LUCAS 6,28-38
No sé si los que leéis estas peregrinas disertaciones mías acostumbráis a asistir a misa; yo suelo hacerlo, aunque sólo sea los domingos. Voy a misa y procuro, en esa escasa hora que permanezco en el templo, reflexionar sobre aspectos que podrían parecer que no están conectados al día a día y que por tanto, en cierto modo, te alejarían de él, pero todo lo contrario: a mi parecer, el evangelio de cada domingo suele poner delante de ti las realidades más terrenales que a diario se presentan ante nuestros ojos. Y como muestra un ejemplo. El domingo anterior al comienzo de la Cuaresma, el VII (C) del tiempo ordinario, se leyó y comentó el que da título a estas palabras. No voy a recoger aquí al pie de la letra su contenido, pero sí quiero reflejar lo que para mí es lo fundamental del mismo y algunas frases tan contundentes que a muchos de los que nos autoproclamamos católicos y defensores de la doctrina de Jesús nos deben de resbalar, vistas las actitudes que vemos casi a diario, y sobre todo cuando de verdad toca poner en práctica lo que nos dice la Buena Nueva. No quiero dar lecciones a nadie, pues yo sería el primero que debería recibirlas, mas quiero que reflexionemos juntos sobre algunos aspectos del evangelio de Lucas. Pues bien, a mi entender, este evangelio recoge los principios del cristianismo: El amor y el perdón como esencias de la vida del cristiano. Nos habla el evangelista de que Jesús dijo a sus discípulos (a nosotros): “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen”. Más adelante nos refiere estas otras palabras de Jesús: “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?... Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis?...”. Ante algunos casos que están de actualidad, son muchos los que declarándose ateos, agnósticos, laicistas o anticlericales, nos dan ejemplo de poner en práctica la doctrina de Cristo a todos los que nos confesamos católicos, apostólicos y romanos, y usamos de modo tendencioso nuestros particulares púlpitos, habiendo o sin haber recibido las órdenes menores o mayores. Tampoco echan mano de la vieja ley del Talión del “Ojo por ojo y diente por diente”, con la que algunos de nosotros, si nos fuese posible, iríamos mucho más allá del ojo o del diente. A los que así actuamos, “Sepulcros blanqueados” nos llamó el propio Jesús en otro momento. Teodoro R. Martín de Molina.
Marzo, 2007
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