Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

PLEITOS TENGAS Y LOS GANES

¡Qué sabios son los gitanos!
Dios nos libre de tenernos que poner frente a un tribunal. Ante los mismos hechos es notorio que las interpretaciones de aquellos que debieran tener una sola, casi nunca se da. Podemos encontrarnos con variantes tan diversas que, muy a mi pesar, me hace coincidir con el ex alcalde de Jerez en su concepto de la justicia, aunque yo diría más que de la justicia, de los jueces, los encargados de impartirla.
Por primera vez en mi vida me he entretenido en leer el texto íntegro de una sentencia, creo que no volveré a repetir la experiencia; o quizás me lea la del caso “Farrukito”, o la de este mismo tribunal en la que absolvía a otros policías por la detención ilegal con lesiones de un sindicalista durante una manifestación. Si llego a leerlas será con el único y sano propósito de intentar ser capaz de interpretar los misterios de los veredictos de los jueces, que ahora dicen esto y después dirán aquello, y antes dijeron esotro.
Si los jueces siempre actuasen con el mismo criterio que lo han hecho en esta ocasión y si todos aquellos que son retenidos o detenidos de un modo similar al que lo fueron los militantes del PP (¡cuántos se darían con un canto en los dientes porque su “detención” fuese una milésima parte de educada, cordial y discreta que la de ellos!) presentaran denuncia ante los tribunales, seguro que el colapso de los juzgados llegaría al no va más, y si, además, todas las sentencias fuesen tan ejemplares como ésta, es claro y evidente que el número de policías que quedarían inhabilitados se multiplicaría de modo exponencial y las vacantes en los cuerpos de seguridad del estado serían innumerables.
Dicen, y tendríamos que creerlo, que el sello de la justicia es la igualdad e imparcialidad, y en el día a día se demuestra, con sentencias como ésta a la que me refiero, que dista mucho de que esa sea la práctica, pero igual que con ésta sucede con decenas de ellas. Baste sólo comparar las sentencias y condenas que recaen sobre los rateros de tiendas, coches o viviendas, con aquellas que lo hacen sobre los llamados de cuello blanco, el grado de cumplimiento de unas y otras y la proporcionalidad de los penas impuestas con los hechos juzgados.
A mi humilde modo de entender, es ésta una sentencia política instigada por políticos que ha encontrado eco en un tribunal propenso a dejarse influenciar y que, como gran parte de la judicatura, está politizado y casi siempre tirando para el monte de la derecha que es de donde vienen y es en donde se encuentran más felices y a sus anchas.
Desde los primeros párrafos de la sentencia ya se va intuyendo el final que encontraremos después de leer los 61 folios. El tribunal asume punto por punto todos y cada un de los planteamientos de la acusación particular; no sé mucho de esto pero a un lego como yo le extraña la disparidad de criterios entre la fiscalía, acusación particular y la defensa, entre estos más comprensible, pero ¿entre aquellos?
Lo único que hace falta es que ahora otro tribunal o instancia pertinente, inventada o por inventar, obligue a que dimita el antiguo ministro de interior, y el actual, el actual ministro de defensa y el anterior (aunque ya haya dimitido, que lo haga de nuevo) y el
presidente del gobierno, y el gobierno en pleno, para qué quedarnos en minucias, porque no es tolerable que el hecho  más ignominioso de toda la democracia española se sustancie solamente con el encarcelamiento e inhabilitación de tres policías y la dimisión del delegado del gobierno en Madrid.
Dicen los de la derecha, y con razón, que la izquierda jamás aprende del ejemplo que siempre les dio y les da ella respecto a todos los aspectos de la vida pública y sobre todo en lo relacionado con esto de las dimisiones, aunque, bien es cierto que, como nuestra derecha nunca hizo, hace ni hará nada mal, no tuvo, tiene, ni tendrá nunca motivos por los que dimitir.
(En la foto de abajo Manuel Pimentel, caso único, la excepción que confirma la regla.)
   
Teodoro R. Martín de Molina. Mayo-2006               

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