Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"¿QUIÉN SOY YO?"
   
        De vez en cuando, mi hermano mayor, que de esto sabe mucho más que yo (como de casi todo), publica en su columna del lunes en el Ideal de Jaén un artículo al que, entre nosotros, denomina de desintoxicación, y en él comenta temas no relacionados con la política. A mí, que me gusta aprender de él, me cuesta más trabajo salirme de los parámetros establecidos por mí mismo y pocas veces incluyo alguno de los que mi hermano da en llamar de ese modo. No obstante, hoy voy a intentar escribir éste que suena acorde con las fechas en las que estamos y que puede servirnos de reflexión sobre nuestro papel en esta vida, al menos a mí me surge de esa reflexión.
    Todas las Semanas Santas, aquellos que tenemos por costumbre asistir a las celebraciones propias de las fechas –aunque después no acudamos a ninguna procesión–, oímos en un par de ocasiones la Pasión de Jesús: una vez el Domingo de Ramos y otra en los Oficios del Viernes Santo. Digo oímos, porque en la mayoría de las ocasiones es eso lo que hacemos, pocas veces escuchamos. Pero el pasado domingo, mientras la leían en misa y después la explicaba el sacerdote, presté atención a todos los personajes que iban desfilando junto al protagonista de la Pasión y me hice varias preguntas: ¿Quién soy yo? ¿A quién me asemejo? ¿Con quién no querría compartir similitud alguna? ¿Qué hago por no ahondar en sus heridas y mitigar sus dolores?
    Siendo evidente que el que nunca podría ser es Jesús, en el que veía la personificación del necesitado, el indigente, el acusado injustamente, el mendigo, el desempleado, el inocente, el inmigrante, el reo…, aquél que sólo tiene Amor, y que de todo carece, sobre todo del consuelo, el ánimo, el apoyo, la ayuda de los que van a su lado y pasan sin mirarlo, y mejor que no lo hagan pues cuando lo hacen es para pedir su crucifixión, en mis pensamientos fueron pasando por mi cabeza la mayoría de los demás personajes, y me seguí preguntando:
    ¿Soy Judas, el que vende al amigo y al Maestro y que, aun sabiendo que Él lo ha descubierto y le ha leído el alma, se mantiene en la traición y lo entrega a quienes sólo desean su muerte, o soy Judas, el que no es capaz de pedir el perdón y busca su propio fin?
    ¿Estoy entre los apóstoles que no son capaces de velar con Él mientras, conocedor de su suerte, sufre lo indecible?
    ¿Qué Pedro vive en mí, el valiente que con la espada en la mano pretende defenderlo con la violencia, el cobarde que, sin la espada, por tres veces consecutivas niega conocerlo, o el que llora amargamente su pecado?
    ¿Acaso soy Anás, que intrigo para culpar al que no es culpable de nada y después delego en otro para que actúe según mis deseos, o soy Caifás que me rasgo las vestiduras cuando me enfrento a la verdad y defiendo mi puesto y mi mentira acusando al inocente?
    ¿Pertenezco a la estirpe del Pilatos que aparentemente quiere ayudarlo, o a la del que, lavándose las manos, se desentiende de la suerte del más frágil y lo deja en manos de los lobos sin hacer nada para evitar que lo devoren?
    ¿Soy Herodes que menosprecio al débil, lo disfrazo y me burlo de él junto a mis esbirros?
    ¿Quizás sea uno de los soldados que lo desnudan, azotan, coronan de espinas y se mofan de Él, o la Verónica que en un gesto de compasión le enjuga el rostro?
    ¿Formo parte del pueblo que pide su crucifixión enardecido y alentado en sus más bajos instintos por los agitadores profesionales, o de ese otro pueblo que lo observa con morbosa curiosidad en su camino final, o quizás de aquel otro que a los pies de la cruz le pide que demuestre su inocencia con algún acto milagroso?
    ¿Tal vez sea el Cirineo que obligado le ayuda a llevar la cruz y no quiere saber más de Él, o José de Arimatea que ayuda a bajarlo de la cruz y le da sepultura?
    ¿Soy Dimas, que reconociendo mi culpa confío en la inocencia del Inocente, o soy Gestas, que me alegro de que a pesar de su inocencia comparta mi misma suerte?
    ¿Pertenezco al grupo de mujeres que lo lloran mientras se despreocupan de sus propios hijos, o soy la Madre que con el corazón desgarrado lo llora mientras agoniza?
    ¿Pudiera ser el apóstol querido que se hace cargo de la desconsolada Madre porque Él se lo pide?
    ¿Soy uno de los que se reparten sus vestiduras, o soy el soldado que lo atraviesa con la lanza y al pronto cree?
    ¿Me hallo entre los que cuando se rasga el velo del templo creen, o de los que nunca creerán en Él, por muchos prodigios que vean a su alrededor?
    ¡Qué difícil saber quién es uno!
    De todos los anteriores, por suerte o por desgracia, tenemos un poquito, que nos debería hacer vivir en permanente vigilia para intentar parecernos a aquellos, que durante la pasión merecen la pena ser tenidos como ejemplos, y alejarnos, lo más posible, de esa mayoría de personajes que abundaron y abundan alrededor del que sufre, del necesitado, y no siempre con la intención de ayudarlo.
    ¡Feliz Pascua de Resurrección!

 Teodoro R. Martín de Molina. Marzo de 2008

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