Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"TRASFONDO"
   

    Si mientras escribo estas líneas estuviese en mi ciudad, probablemente, los cláxones de los camiones que transitan a marcha lenta por la circunvalación y las calles adyacentes a mi casa, retumbarían en el espacio y llegarán al interior de la vivienda con una nitidez y molestia considerables; si viviera en puerto de mar, seguro que las sirenas de los barcos producirían un efecto parecido, y en ambos casos me costaría trabajo pensar; mas como estoy en el campo…, en el campo no pasa nada. Los agricultores ya no viven en el campo, en el campo sólo se oye el gorjeo de los pajarillos, de los pocos pajarillos que aún revolotean entre los matorrales y picando la fruta de algún árbol que se alimenta con la escasa agua del manantial que ha rebrotado con esta lluviosa primavera; los modernos agricultores, los que seguramente también harán todo el ruido posible en poco tiempo, ya no viven en las aldeas, habitan en las ciudades o en las urbanizaciones de sus alrededores.
    Y es que todos ellos: transportistas, armadores y agricultores, viven época de vacas flacas y están o se va a poner en sonora huelga. Una huelga justificada por la subida de los precios del gasóleo subvencionado que cada día tienen que ponerle a los motores de sus respectivas herramientas de trabajo para que se pongan a funcionar. Según se ha oído decir a algunos de los máximos representantes de las organizaciones promotoras del conflicto, es tal la influencia del precio del combustible en sus economías que todos están perdiendo dinero en cada uno de los portes que hacen, las salidas a la mar de sus embarcaciones o la puesta en marcha del motor del tractor o de la bomba de agua para cultivar sus productos.
    Los defensores de la economía libre de mercado nos predicaban y predican que es éste, el mercado, el que debe de ordenar per se la economía de cualquier país, pero, al parecer, los transportistas, armadores y agricultores, no se lo creen y dicen que la culpa es del gobierno que no hace nada para que no suba el precio del gasóleo, o que no interviene de alguna manera en el mercado para que ellos puedan seguir obteniendo, al menos, los beneficios mínimos para la buena marcha del negocio, ¡dónde se habrá visto blasfemia económica más grande!
    La patronal del transporte, las cofradías de pescadores y las organizaciones agrarias saben muy bien que tarde o temprano, la subida de las tarifas del crudo, la repercuten los empresarios de gasolineras en sus productos, los transportistas en sus portes, los armadores en el precio de sus pescados, los agricultores en el de sus cultivos. Ahora bien, lo que todos también sabemos es que entre el transportista que recoge un palé de tomates o de boquerones en Almería y lo lleva a Holanda para canjearlo por otro de ordenadores o tulipanes tiene que haber una serie de beneficios para el que descuelga el teléfono en Almería y el que lo hace en Rótterdam; si por el camino hubiese que hacer una llamada a un tercer intermediario de Barcelona, Madrid o París, éstos igualmente deberán tener que hacer caja por descolgar el teléfono para hacer o recibir la llamada, así que el precio del tomate, del boquerón, del ordenador o de los tulipanes se eleva a la enésima potencia y al final todo lo repercutido más el sobre coste lo termina pagando el “pagano” de siempre, es decir el consumidor, que en realidad es el que debería ponerse en huelga por los precios no subvencionados de su gasolina, de su gasoil, de las frutas, del pescado y de cualquier otro bien de consumo al que quiera acceder.
    En esta economía de libre mercado, o mercado de intermediarios, somos los únicos y constantes perjudicados, por muchas huelgas y reivindicaciones que pretendan hacernos creer como justas los distintos sectores que están en ella. Son los trabajadores que ahora secundan esas huelgas de patronos los que pronto se verán pagando las próximas subvenciones o recortes de impuestos que el gobierno acceda a conceder a los que presionan, con tal de no ver deteriorada su imagen ante la opinión pública. Y lo que recojan por un lado lo terminarán pagando por otro, porque en definitiva, todos somos consumidores.
    En realidad pienso que en el trasfondo de todas estas movilizaciones no hay más que la emergencia –de emerger, no de urgencia– de los problemas que el monopolio encubierto de los grandes lobbies del petróleo, de los alimentos, de las multinacionales de la distribución…, ejercen sobre los distintos sectores productivos de un país, sin que los gobiernos de turno tengan capacidad para hacer nada, pues se encuentran maniatados por las directivas de la economía mundial, de este mundo globalizado, que está en manos de los que lo dominan con sus poderes económicos y a través de los títeres que ponen al frente de los gobiernos de las naciones y organizaciones que deciden por toda la humanidad lo que está bien y lo que está mal, lo que conviene,  o lo que no. Y al que saca los pies del plato lo declaran infiel, y a la hoguera con él.


 Teodoro R. Martín de Molina. Junio de 2008
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