"Tristezas"
Después de unos pocos días alejado de todo lo que supone contacto con el mundo de la información en general y concretamente con mi viejo y querido ordenador, me reencuentro de forma cruel con la realidad que los hechos del pasado 30 de diciembre dejaron sin palabras a los que teníamos confianza en que el proceso emprendido en mayo de 2005 concluyera con lo que todos, los que apoyaron aquella resolución del Congreso y los que no lo hicieron, deseábamos fervientemente: el fin de la violencia y la normalización de la vida política y civil en todo el territorio español y fundamentalmente en el País Vasco. Al volver a hacer uso de las teclas para tratar de transmitir mis pensamientos, trasladarlos desde la mente al papel, desde lo intangible a lo material, el sentimiento que me aflora de un modo irremediable es el de la tristeza. Tristeza porque el atentado de ETA no sólo rompe el alto el fuego que en marzo del pasado año anunció la banda, sino que además, incuestionablemente, rompe con el proceso que el gobierno apoyado por los partidos que votaron a favor de la resolución mencionada, inició poco después de la declaración del alto el fuego. Además de romper con lo anterior también destroza las esperanzas de que el final del túnel tuviese un horizonte más o menos próximo. Tristeza por el juego semántico que tras el atentado utilizó el Presidente del Gobierno en vez de la contundencia que días después ha manifestado el Ministro del Interior. Tristeza porque el partido de la oposición jamás ha sido leal y siempre ha hecho, hace y hará un uso partidario de todo lo que tenga que ver con el terrorismo. Tristeza porque los del entorno de los terroristas no han sido capaces de aprovechar ni el alto el fuego ni tan terrible suceso para de una vez por todas declarar que no están por los métodos violentos para la consecución de los fines que ellos persiguen. Tristeza por la disimulada alegría que para muchos de aquellos que dicen o dirán “ya lo decíamos nosotros” ha supuesto el atentado como forma de azuzar a la población en contra del gobierno y más concretamente de su presidente en el que personifican todos los desastres habidos y por haber que hayan sucedido o sucedan en el país. Tristeza por la utilización, una vez más, que la Asociación de Víctimas del Terrorismo, está haciendo de tan luctuoso hecho para seguir con sus intenciones de socavar la credibilidad del legítimo gobierno del país y alentar el espíritu de venganza frente al de la reconciliación y el perdón. Tristeza por el ejemplo de desunión, nunca visto hasta ahora, que dan los partidos mayoritarios, cuando la actitud contraria sería la que verdaderamente haría daño a la banda terrorista y a todo su entorno. La fractura de dicha unidad (no quiero señalar a unos u otros como responsables de la misma, todos tienen su parte de culpa) ha sido lo que más han aplaudido los violentos y sus amigos, un espectáculo gratuito, al que hemos podido asistir desde que el partido socialista accedió al poder, que ha servido de solaz a los enemigos de la democracia. Tristeza porque no creo que este atentado sirva para volver a la unidad de todos los demócratas, todos sin exclusión, en contra de la violencia y a favor de una política que pretenda alcanzar el objetivo final que no debe ser otro que su erradicación por los métodos posibles siempre de acuerdo con las leyes por las que nos regimos en nuestro país. Con probabilidad nos perderemos en sutilezas y remilgos de cualquier tipo para que esa unidad no sea posible y, de nuevo, serviremos de diversión a los que disfrutan con el espectáculo del fanatismo y el terror. Y tristeza, principal y fundamentalmente, por las víctimas del atentado, por los dos ecuatorianos desaparecidos tras la explosión. Es ésta una profunda tristeza que me sale de lo hondo del alma. Tristeza por su más que probable muerte, por el dolor de sus desamparadas familias y por el tratamiento que a su desaparición le hemos dado. No es posible, no me puedo creer que en un país donde el dolor por las víctimas se suele manifestar de una forma tan espectacular y extraordinaria, que estos dos ciudadanos ecuatorianos hayan pasado casi desapercibidos para todos, y cuando digo todos me refiero a todos: desde el gobierno a los partidos políticos, las asociaciones de víctimas, los medios de comunicación, la ciudadanía en general. No quiero ni pensar que su pecado sea el de no ser políticos, no pertenecer a los cuerpos y fuerzas de seguridad o a otro colectivo de riesgo, no tener un nombre y apellidos comunes, carecer de quienes los vindiquen, en definitiva al hecho de ser inmigrantes. Si esto fuese así, sería para decir aquello de “apaga y vámonos”. Mas no deseo acabar estos párrafos transmitiendo mi tristeza a los lectores, por ello, haciendo caso a los consejos que en sus palabras escritas o de viva voz me suele dirigir el mayor de mis hermanos, quiero pensar con él que “siempre hay un lugar y un tiempo para la esperanza”. A ella me aferro y a ella espero que nuestros políticos dediquen todos sus esfuerzos. Teodoro R. Martín de Molina. Enero,
2007
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