"TRES PALABRAS"
Si por las mañanas quiero saber el estado del tráfico en mi ciudad no me queda más remedio que echarme a la calle y comprobarlo in situ. Si intento enterarme por las informaciones radiofónicas, lo más probable es que la confusión se apodere de mí, pues para unas cadena está imposible y para otras se circula con normalidad en las principales vías de la ciudad (seguro que unos reporteros están mucho más próximos al ideario del equipo de gobierno del ayuntamiento, que los otros). Si en aspectos tan sencillos y, aparentemente, objetivables como el referido no se ponen de acuerdo, qué queremos que hagan en otros de mayor calado… Igual que ocurre con los medios hablados sucede con todos los demás. Comienzo con estas disquisiciones porque pretendo decir algo sobre las palabras evacuadas por algunos que son reyes en sus respectivas facetas y que, como el tema del tráfico, son tratadas por los distintos medios informativos según el matiz que ellos les quieren dar y que, indubitablemente, es el opuesto al que establecen los medios de la otra orilla. Y yo me encuentro en el centro, tratando de crear mi propia opinión, aunque a veces se te quiten las ganas de pensar por ti mismo y dejarte llevar por el dulce almíbar del que piensa como tú, o no creer ni a unos ni otros y abandonarte a la desidia de este nuestro mundo en el que lo único que interesa es lo relacionado con el poderoso caballero, y si no veamos el primer caso. Ayer o anteayer, o un día de estos, no recuerdo bien, el rey de la fórmula uno, Bernie Ecclestone, hizo su aparición en la campaña electoral diciendo unas palabras y supeditando la celebración de carreras de bólidos en Valencia a la reelección del actual presidente de la generalidad valenciana y de la alcaldesa de la ciudad en las próximas elecciones municipales y regionales. No quiero entrar en quién, al parecer, está detrás de todo este montaje ni quiénes son los beneficiarios de que en Valencia se lleguen a celebrar carreras de coches por sus calles, simplemente constatar el poder que siempre tuvo y sigue teniendo el caballero del que nos hablaba Quevedo. ―Palabra de magnate. Hace unas semanas los jueces de la Audiencia Nacional, reyes de su jurisdicción, sin que nadie se lo pidiera ni lo exigiera el auto que tenían que resolver, se decidieron por reconvenir al fiscal de turno por haber retirado las acusaciones contra Otegui con lo que el caso del susodicho quedó archivado a pesar de las aviesas intenciones del tribunal que tenía que juzgarlo. Hace unos días nuevamente los jueces del Supremo reconvienen, sin que ello fuese necesario ni exigible, a la fiscalía y a la abogacía del estado por haber actuado siguiendo un criterio que al parecer de sus señorías no era el adecuado para llevar a la práctica lo que ellos, en plena consonancia con la oposición política, entendían como necesario para ilegalizar al partido ANV. Poco después, el TC acaba de dar la razón a la fiscalía y al abogado del estado al respecto, argumentando que sería desproporcionado ilegalizar a todo el partido. ―Palabra de juez. Poco después, o poco antes, o el mismo día, no recuerdo muy bien, su majestad don Juan Carlos, el rey de los españoles, en diálogo informal con los periodistas, tuvo a bien alabar el proceso que ha culminado con la formación del gobierno del Ulster y dijo algo, sin llegar a comparar nada, sobre lo bueno que es intentar acabar con la violencia a pesar de que los procesos sean difíciles y no siempre culminen con el éxito. ―Palabra de rey Estas tres palabras, tomadas a modo de ejemplo, son utilizadas por los distintos medios para, con sus comentarios capciosos, arrimar el ascua a la línea ideológica de sus mentores. Así, defienden o atacan al tal Ecclestone, a unos u otros jueces y hasta al propio rey (cuyas palabras en el corrillo de periodistas son tomadas como un apoyo implícito a las actuaciones del ejecutivo, lo que por ende supondría un cierto alejamiento de las tesis de la oposición). Si en los demás casos los tertulianos debaten sobre lo dicho por unos y otros, en el caso del rey algunos llegan a cuestionar la conveniencia o no de sus palabras en este preciso momento, y la pertinencia de lo que dijo, así como el uso que se hace de las mismas. Detrás de tantas diatribas no está sino lo mismo, el deseo de favorecer o atacar al gobierno o a la oposición, según convenga a la causa. Bien estaría, digo yo, que durante una temporadita los medios de comunicación se limitaran a informarnos con las palabras, sentencias, declaraciones, etc, de aquellos que las emitieron en riguroso estilo directo, es decir, sin añadir más palabras ni comentarios, siempre tendenciosos. Quizás así ayudarían más. Cada uno de los oyentes, lectores o teleespectadores llegaríamos a nuestras propias conclusiones sin necesidad de la muleta del oráculo de turno que en muchas de las ocasiones antes de que diga o escriba la primera palabra ya sabemos lo que nos va a decir con toda la intención de dirigir nuestro pensamiento según su parecer, quizás incluso pudiésemos llegar a tener criterio propio. Aunque, pensándolo bien, ¿de qué se iba a hablar en tanta tertulia de trabajo o de cafetería si no tenemos comentarios que repetir? Teodoro R. Martín de Molina.
Mayo, 2007
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