Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"VACACIONES"
   
        Cuando mis amigos –aquellos que no se dedican a la enseñanza– todos los años por esta época me dicen, con un cierto tono irónico, eso de: “¿Qué?, ¡Ya se acabaron las vacaciones! ¿No?”, suelo yo responderles, con tono no menos irónico: “Estás muy equivocado, es ahora cuando comienzan para mí”. Así ratifico la creencia popular de que los docentes –en especial los maestros– no hacemos nada en todo el año y, además, disfrutamos de más vacaciones que nadie. También suelo decirles lo de: “¿Por qué no te hiciste maestro en vez de dedicarte al ejército, a la abogacía, a la agricultura, a la medicina o a los negocios?” O a ir de bar en bar, que también los hay.
    No cabe duda de que el período de vacaciones de los que nos dedicamos a la educación es bastante más amplio que el de la mayoría de los que tienen otras profesiones. Sin embrago, no es menos cierto que todos hemos tenido, más o menos, las mismas oportunidades para optar por una u otra profesión siempre dentro de unas posibilidades y capacidades parecidas en un mismo entorno.
    En este país nuestro donde desde tiempo inmemorial todo lo relacionado con la educación ha sido tomado por el vulgo, y no tan vulgo, a chirigota no es extraño que estos diálogos de besugos se repitan un año tras otro.
    Sin ir más lejos, hace unos días oí una noticia en la que se decía que las dos más importantes confederaciones de asociaciones de padres y madres de alumnos, pedían al ejecutivo que el período escolar se adelantase al uno de septiembre, por aquello de conciliar la vida laboral y familiar (esa manía de siempre mirar a la escuela como panacea para solucionar todos los problemas de la sociedad).Y me pregunto yo si se han parado a pensar estos sesudos asociados –al igual que todos aquellos menos sesudos solicitantes de esa medida u otras más drásticas– si eso es lo que realmente más les conviene a sus hijos.
    Siempre he creído –y la experiencia me lo confirma– que los períodos de vacaciones en la educación, sobre todo en los niveles inferiores –mientras más baja el escalafón, más se trabaja y se disponen de menos días de vacaciones por paradójico que pueda parecer al común de los mortales, si no compárense horarios de maestros, profesores de secundaria y de universidad– son imprescindibles, mas no tanto para los profesionales sino que también, o aun más, para los alumnos. Si los docentes acabamos, después de un curso, cansados hasta no se sabe muy bien qué extremos –véase cómo la depresión es una de las enfermedades más comunes entre los docentes–, otro tanto les sucede a los alumnos, cuyos estados de ánimos en los finales de curso no difieren en demasía del que tenemos los que trabajamos con ellos.
    En este mundo mercantilista y consumista en el que nos encontramos sumergidos donde, al parecer, lo que más importa es que la pareja tenga trabajo para poder llegar a fin de mes y conseguir entramparnos para tener el coche, la casa, y todos los caprichos que tanto nos gustan, se habla con una cierta frivolidad de compaginar la vida laboral y familiar, cuando lo que se debiera potenciar es la vida familiar y relativizar en lo posible el aspecto laboral. Ahí es donde deben hacer hincapié los gobiernos procurando que los hijos estén más tiempo con sus padres y no más tiempo alejados de ellos. No sé si sería una catástrofe económica o social proponer que se suprimieran las guarderías y demás lugares de almacenamiento de niños y con ese dinero se incentivara el que alguno de los progenitores estuviesen más tiempo con sus hijos. Ellos, que son los máximos responsables de su educación, los conocen mejor y los educarían según sus principios y no dejarían tarea tan fundamental sólo en manos de los profesionales, bastante agobiados y maltratados por todos los estamentos, ahora y siempre. Además de educarlos nos obligan a motivarlos e instruirlos, y a esto, lo otro y lo de más allá.
    ¿Menos vacaciones para los niños? No. Más tiempo de contacto entre padres e hijos es lo que necesitan nuestras familias, nuestras escuelas y, por extensión, nuestra sociedad. Que aprendan los padres a disfrutar de sus vástagos así, éstos, serán más felices y se encontrarán más predispuestos a aprovechar mejor el tiempo que pasan a nuestro lado en las escuelas e institutos. Y dejémonos de satirizar sobre los docentes y sus vacaciones, que ni son tantas ni tan poco merecidas.

Teodoro R. Martín de Molina. Septiembre de 2007

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