Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

Provincianismo

 

Hace un par de semanas, de vuelta de la Alpujarra, oí una entrevista con Adelaida de la Calle, castellana afincada en Andalucía desde hace más de treinta años y rectora de la Universidad de Málaga, en la que ante la pregunta de la periodista acerca de la disputa entre Málaga y Córdoba por la capitalidad europea de la cultura para el 2016 hacía referencia al provincianismo ella lo llegó a catalogar de catetismo tan propio de muchas de las ciudades y pueblos andaluces, de sus ciudadanos y, no digamos, de sus autoridades.

            Coincidí, y coincido, con la Sra. Rectora en el planteamiento que hacía sobre la irritante inconsciencia del sentimiento de pertenencia a una comunidad regional del andaluz, mientras que el localismo acérrimo nos domina y nos hace ser incapaces de ver poco más allá de nuestras achatadas o aguileñas narices, sin que lleguemos a darnos cuenta de que lo que es bueno para Andalucía a la postre será bueno para todos y cada uno de sus territorios, y viceversa.

            Vivo en una ciudad, en una provincia, en la que día tras día compruebo el lamento permanente del agravio comparativo con todas y cada una de sus provincias hermanas, que más que hermanas parecen hermanastras y mal avenidas, sobre todo si se trata de Málaga o Sevilla, la una porque teóricamente asume la capitalidad de la parte oriental ─evidentemente en detrimento suyo─ y la otra la capitalidad de toda la comunidad. Llega a tal punto el sentimiento de inferioridad que no existe logro propio que se valore por sí mismo sino siempre en comparación con los demás, o al contrario, no existe logro ajeno del que no se sienta envidia y se achaque al favoritismo del que gozan porque las autoridades las benefician a ellas mientras perjudican a las otras, bueno, cuando digo las otras ellos se refieren solamente a sí mismos.

            Si es el AVE, tiene que llegar a la ciudad del mismo modo que a Sevilla o a Málaga, si el metro, ¿cómo se puede imaginar que no sea soterrado como los de las demás ciudades andaluces que lo tienen?, si es cualquier otra cosa, pues más de lo mismo, vaya, como los niños chicos: “culito veo, culito deseo”, y aunque no sea necesario, ni pegue de ninguna de las maneras, es igual, yo también lo quiero, y si es más grande y mejor, pues con más vehemencia todavía.

            Es tanta su ofuscación que no llegan a valorar en sí mismo lo muchísimo bueno que tienen, más al contrario, si pueden, se vuelven a enzarzar en disputas pueriles sobre quién debe gestionar la Alhambra,  uno de los monumentos más emblemáticos de nuestra tierra, otro tanto si hablamos de Sierra Nevada, o si el consorcio del Parque de las ciencias, el museo más visitado de Andalucía, debe pagar el IBI o no, o se deja abandonado el Palacio de Congresos porque fue cosa de los otros, o la Feria de Muestras porque no está dentro del perímetro municipal de la capital, problemas permanentes con los municipios limítrofes por la ubicación de dependencias dentro del P. T. de Ciencias de la Salud..., a puñados, pueden ser los ejemplos del localismo endémico en el que vive la conocida como “tierra del chavico”, en la que las salidas de tono y las meteduras de pata de sus representantes locales es moneda tan corriente que ya llega a aburrir con su impenitente repetición.

            Sin entrar a considerar los aspectos económicos y las peculiaridades de la titularidad de la caja de ahorros cordobesa Cajasur, pienso que el desenlace de estos días con la intervención de la caja por parte del banco de España, ─que dicho sea de paso, nos va a costar un pellizco a todos los contribuyentes por la mala gestión de sus directivos eclesiásticos y no eclesiásticos─, entra dentro de todo este sentimiento provinciano y localista, una mezcla de envidia y falso amor propio. Los cordobeses, sobre todo la cúpula eclesial, no soportaban que fuese una caja malagueña (gobernada por rojos), la que absorbiera a SU caja; si hubiese sido castellana, valenciana, murciana o de otra región tal vez, pero que una malagueña se haga con el dominio de la caja que han llevado a la ruina unos nefastos gestores que, como otros muchos, cayeron en el almíbar de la especulación del ladrillo, no lo podían soportar y han preferido quedarse ciegos (la intervención) si con ello los otros perdían un ojo.

            Lo malo del asunto es que ellos son los que se van a quedar ciegos y todos los andaluces corremos el riesgo de que perdamos un poco de vista, sobre todo una vez que, saneada la entidad con el dinero de todos, vengan de fuera de Andalucía con sus manitas limpias y se lleven lo que nunca se debió de permitir que tomase la deriva que ha tomado. Todo lo anterior es solamente comprensible desde la perspectiva de este provincianismo absurdo que nos va a matar, y la soberbia y prepotencia de unos gestores que han demostrado dos cosas: ser capaces de arruinar lo que gestionaban y ser incapaces de buscar la mejor solución para la caja, para Córdoba y por extensión para toda Andalucía.

            Tenemos asegurada una segunda parte cuando le toque el turno a Caja Granada. Argumentarán que hay que defender la "marca" frente al invasor.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 25 de mayo de 2010

 
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