Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

colaboraciones      narrativa     romances    mis alumnos   enlaces   libro visitas   contactar   inicio  presentación

OPINIÓN

"MOROS Y CRISTIANOS"
   
    Siguiendo con mi viaje a Castilla, y al hilo de tema tan de actualidad, intentaré escribir unos párrafos acerca de la tan traída y llevada Ley de la Memoria Histórica.
    A la entrada de la catedral de Toledo, la sede del primado, monseñor Cañizares, tan distinguido por su independencia y equidistancia de las posturas políticas de nuestro  país, un gran cartel nos anunciaba que el próximo 28 se van a beatificar a no sé cuántos sacerdotes de la diócesis toledana. Una vez en su interior –tras pagar religiosamente los euros de rigor, algo a lo que suelo llamar “ritos paganos” en todo su doble sentido–, de nuevo en unas pantallas repartidas por las distintas naves laterales también nos anunciaban el acontecimiento de la beatificación de los “mártires” del año 36 –las comillas son mías–.
    En el paseo obligado por la maravilla que es la ciudad, son muchas las iglesias que  forman parte del recorrido turístico de cualquier visitante, en casi todas ellas, como en la mayoría de las de nuestro país, se pueden ver placas recordatorias de los llamados mártires caídos por Dios y por España durante la guerra civil,  con añadidos que nos recuerdan de parte de quién estaba dios –no me queda más remedio que escribirlo aquí con minúscula, pues si eso es así sería un dios parcial que nada tiene que ver con el Dios que ama a todos sus hijos–. Esto que aparentemente pasa como normal –en todo caso indiferente–, entre la mayoría de los ciudadanos, sientan y piensen o no como los propuestos para santos, contrasta sobremanera con el revuelo que la mencionada ley está levantando entre los sectores más reacios a condenar todo aquello que tenga relación con el franquismo. Prueba de ello son las declaraciones, que hemos conocido en estos días, de Mayor Oreja, en las que el eurodiputado del PP se preguntaba literalmente: ¿Por qué voy yo a condenar el franquismo?, y se quedó tan pancho. No me cabe la menor duda de que el ex ministro de interior exterioriza el pensamiento de una mayoría de los dirigentes y votantes del partido de la derecha, así como de la jerarquía eclesial.
    Este casi medio millar de clérigos que van a ser beatificados tendrán un merecido reconocimiento dentro del ámbito religioso, que es el natural. No obstante, también debemos recordar que con posterioridad a sus asesinatos ya tuvieron un reconocimiento que traspasaba claramente lo religioso y que se enmarcaba en lo político, evidenciando el “matrimonio de hecho” que antes, durante y después de la guerra civil mantuvieron la iglesia y el bando de los sublevados contra el legítimo gobierno de la nación. Sus nombres fueron esculpidos en lápidas en las capillas, iglesias y catedrales que los vieron desarrollar su labor y, junto con otros, al pie, al lado o detrás de la “Cruz de los Caídos” que había en casi todos los pueblos de España. Constantemente, durante casi cuatro decenios, al menos una vez al año, se les volvían a recordar y homenajear como mártires por Dios y por España.
    Junto a estos religiosos fueron muchos otros miles los que también tuvieron un reconocimiento de uno u otro tipo. Son aquellos de los que sus paisanos, vecinos o conocidos hemos oído hablar a lo largo de todo este tiempo desde que fuesen asesinados o murieran durante la contienda. Sin embargo existen otros miles, no sabría decir si más o menos que los anteriores, que resultaron muertos durante la guerra luchando por sus ideales, de los que la mayoría no hemos tenido noticias, sólo se les ha recordado en el ámbito familiar y en algunos casos con sentimiento de culpa, y siempre con el miedo metido en el cuerpo que ése era el reconocimiento que le dio la dictadura, la espada de Damocles sobre los familiares de aquellos que fueron asesinados por defender sus ideales, tan legítimos, al menos, como aquellos otros que dentro de poco van a ser beatificados o los que durante todo el período dictatorial tuvieron algún tipo de recompensa moral y/o material.
    De estos olvidados por la colectividad durante tan largo período es de los que viene a acordarse fundamentalmente la ley. No creo que sea una ignominia, un abrir viejas heridas, un ofender a nadie, el tratar de, por lo menos, conocer dónde se encuentran enterrados, en cuál de las miles de fosas comunes están los cuerpos de esos otros miles de españoles del bando de los perdedores cuyos familiares deberían tener la posibilidad de enterrarlos en un lugar concreto en el que poder rendirle el íntimo homenaje que como mínimo se merecen.
    Me gustaría llegar a entender la razón por la que unos son santos y no lo son los otros, el porqué se remueven las conciencias cuando se trata simplemente de reconocer el hecho de la muerte injusta y violenta de aquellos que fueron asesinados, no ya durante la guerra civil, sino, lo que es más terrible, a lo largo de la dictadura franquista, lejos ya de los irreflexivos e irracionales momentos de la guerra, y, sin embargo, la prevista beatificación se entiende como “un aliento para fomentar la reconciliación en España en un momento en que parece amenazada”, en palabras del portavoz de la Conferencia Episcopal.
    De chicos, en un afán por igualarnos en todo, decíamos aquello de “todos moros o todos cristianos”, pero está visto que somos habitantes maniqueos de un país maniqueo en el que estás conmigo o estás contra mí, y siempre habrá moros y cristianos, buenos y malos, justos e injustos, etcéteras y así sucesivamente. No tenemos remedio. Y mucho me temo que así será “per saecula saeculorum”.

Teodoro R. Martín de Molina. Octubre de 2007.

VOLVER A "OPINIÓN"