurías orientales”, “Egipto y otras civilizaciones” ”, “Grandes batallas”; deleitarse escuchando la música de “Bandas sonoras originales”, “Clásicos divertidos” (también los aburridos); hacerse con “Lo mejor de la danza, de la ópera, del pop, de la zarzuela, o de lo que sea”; introducirse en la avanzada lectura de los libros en DVD de Stephen King o del verdadero oeste americano; extasiarse viendo las “Películas de Terror, de acción, de suspense, cómicas, históricas….”, y otros muchos puntos suspensivos. Esto son sólo una muestra de la oferta que he podido tomar a vuela pluma, seguro que cualquiera de vosotros sin haber reparado en ello es capaz de continuar la enumeración de cualquiera de las categorías esbozadas e incluso añadir otras categorías con nuevas colecciones. Si nos decidimos por adquirir una de ellas, después de haberla comenzado es aconsejable tomarse un Actimel, ir de compras al Corte Inglés y aquellos ahorrillos que nos queden invertirlos en ING Direct. Con todo ello nos quedaremos tranquilos y reposados por haber cubierto las expectativas de los que día tras día nos machacan de modo tan cruel. Teodoro R. Martín de Molina. Septiembre
de 2006
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