"Luces y sombras"
Es el nuestro un mundo de contrastes. Un lugar en el que lo que distingue es la distinción. La distinción del tipo que sea, una de ellas puede ser la que da título a este breve escrito: las luces y las sombras. Partamos del sentido literal del mismo para llegar a otros que pretenden ser más profundos aunque no sé si en el transcurso del discurso lo conseguiré plasmar o, por el contrario, todo se queda en un vano e inútil intento. Primero fueron los grandes almacenes y después, no podían quedarse atrás, los consistorios. Más adelante llegan las distintas comunidades, sociedades, peñas y demás etcéteras para, sin darnos cuenta, encontrarnos todos inmersos en el colorido, luminosidad y ambiente festivo que supone, un año más, la llegada de la Navidad. Ya hace unos cuantos días que el ayuntamiento de mi ciudad, de la tuya y de la de casi todos, dio el pistoletazo de salida a la Navidad con el alumbrado especial, yo diría que extraordinario, de calles y plazas. Y por aquí comenzamos. ¿Habéis notado alguna diferencia entre las guirnaldas luminosas, los haces y gavillas de luces blancas, azules, rojas o de mil colores que iluminan el deambular de los transeúntes? Me refiero a diferencias entre las de tu barrio, si es que vives en uno de ellos, y las del centro de la ciudad. Éstas se apiñan, casi se molestan unas a otras. Una calle del centro da la sensación de estar atiborrada de luminarias incandescentes que casi rozan el mal gusto. Si transitas por la periferia, no ya de la ciudad, sino del propio centro de la misma, vas notando como decaen los lúmenes, los puntos de luz. Las distancias entre guirnalda y guirnalda se van haciendo más y más largas, hasta que, una vez pasados un centenar de metros, el cielo de tu ciudad te devuelve al cotidiano gasto lumínico. Cuando llegas al barrio en el que vives, no digamos nada de aquellos en los que viven los marginados, que, aunque parezca que no, todavía existen, ves que cualquier parecido con lo que has ido dejando atrás es pura coincidencia. Da la sensación de que los ciudadanos de estos barrios no pagamos nuestros impuestos, que no tenemos igual derecho que los del centro de la ciudad, de los ya de por sí favorecidos por la buena situación en la que los pudieron dejar sus padres, abuelos y demás antepasados. Si esto ocurre con las luces navideñas, otro tanto ocurre cuando se trata del arreglo o mejora de cualquier aspecto de la calle: si es de un barrio, con un lavado de cara va que chuta, si se trata de una calle céntrica sólo en los concursos de ideas y proyectos se gastan más que en toda la ejecución de las obras de una calle de doble longitud y cuádruplo número de habitantes de cualquiera de los barrios de la ciudad. La vida de la ciudad en cuanto al dispendio de sus autoridades en ornamentación y adecentamiento es igual que lo que ocurre con tantas y tantas cosas que tratamos de enaltecer en estas fechas tan entrañables. Todo lo anterior no es más que una pobre metáfora de lo que sucede en muchas otras esferas, todo es transportable desde las ciudades a los países, hasta llegar al orbe completo, y desde los aspectos reseñados a cualesquiera otros del diario devenir. Siempre ha habido y parece que, por desgracia, habrá luces y sombras que separen y distingan a unos y a otros, a los de aquí y a los de allá, al norte y al sur… Aunque todos procedamos de la misma cepa, invariablemente existen los que hacen que esas diferencias se mantengan, cuando no que aumenten. Dicen que hubo un Loco, nacido hace más de dos mil años que predicó que todos éramos iguales; pero dicen también, y es un hecho contrastado y contrastable, que ni sus propios seguidores, bueno, los que se dicen ser sus seguidores, trabajan para que la Luz nos ilumine a todos por igual y que las sombras sólo estén donde deben de estar: en los abismos más profundos, en donde habita el maligno. Teodoro R. Martín de Molina. Navidad
de 2006.
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