Palabras de
presentación de la exposición "Bosquejos" de Salvador Martín
de Molina
CARMEN PÉREZ
MIÑANO
Dra. Historia del Arte
En esta vía abrupta que es la vida, Salvador Martín de Molina
se topó tras una larga convalecencia con un medio de avanzar resueltamente
a modo de catarsis: la pintura, como ejercicio de retorno a lo humano, y su
pequeña historia personal se vio afectada por la Historia, con mayúsculas,
implicándose en menesteres que atrajeron su motivación
artística. La poesía, -Veinte pinceladas para unos versos (2004)-;
el relato: Seis personajes en busca de una cárcel (2001), editado
por la asociación de amigos de los Iberos; el ensayo histórico,
-ha trabajado vindicando el escenario de su ciudad natal, Gaucín,
como el lugar donde la Carmen de Merimée escogió como centro
de sus correrías- y por supuesto, la pintura.
El fruto de la palmera está maduro y esa madurez serena se
manifiesta de forma natural en la pintura de este hombre que parece
que llevara toda la vida dedicándose a ella. No en balde fue
galardonado con el Primer premio de pintura otorgado en 2000 por la
Diputación Provincial.
Salvador Martín, aparte de prestigioso jurista de oficio, es poseedor
de una rica y dilatada vida cultural, desarrolla una gran actividad pictórica
fruto de la cual es esta nueva exhibición de 30 obras que ha querido
llamar, con modestia, Bosquejos.
El bosquejo o boceto responde a la definición de aquellos trazos
fundamentales y sin precisión esbozados por el artista que sirven
como preparación para una obra definitiva. Trazos sueltos que, a mi
juicio, resultan definitivos por sí solos en muchos casos de lo que
vemos expuesto ahora en Jaén.
Si bien toda elección formal es fruto de una filosofía y una
ética -que no entraré a discutir en el caso de Salvador Martín
por no introducir el desacuerdo con las palabras y conducirles al límite
de la duda, y no quisiera salpicar de dudas lo que nuestros ojos pueden contemplar
en la sala de exposiciones-, si cabe un breve comentario que ilumine
un poco su significación profunda. Salvador Martín
no es un aficionado. Salvador es un amateurs, cultivando el arte sin hacer
de ello su profesión, es incapaz de controlar su espíritu en
movimiento: pintar es una necesidad y un disfrute, dice en el programa de
mano.
Con su maestro, José Rodríguez Gabucio, ha seleccionado un
par de acuarelas, una guacha, 3 óleos y 24 acrílicos en los
que son precisamente el abocetamiento de su factura y la riqueza de su gama
cromática los parámetros más sonados de su lenguaje con
la plástica.
Valiente con el pincel, su trazo es rápido y suelto, como corresponde
en el caso de los acrílicos, de secado rápido y poco proclive
al repinte, casi una pintura directa, resuelve los efectos lumínicos
sin problemas en el dramatismo romántico de sus nocturnos o a plena
luz, exprimiendo la poesía del aire.
Salvador experimenta su poética donde reúne y mezcla paisajes
de alto contenido lírico en los paisajes de su querido Gaucín
malagueño o en aquellas otras vistas sesgadas de las tierras de Jaén.
La anécdota, el detalle del paisaje urbano como el caso de ese genius
loci , ese duende jaenero popularmente llamado la mona de la fachada plateresca
de la Catedral, portada de esta exposición, o la ruina de las fortalezas
roídas por el tiempo sobre bravíos paisajes que evocan la historia
y, aparte del regusto por lo pintoresco, nos evocan también la filosofía
del desengaño ante el fracaso final de todas las empresas humanas,
suscribiendo las palabras de Rodríguez de Ceballos.
Querido Salvador, a pesar de la premura del encargo para que te hiciese
esta presentación, mis palabras no son fruto de la amistad que generosamente
me has ofrecido, sino de lo que he visto, bosquejos, también, a vuelapluma
en este caso, de tu pintura.
Te deseo muchos éxitos y permíteme unas palabras finales a
modo de colofón que aunque no son de San Juan de la Cruz son
de mis santos particulares:
Habéis tenido la suerte incomparable de tomar forma humana. No perdáis
el tiempo. Aportad vuestra contribución a la obra esencial de
la vida. Forma y sustancia son como el rocío sobre la hierba, el destino
es como un relámpago y se desvanece en un instante.
Muchas gracias.
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