Portada del libro.

LA GACETA DE GAUCÍN

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"POESÍA Y... ALGO MÁS"  C.P. ANTº MARÍN OCETE. ALFACAR 1997.  TRES RELATOS BASADOS EN UNA MISMA LECTURA.
Cuentan las viejas leyendas, allá en Arabia Saudí, que en una pequeña aldea camino de la Meca, pasó por ella un astuto peregrino del cual os voy a contar su anécdota más singular.
En una mañana, en la cual se vestía de azul el lindo cielo, pasó por un pequeño pueblo Rakán el peregrino. Este singular hombre, vestido con una larga túnica blanca, y de luenga barba gris tenía un aspecto de buen hombre.
El pueblo llevaba más de cinco años de sequía, los suelos estaban tan secos que ni en el más profundo de los pozos quedaba una gota de agua.
Este hombre dijo que haría que lloviera a cambio de toda la fortuna del pueblo. El pueblo accedió rápidamente, pues la gente empezaba a morir de sed. El peregrino advirtió que llovería dentro de seis días, también advirtió que cobraba por adelantado y que mientras, se debería alojar en una posada.
La gente del pueblo lo hospedó en la mejor posada que había e invitándolo a comer. El peregrino ya tenía todo el dinero y ya sólo le quedaba esperar dos días más. Pero... no, el peregrino decidió marcharse dejando una nota que decía así: “Ilusos, como pensáis que un hombre puede hacer que llueva. Eso es obra de Alá, sólo él puede hacerlo”.
Por eso desde entonces la gente del pueblo no se fía de su sombra. Y, con respecto al peregrino no se ha vuelto a oír de él ni se le ha visto por ninguna
parte. Pero... se supone que estará en cualquier otra aldea de Arabia Saudí tomando el pelo a otra gente.
(Pablo Orantes)


Esta es la historia de un hombre ya anciano que viajaba hacia la Meca. Ya llevaba más de un mes viajando y se le acabó el dinero y la comida, solamente le quedaban unos pocos dátiles y un migajón de pan.
Un día pasó por una callejuela muy sucia, llena de ratas y vio entonces a un pobre con todos sus ropajes rotos y que no tenía nada de comida. Al anciano le dio lástima y le dio el migajón de pan y los dátiles que le quedaban. El pobre, nada más darle las gracias, se convirtió en un gran jeque.
- ¡Oh venerable anciano!, me has dado todo lo que tenías, eso muestra que eres un hombre bondadoso, por ello te recompensaré, te daré una gran casa con un jardín y llena de dinero.
El anciano le dio miles de gracias y los dos se marcharon contentos hacia la Meca.
(Germán García)


Un viejo peregrino de larga barba y un poco encorvado por el peso de los años, se dirigía a la ciudad santa de la Meca donde veneraría a su gran dios, Alá. A mitad de camino se hizo muy tarde, estaba cansado y necesitaba aguardarse en una posada.
En el mercado del pueblo se acercó a un muchacho el cual estaba un poco nervioso y le preguntó:
- Buen señor, ¿puede decirme de algún lugar dónde pueda dormir? Vengo yo, buen joven, de tierras lejanas, cansado y hambriento y me dirijo a la ciudad de la Meca a venerar a nuestro dios. Se me hace de noche y me encuentro en la calle.
- Bueno, buen anciano -contestó el joven- yo, aunque  buen musulmán no soy ni sigo mis creen-cias, haré un trato contigo peregrino.
- ¿De qué trato se trata, señor? - preguntó el peregrino.
- Pues mire, buen anciano. Casado con buena y bella mujer estoy, la cual me satisface en todos mis deseos, pero no quiere que me reúna con mis amigos, que según ella son unos holgazanes. Varias noches me han dicho lo bien que se lo pasan. Yo, por miedo a perderla, me quedo en casa. ¡Pues este es el trato, buen anciano! Usted se queda a dormir en mi casa, haciéndose pasar por mí, para lo cual nos cambiaremos las vestimentas, y yo paso la noche en casa de mi amigo Hassán jugando a las cartas.
El anciano quedó pensativo y después de pensarlomucho contestó:
- Está bien, yo lo haré, pero con la condición de que vuelvas antes del amanecer, porque ahora en la noche, es probable que su mujer no me descubra, pero en la mañana sí.
- ¡ Por supuesto! -respondió el joven-, yo lo llevaré ahora a mi casa, que mi mujer está en el mercado y para cuando ella llegue, todo estará preparado.
Fueron a la casa del joven y lo prepararon todo. Tan pronto llegó la esposa del joven, éste se marchó y se quedó el anciano.
- Hola esposo -dijo la muchacha- ¿Cómo has pasado la mañana?
- Bien, bien y con un poco de hambre.
Llegó la comida. Comieron y después descansaron. Llegó la sobremesa y después se fueron a dormir. Él temía que lo descubriera y pasó la noche en vela a la vera de la joven.
Pasó la noche y llegó la mañana, y el joven no llegaba. Eran las ocho de la mañana y tocaba la hora de desayunar. Él se levantó temiendo que lo descubriera. Se sentó a la mesa cabizbajo y cuando la cabeza levantó, todo se descubrió.
La mujer gritaba y gritaba. Él no sabía que hacer. Cuando paró de gritar, se lo explicó todo y ella no lo comprendía, pero dejó que el peregrino se quedara más días. Ya habían pasado tres días y el marido apareció, le abrió la puerta el peregrino y le dijo:
-¡Oh! Amable joven, bien alimentado he sido, acomodado en las noches y con buena compaña. No se preocupe, yo le seguiré encubriendo. Váyase unos días a jugar a la casa de su amigo Hassán, su mujer no me ha descubierto.
(Jessica Miñán)