"¿QUIÉN DA MÁS?
A veces, en este período preelectoral, da la sensación de que nos encontramos en una sala de subastas más que en el “coso” de la política. Los políticos de uno y otro signo se dedican a lanzar, un día sí y otro también, cifras y más cifras sobre las distintas ofertas de rebajas de impuestos, subidas de pensiones, inversiones en tales y cuales obras, o cualquier otro aspecto de la vida pública que se preste al mercadeo. Y es que como ahora “toca” la economía, las propuestas se centran en ese tema y se suceden con tal rapidez, que los ciudadanos apenas si tenemos tiempo para asimilarlas. Tan es así que oímos y oímos, pero no nos enteramos de casi nada. Claro está que cada uno de los contendientes en la batalla electoral no sólo debe exponer su propuesta, sino que, al mismo tiempo, tiene que rebatir la del contrario, el cual, a su vez, se ve obligado a reforzar sus planteamientos y argüir nuevos aspectos antes no explicados o que “fueron mal interpretados”, todo lo cual va en perjuicio de nuestra capacidad de asimilación. Y en éstas estamos. Así pasan los días de precampaña y sabe Dios lo que nos esperará desde ahora hasta que llegue el día 9 de marzo. La ingeniosidad de los políticos no tiene límites y creen algunos de ellos que nuestra ingenuidad tampoco. Pero pobre de ellos si piensan que conseguirán embaucarnos con su tintineo de monedas o con sus contraofertas de igual índole. Ya pasamos por el vendedor ambulante que llegaba al pueblo con su camión repleto de mantas, amén de otra quincallería varia, consiguiendo arremolinar a su alrededor a muchos vecinos ociosos que escuchaban atónitos la sucesión de ofertas hasta llegar al: “Además, por si no tenía bastante, también le voy a dar por el mismo precio, esta preciosa mantelería lagarterana, y por si eso le pareciese poco, también, el cobertor de cuna para abrigo del más pequeño de sus hijos, pero por si no tiene niños pequeños, le regalo este juego de toallas y…”, de ese modo seguía y seguía hasta que el que se las daba de listo picaba el anzuelo y entre todos los miembros de la familia acarreaban aquel montón de cobertores, mantelerías y toallas, del que jamás explicaría el tiempo y servicio que le dieron a él y a los suyos, algunas prendas no resistían ni el primer lavado. En este país nuestro, desde la implantación de la democracia, ya se ha producido en más de una ocasión la alternancia en el poder. Todos tenemos memoria, aunque hay a quienes les gustaría que fuésemos amnésicos, pero no. Algunos, como las personas de edad, hasta recuerdan mejor lo más lejano que lo más próximo. Ya sabemos del modo de gobernar de unos y otros, de las promesas que en anteriores comicios nos hicieron y del grado de cumplimiento de las mismas. Ya hemos oído mucho, antes y ahora, sobre las bajadas de impuestos, la creación de puestos de trabajo y los porcentajes de inversión en educación o infraestructuras. También hemos visto cuántas de dichas promesas se quedaron en eso y cuales se llevaron a término. Conocemos, o en principio creemos conocer, a unos y otros: a los que llevan cuatro o veinte cuatro años en el poder y a los que llevan otros tantos en la oposición, así que ¿a cuántos creen que van a engañar con sus superofertas de fin de temporada o de inicio de la siguiente? Menos mal que de vez en cuando, entre cifra y cifra, se deslizan otros asuntos que hacen que, al menos por unas horas, dejemos la calculadora a un lado y nos entretenemos con las pastorales de los obispos, las simpáticas confecciones de listas, algunas decisiones judiciales de última hora y otras menudencias que permiten al personal respirar un poco y bajar, antes de subir, de las nube económica con la que en estos momentos pretenden envolvernos aquellos que deciden lo que toca y lo que no toca ahora. Teodoro R. Martín
de Molina. Febrero de 2008
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