VENERABLES.
Esa clarividencia, propia de la edad y de aquél que la empleó en cultivarse, con la que se expresan algunos de los personajes públicos que han pasado con amplitud los ochenta me admira sobremanera. En estos días nos ha abandonado Juanito Valderrama, últimamente “Don Juan Valderrama” (yo digo que ni don Juan ni Juanillo, a mí me gustaba lo de Juanito). Él era uno de esos personajes a los que jamás se le ha podido oír un desvarío, una estupidez ni una sinrazón en cualquiera de sus manifestaciones ante los medios de comunicación o en los múltiples homenajes de reconocimiento que ha recibido antes de irse. A mí, la copla y el flamenco que Valderrama componía e interpretaba siempr e me retrotraía a los finales de los cincuenta, principio de los sesenta, a Radio Ceuta y a los discos dedicados, a tardes de mayo y junio en las que los niños recibían su primera comunión, a los autobuses y trenes que cargados de emigrantes partían para Alemania, Francia, Suiza, etc., al santo de tantas madres hermosas que eran felicitadas por sus hijos con todo el cariño del mundo, a las novias que bordaban o cosían esperando la llegada del cartero antes de que la sombra llegara al riego, a la felicidad de muchos, a la tristeza y a las lágrimas rodando por las mejillas de casi todos. Para cuando empiezan mis recuerdos, Juanito Valderrama llevaba ya más de veinte años en el tajo; ¡y algunos nos creemos importantes y nos sentimos cansados porque rondamos los diez trienios! ¿Qué pensaríamos de nosotros mismos después de más de sesenta años de trabajo? Me encantaría que, si tuviésemos la fortuna de llegar a ese punto, sepamos mantener la prudencia, la humildad y el buen hacer y decir de hombres y mujeres tan venerables como Juanito Valderrama y aquellos y aquellas que, con un perfil parecido, ya no están entre nosotros o aún nos dan lecciones día a día de esas cualidades desde los medios de comunicación que les dan oportunidad de hacerlo. ¡Qué diferencia con tantos insustanciales y deslenguados que pueblan las distintas pantallas de la caja tonta en nuestros días! Teodoro R. Martín de Molina. Abril-2004 |