Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

MORENITO Y SEVILLANO.

Uno de mis maestros, aficionado a amenizarnos las clases con sentencias, refranes, frases célebres y chascarrillos de la más variada tipología, nos solía hacer con bastante frecuencia la siguiente pregunta:
-¿Te gustaría ser morenito, sevillano y de ojitos claros?
Evidentemente el objetivo de nuestro maestro no iba más allá de divertirnos un rato y de que la clase saliese de la monotonía del “dos por dos cuatro, dos por tres seis...”. No obstante, sus alumnos respondíamos de muy diversa manera según las propias características de cada uno: estaban los que respondían con un seco “sí” o “no”, los que sólo aceptaban algunas de las mencionadas características, los entusiastas que quisieran asumirlas todas desde ese mismo instante, los que abjurarían al momento si, por arte de birlibirloque, fuesen impregnados de las tales, etc.
Estos hechos sucedían allá por los años cincuenta cuando en nuestro país se vivía lo más férreo de la dictadura franquista, cuando los maestros eran seres, no muy valorados por la sociedad (que nunca lo hemos sido), pero que infundían un grande respeto y, en muchas ocasiones, afecto, cariño y admiración. ¿Podemos imaginar las reacciones de los muchachos de hoy en día, de ésta u otras latitudes, no ante una invitación o sugerencia lúdica como era aquella, sino un imperativo que obligase a seguir lo dicho por el que manda?
Independientemente de la intención con la que nuestro maestro la formulara, la pregunta en sí encierra la definición de un arquetipo al que, desde la perspectiva del que ostenta el poder, sería aconsejable que la mayoría de los ciudadanos se aproximasen o la tuviesen como espejo en el que mirarse a la hora de crecer como personas. Y, queramos o no, nos guste más o menos, estemos contentos o disgustados, todos somos distintos y somos fruto de nuestros genes y de la sociedad en la hemos nacido, nos hemos criado y hemos ido formándonos como personas individuales y colectivas.
Es bueno oír, y hasta escuchar, aquello que nos cuentan otras personas con otros genes y que han vivido y se han formado en otras sociedades con sus estilos de vida, su culturas, sus creencias y sus convicciones. También es bueno que, si tenemos afanes evangelizadores, hagamos el recorrido en sentido contrario y demos a conocer nuestros pensamientos, sentimientos y modo de ver la vida a otras personas. Lo que nunca puede se bueno y jamás puede justificarse es el hecho de intentar, cuanto más obligar, con subterfugios, imposiciones, por medio de la fuerza y haciendo uso de todo lo perverso que posee el ser humano, que todos sean como somos nosotros o que todos seamos como son los otros. Ni lo uno ni lo otro.
Que si no se es “morenito, sevillano y de ojitos claros” seguro que se poseen otras particulares que a aquél que las ostenta le hace sentirse orgulloso y satisfecho de ellas y con seguridad que son tan valorables y tan dignas de ser respetadas y tenidas en cuenta como las referidas en la frase que mi querido maestro nos decía con una finalidad que para nada tenía que ver con el posicionamiento que en estas palabras he tratado de expresar. Y no digo más.

Teodoro R. Martín de Molina. Julio-2005.