PARALELISMO
Salvo honrosas excepciones las hinchadas futbolísticas de nuestro país están dividas casi a partes iguales entre los forofos del Madrid y los del Barça. Es normal que cada uno sienta predilección por los colores de su equipo y que desee la victoria de los suyos en todos y en cada uno de los encuentros en los que interviene. Es menos normal que cuando el equipo propio pierde por no jugar bien, el aficionado no se sienta muy decepcionado y comprenda el porqué de la derrota del equipo de sus amores. Es bastante comprensible que cuando el equipo rival pie rde, el contrario se quede tal cual, ya que ni le va ni le viene. Pero es totalmente incomprensible mas, por desgracia, moneda corriente entre los ultras de uno y otro equipo la alegría de estos ante la derrota del enemigo de toda la vida, y así, casi se prefiere la derrota del contrario sin importar mucho si el equipo propio sale victorioso o derrotado: lo único que les llena de satisfacción es cuando el contrario sale derrotado y si esa derrota es humillante, mejor que mejor. Lo anterior no es sino un modo de expresar la conocida envidia de nuestro país y de nuestros paisanos, de todos, o casi todos, nosotros: padecer con el bien del contrario y disfrutar con su mal, mientras peor, mejor. Si nos trasladamos a otros ámbitos de la vida los sentimientos no cambian mucho. Somos un país de extremos, de polos opuestos, de posturas encontradas y en muchas ocasiones irreconciliables, y esos mismos sentimientos se reproducen en el trabajo, en lo cotidiano, y ¡cómo no!, en la política. Esa forma tan sui géneris de contemplar con cierta alegría cualquier desliz, traspiés o “varapalo” a la política gubernamental se hace más sangrante cuando es el fin de la violencia, mejor dicho, los reveses en el proceso, lo que produce esa satisfacción de aquellos que en el fondo parecen desearlo un poquito menos. Quizás resulte dura, fuerte o pesimista mi visión de los aconteceres pero los comentarios que oigo y leo, las declaraciones de algunos, que no son pocos, desde que ETA declaró el alto el fuego, no me llevan más que a pensar que éste nuestro país es un país de hooligans en todos los sentidos y que muchos, metafóricamente hablando, se dejarían arrancar cualquiera de sus “ojos”, o incluso los dos, por ver el proceso con los ojos ciegos o, por lo menos, “tuerto” de uno de ellos. Parecen disfrutar y frotarse las manos ante el indicio o la noticia de que ha sucedido un atentado, por irrelevante que sea, o de que existen datos sobre una posible carta de extorsión enviada a un empresario que estaba de vacaciones cuando el anuncio, de cualquier altercado callejero en el País Vasco, o de las declaraciones altisonantes y extemporáneas de los abertzales ilegalizados. Aplauden efusivamente las decisiones judiciales que coinciden con sus planteamientos, muestran su tibieza o frontal rechazo cuando la coincidencia no es total o no se le aproxima y se jactan cuando presumen que cualquiera de los hechos anteriores pueden enturbiar (¡ojalá dar al traste!) con el sendero emprendido en busca de la paz. Mal camino es este que nos lleva a desear el mal ajeno pensando que así conseguiremos nuestro bienestar, puesto que en una comunidad el mal de unos no es más que el mal de todos, defendamos las ideas o los planteamientos que nos parezcan más i dóneos. La política, por mucho que la llevemos al terreno de las vísceras, no es equiparable al balompié, éste es sólo un juego y en aquella nos jugamos todos los días nuestro futuro. No sé si lo dicho es duro, fuerte o pesimista, pero cuando se escuchan ciertos comentarios, dígaseme si lo aquí expresado se aleja mucho de la realidad. Teodoro R. Martín de Molina. Mayo-2006 |