Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"VANITÉ"
 
       Dejando la envidia a un lado, los pecados relacionados con el exceso en la autoestima deben de ser de los más abundantes entre los humanos pecadores que somos todos.
    Este concepto, la valoración positiva de sí mismo, promovido por sicólogos y pedagogos con el fin de estimular la conciencia personal de cada individuo para la obtención de unos mejores resultados en cualquiera de las actividades del diario quehacer, que en sí mismo es algo bueno, ha venido a convertirse en nuestros días en uno de los mayores vicios de nuestra sociedad.
    Me vengo a referir a los distintos grados del pecado capital conocido como soberbia, por el que nuestra autoestima se sobrevalora tanto que llegamos a considerarnos superiores a nuestros semejantes en cualquier campo en el que desarrollemos nuestra tarea. Pero lo más grave del tema es que, generalmente, para ensalzar nuestro ego no dudamos en menospreciar a los demás sin el más mínimo pudor.
    En un escalón inferior a la soberbia se encontrarían la vanidad y el orgullo, aunque éste a veces puede ser considerado más como virtud que como defecto desde el momento en que hacemos uso de él para reivindicar lo propio, lo genuino, ponderándolo en sus justos términos sin necesidad de por ello tener que desprestigiar al vecino.
    Quiero hoy aludir a la vanidad como algo que todos llevamos encima y que resulta difícil el poder caminar en el día a día sin desprendernos de ella, pues cualquier ocasión es buena para que nos creamos lo que no somos y que nos gustaría ser. Pienso que es un pecado que nos atañe a todos de tal modo que tanto afecta al que en realidad tiene motivos para ello, como a esos otros que, por desgracia, en pocas ocasiones pueden dar pie a creer que en ellos pueda ser verdadero cierto asomo vanidoso. Todos somos vanidosos en algún momento y no son pocas las ocasiones en las que actuamos pensando en el qué dirán o el quedar bien, que no es otra cosa que una más de las representaciones de la vanidad. Somos dados a realizar nuestras más altruistas acciones con un ojo puesto en el buen concepto que los demás tendrán de nosotros cuando estamos llevando a cabo dicha acción. Hasta los santos más santos tienen que luchar continuamente para evitar que cualquier acto que realicen no llegue a suponerle una autocomplacencia de su yo, y tienen que pelear constantemente contra ese sentimiento en el que la bondad, el desprendimiento, la entrega a los demás se pueden ver empañados por la aparición de tan nefasto enemigo de la tranquilidad de espíritu, porque en muchas ocasiones esa sensación de creer que se actúa por vanidad no deja de ser un tormento para aquel que en nada lo pretende pero que sin quererlo ve cómo se asoma a su interior.
    Si para ellos puede suponer un lastre en sus aspiraciones de perfección, para los que no nos hallamos en tal posición a veces resulta un disfrute del que solemos hacer gala a cada oportunidad que se nos presenta. Incluso somos capaces de dar vuelta a las situaciones, a las conversaciones, etc, para llegar al punto en el que comencemos con nuestra autocomplacencia o se nos caiga la baba oyendo los halagos y los piropos que puedan venir por parte de los demás, ¡cómo nos gusta que nos regalen el oído a la más mínima ocasión!, sentirnos estimados por los que nos rodean, aunque sepamos de su escasa sinceridad, y pavonearnos de nuestros éxitos, reales o ficticios, por muy pequeños que estos sean.
    Nos encanta hablar de nosotros y que los otros también lo hagan: de lo bueno, lo listo y lo guapo que somos, mientras pasamos por alto las virtudes de los demás. Mas lo peor del caso se presenta cuando tenemos que echar mano del descrédito, la desconsideración y el vilipendio de otros para poder enaltecer las virtudes que creemos tener en nuestro permanente ataque de vanidad.
    Y al final de todo, para no pasar de ser el marido de Carla Bruni.

Teodoro R. Martín de Molina. Abril de 2009
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