Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"POR OBLIGACIÓN"
     
    Todo aquello que se ha de hacer por obligación, que no se asume de buena gana sino porque así está establecido o porque nos dejamos llevar por la costumbre o las imposiciones de algunos, termina convirtiéndose en una triste parodia que poco o nada dice a favor de quienes lo llevan a cabo y del hecho en sí mismo. Como toda parodia está próximo a la simulación y en ella se actúa de un modo hipócrita, algo que poco ayuda a una mejor opinión sobre el género al que pertenecemos.
    El pasado 31 de diciembre, en un telediario creo que fue, pude ver cómo un entrevistador se acercaba a un grupo de jóvenes que había tenido la idea de recibir al nuevo año con un día de antelación. Es evidente que iban ataviados con las “galas” propias de Nochevieja y pertrechados de todos los confetis, matasuegras, bocinas y otros instrumentos ruidosos que hacen que el personal se anime. También, al menos por las apariencias, llevaban en el interior las convenientes dosis de estimulantes líquidos o gaseosos que ayudan a que las timideces se queden en el cajón de la cómoda de casa. Entonaban cánticos típicos de tales eventos y respondían a duras penas y con voces bastante gastadas a las repetitivas preguntas del periodista.
    Me dio la impresión de que ya, como dicen en el pueblo de mi mujer, “no nos harta ni la Nochebuena”. Por ello tenemos que echar mano de las vísperas de las celebraciones para ser originales y dar rienda suelta a no sé qué deseo oculto o a lo que yo entiendo como “divertirse por obligación”. Así ocurre que hay que celebrar los santos, los cumpleaños, los aniversarios de lo que sea, los fines de cualquier cosa: carrera, curso, trimestre, o, simplemente los fines de semana y, no digamos, las celebraciones por antonomasia que son todo el conjunto de fiestas que en estas últimas semanas hemos disfrutado. Y la forma de divertirse no es reunirse con la familia o con los amigos para, de modo distendido y animado, charlar y comentar nuestros devenires en los últimos tiempos o en otros anteriores, comunicarnos nuestras inquietudes y esperanzas, consolarnos en nuestros múltiples achaques y darnos ánimos para afrontar lo que nos espera. No, la conversación deriva por lo trivial, por lo obligado, por el estereotipo de preguntas y respuestas que todos tenemos en mente. Si acaso con el compañero de al lado, al que se ha buscado según el perfil de afinidades, se llega a mantener un atisbo de diálogo que, evidentemente, no se extiende al resto porque nadie está interesado en ello. Cada uno está preocupado por lo propio y todos lo están en las bebidas y comidas que abundantemente se extienden sobre las mesas.
    Por obligación se tiene que comer y beber en demasía. Por obligación se tiene que mostrar afecto por aquél por el que nunca se ha sentido, por obligación debemos ir y venir, dar y recibir, salir y entrar…
    Por obligación, lo que debería ser ordinario en el día a día se convierte, por mor de lo establecido, en algo propio y, a veces privativo, de esos días en los que todos somos distintos sin dejar de ser los mismos; es lo que más me fastidia del asunto: las apariencias. Y, como dice el dicho popular, que rara vez se equivoca, las apariencias engañan.
    ¡Y tú que lo digas!, diréis vosotros.


    Teodoro R. Martín de Molina. Enero de 2008

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