MORENITO Y SEVILLANO.
Uno de mis maestros, aficionado a amenizarnos las clases con sentencias,
refranes, frases célebres y chascarrillos de la más variada
tipología, nos solía hacer con bastante frecuencia la siguiente
pregunta:
-¿Te gustaría ser morenito, sevillano y de ojitos claros?
Evidentemente el objetivo de nuestro maestro no iba más allá
de divertirnos un rato y de que la clase saliese de la monotonía del
“dos por dos cuatro, dos por tres seis...”. No obstante, sus alumnos respondíamos
de muy diversa manera según las propias características de
cada uno: estaban los que respondían con un seco “sí” o “no”,
los que sólo aceptaban algunas de las mencionadas características,
los entusiastas que quisieran asumirlas todas desde ese mismo instante, los
que abjurarían al momento si, por arte de birlibirloque, fuesen impregnados
de las tales, etc.
Estos hechos sucedían allá por los años cincuenta cuando
en nuestro país se vivía lo más férreo de la
dictadura franquista, cuando los maestros eran seres, no muy valorados por
la sociedad (que nunca lo hemos sido), pero que infundían un grande
respeto y, en muchas ocasiones, afecto, cariño y admiración.
¿Podemos imaginar las reacciones de los muchachos de hoy en día,
de ésta u otras latitudes, no ante una invitación o sugerencia
lúdica como era aquella, sino un imperativo que obligase a seguir
lo dicho por el que manda?
Independientemente de la intención con la que nuestro maestro la formulara,
la pregunta en sí encierra la definición de un arquetipo al
que, desde la perspectiva del que ostenta el poder, sería aconsejable
que la mayoría de los ciudadanos se aproximasen o la tuviesen como
espejo en el que mirarse a la hora de crecer como personas. Y, queramos o
no, nos guste más o menos, estemos contentos o disgustados, todos
somos distintos y somos fruto de nuestros genes y de la sociedad en la hemos
nacido, nos hemos criado y hemos ido formándonos como personas individuales
y colectivas.
Es bueno oír, y hasta escuchar, aquello que nos cuentan otras personas
con otros genes y que han vivido y se han formado en otras sociedades con
sus estilos de vida, su culturas, sus creencias y sus convicciones. También
es bueno que, si tenemos afanes evangelizadores, hagamos el recorrido en
sentido contrario y demos a conocer nuestros pensamientos, sentimientos y
modo de ver la vida a otras personas. Lo que nunca puede se bueno y jamás
puede justificarse es el hecho de intentar, cuanto más obligar, con
subterfugios, imposiciones, por medio de la fuerza y haciendo uso de todo
lo perverso que posee el ser humano, que todos sean como somos nosotros o
que todos seamos como son los
otros. Ni lo uno ni lo otro.
Que si no se es “morenito, sevillano y de ojitos claros” seguro que se poseen
otras particulares que a aquél que las ostenta le hace sentirse orgulloso
y satisfecho de ellas y con seguridad que son tan valorables y tan dignas
de ser respetadas y tenidas en cuenta como las referidas en la frase que
mi querido maestro nos decía con una finalidad que para nada tenía
que ver con el posicionamiento que en estas palabras he tratado de expresar.
Y no digo más.
Teodoro R. Martín de Molina. Julio-2005.