"SEGUNDO MANDAMIENTO"
De pequeño me enseñaron que no debíamos tomar el nombre de Dios en vano como uno de los preceptos o mandamientos de la Ley de Dios, en concreto el segundo. Al comienzo de nuestra época democrática, cuando algunos ateos reconocidos y confesos hacían uso del nombre de Dios en expresiones coloquiales como “Gracias a Dios” o “Si Dios quiere”, y otras parecidas, producían un esbozo de sonrisa cuando no una carcajada en el auditorio, pues daban a entender cómo tales expresiones formaban parte del acerbo popular sin tener en cuenta las connotaciones religiosas que pudiesen impregnarlas, sin que para nada fuese tenido como irreverencia o falta de respeto, más bien como un lapsus propio del que vive inmerso en una determinada sociedad con una determinada cultura. Sin duda que aquellos inocentes usos del nombre de Dios, a pesar de que a quienes caían una y otra vez en ese error nos los presentaban con cuernos y rabos, nada tienen que ver con el uso interesado que hoy emplean altos dignatarios en sus peroratas y discursos, con el fin de ponerlo de su parte y tratar de justificar, sus actuaciones y decisiones, sean o no ajustadas a los más elementales preceptos de justicia y equidad. También algunos que tiene que impartir justicia se encomiendan a Él pidiendo su ayuda a la hora de tomar decisiones en vez de hacerlo a sus conocimientos de los códigos pertinentes, o se apoyan en el nombre de Dios como parte esencial en las argumentaciones de las sentencias que dictan. Incluso los hombres de iglesia de tanto usar Su nombre para criticar a los que no piensan como ellos nos llevan a plantearnos la duda si la Verdad está de los canceles hacia adentro o hacia afuera. Supongo que este tomar el nombre de Dios en vano debe ser algo generalizado en todas las religiones. Yo sólo me quiero referir a nuestro entorno occidental en el que vivimos la mayoría de los que nos confesamos cristianos. Siempre me pareció un mal uso del nombre de Dios cuando haciendo referencia a los reyes y reinas se decía aquello de que lo eran “por la gracia de Dios”, también algún caudillo dictador utilizó la misma frase para justificar su perpetuación en el poder y no son pocos los que elegidos democráticamente que también echan mano del nombre de Dios para avalar el poder con que el pueblo los invistió o quizás el exceso de poder que ellos mismos se arrogan sin contar para nada con el pueblo que en un principio fue su valedor; y éste es el caso de dos enemigos irreconciliables como son el presidente de Venezuela y el de los Estados Unidos. Ambos echan mano de Dios como una muletilla más a la hora de justificar sus abusos de poder sin en el menor rubor. La guinda a todo ese desatino la ha puesto hace unos días el señor Bush cuando invocando a su “particular dios misericordioso” –que espero no sea el mismo que el mío− le ha venido a pedir que se acuerde de Fidel Castro para llevárselo con Él, momento que aprovecharán los americanos para llevar su “particular democracia” a los cubanos. Confiemos que cuando eso ocurra –cuando Dios quiera y sin que nadie se lo pida–, la democracia que lleven a los cubanos no sea la misma que han llevado a los afganos y a los irakíes. Si ya de por sí es reprobable el hecho de recurrir a Dios constantemente para avalar sus acciones, qué decir de solicitar su misericordia para provocar el mal a terceras personas. Bien podría haberla implorado para que socorriera a todos aquellos que están sufriendo por su causa, de los que parece acordarse poco. Si a nosotros de niños se nos afeaba el uso indebido del nombre de nuestro Creador, ¿qué deberían decirles a todos estos que con tanta desvergüenza y cinismo faltan al segundo de los Mandamientos? Teodoro R. Martín de Molina. Julio,
2007
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