Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"MULTAS"

    Un señor juez, residente en Sevilla, se acercó un fin de semana a Granada para asistir a una reunión de amigos. Quiso la casualidad que en las cercanías del lugar en el que había quedado con ellos no hubiese un parking subterráneo ni tampoco lugar al aire adecuado para el aparcamiento del coche en el que realizó su desplazamiento desde la capital hispalense. Tras no pocas vueltas alrededor de varias manzanas percibió que uno de los coches aparcados tenía encendida las luces de marcha atrás, signo inequívoco de que iba a dejar espacio libre para que el señor juez pudiese dejar su coche. Tras realizar las maniobras pertinentes, al bajarse se percató de que la parte izquierda de su automóvil ocupaba una zona de las líneas blancas y azules que señalizan horizontalmente un paso de peatones. Viendo que no impedía la libre circulación de los viandantes, y vista la imposibilidad de encontrar un aparcamiento en condiciones, en contra de su estricto sentido del deber, decidió, tan solo por esta vez, dejar su vehículo aparcado de modo, hasta cierto punto, irregular.
    En el entreacto de la reunión con las amistades, el señor juez no se pudo dar cuenta de que una pareja de policías municipales que ocasionalmente transitaba por el lugar se percató del aparcamiento inadecuado del coche del señor juez, huelga decir que ellos no sabían quién era el propietario del mismo; bien, los policías, en cumplimiento de su deber, y atendiendo a las órdenes emanadas del departamento municipal correspondiente, procedieron a denunciar al vehículo aplicándole el artículo tal del código o la ordenanza cual. Al poco de dejar el impreso manuscrito en el parabrisas, pillado con el limpia, unos amigos de la diversión, que no tenían otra cosa en la que entretener su tiempo, tomaron descuidadamente la notificación y haciéndola añicos la arrojaron al pavimento entre vivas y otras gritos de alegría.
    El departamento de tráfico, al no poder identificar al conductor del vehículo, le instó a ello por medio de una notificación enviada por correo al señor juez a su domicilio de Sevilla. El juez que sólo se acerca a su casa cuando el crepúsculo hace acto de presencia no se apercibió del aviso de Correos que estaba tirado en el suelo a la entrada de su vivienda. Era un día de lluvia, así que el papel quedó totalmente ilegible tras ser pisado en varias ocasiones por todos los que entraron sin percatarse de su presencia, así que vista la imposibilidad de leerlo bien, pensó que si era importante ya se lo comunicarían de nuevo.
    Cuando su esposa recibió en mano, y firmó el recibí, la nueva notificación, resultó ser que por unas razones y otras, que ni el mismo señor juez alcanzaba a comprender, la infracción de tráfico se había convertido en un aviso de embargo de cuenta por un montante superior a 500€, debido a los recargos de demora y apremio de la multa por mal aparcamiento y por no identificar al conductor que dejó mal aparcado el vehículo.
    No crean ustedes que el señor juez no es un entendido en leyes, él conoce la ley a la perfección, pero cuando tuvo en sus manos el aviso de embargo se vistió de ciudadano de a pie, y lo que no entendía muy bien era el montante que había alcanzado una simple infracción de tráfico en comparación con la sanción en forma de multa que le había impuesto el Consejo General del Poder Judicial por no dar la orden para ejecutar la sentencia que condenaba a prisión al presunto asesino de una pequeña niñita onubense, hecho que permitió al condenado, un pederasta confeso y convicto, estar en contacto con seres tan indefensos como una niña de tan corta edad.
    “Y seguiremos diciendo –pensaría el señor juez– que la justicia es igual para todos y para todo”. Pues si eso es así, ¡que venga Dios y lo vea!, digo yo.

Teodoro R. Martín de Molina. Enero de 2009
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