Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"LA VEJEZ Y OTROS ACHAQUES"
     
    Este artículo que ahora transcribo, lo escribí hace ya más de cuatro años. Lo publicó mi amigo José Miguel Montalbán en su, ahora escondido, The Trasnoche Times. Me atrevo a exponerlo a vuestra consideración pues creo que no ha perdido vigencia alguna a pesar del tiempo transcurrido y, pienso, viene bien a propósito del informe PISA y los comentarios en contra de nuestro sistema educativo vertidos desde la mayoría de los medios de comunicación por parte de todos los “sesudos” que se formaron con otros sistemas educativos tan denostados en aquellos tiempos por otros tan “sesudos” como éstos de ahora, que a su vez se formaron…
    También enlaza, en cierto modo, con mi anterior artículo del pasado día 14.
    El origen de este escrito fue un artículo publicado por una tal Guapetona (bonito pseudónimo) en el mencionado The Trasnoche Times, acerca de los “supuestos” errores (barbaridades) que los alumnos de instituto cometen en sus exámenes (de los cuales, por cierto, se pueden encontrar miles en cualquier antología del disparate), y de los jocosos, ocurrentes y malintencionados comentarios de los profesores que “supuestamente” los descubrieron. Rebusqué entre mis papeles y encontré lo que buscaba: el documento que en uno de los muchos cursillos o grupos de trabajo en los que he participado nos dio el ponente (probablemente uno de esos progres) sobre la vieja y decadente idea de la decadencia (valga la redundancia) de la educación y, evidentemente, de los educandos, nunca de los educadores.
    Las ideas que, sibilinamente y de modo simpático, transmitía Guapetona eran las que interesan a los políticos de turno para ir cambiando las distintas leyes de educación sin esperar, tan siquiera, a que la que esté en vigor pueda dar los posibles frutos para los que fue promulgada.
    Así ha ocurrido con todas las leyes que sobre el tema se han ido aprobando sucesivamente en nuestro país, siempre dependiendo del color político del gobierno de turno y los intereses particulares a los que cada uno de ellos defendía o defiende, casi nunca es por el tan cacareado “bien general”. Aunque, claro, bien vale distinguir entre los distintos “López”, no vayamos a confundir las “churras con las merinas” (aquí que cada uno arrime el ascua a su sardina).
    En este punto en aquellos momentos, hace cuatro años, nos encontrábamos con la Ley de Calidad que, bajo el pretexto de aumentar la calidad de la educación, lo que conllevaba era una marginación más del marginal y el favorecer aun más al favorecido por la providencia o por la fortuna (la elite es la elite, que diría un francés con francesas palabras). Eso era en pocas y elementales razones su último objetivo.
    Tras escuchar los argumentos de los políticos postulantes de la ley y de los docentes de su cuerda, daba la sensación que lo que no se toleraba era que todos los españolitos tuvieran “sus” oportunidades de igual manera y hasta la misma edad.
    Muchos de ellos añoraban, y añoran, la época en la que a los nueve años unos seguían los estudios de bachiller y otros se iban a cuidar cabras o a “aprender un oficio”; o la más reciente en la que los alumnos que llegaban al instituto lo hacían después de pasar por el cedazo del graduado escolar y sólo proseguían estudios aquellos que manifestaban, ellos o sus familias, una cierta aptitud y actitud, los demás... a la denostada F.P. o al subempleo. Y no saben todos ellos, algo que me parece imperdonable y que siempre se ha comentado en los corrillos de docentes: los alumnos buenos aprenden a pesar de sus profesores. Son los difíciles con los que el educador debe demostrar sus aptitudes y actitudes y, la verdad, eso cuesta Dios y ayuda, y no todo el personal está dispuesto a tales menesteres. A todos nos gustaría dar clases en una facultad, en los últimos cursos a ser posible, y tratar con alumnos totalmente motivados y capaces, en su mayoría, de rendir a un nivel al que a muchos de nosotros nos sería difícil, si no imposible, llegar. Mientras tanto, pagamos nuestra frustración despotricando, un día sí y el otro también, de los alumnos que pasan por nuestras aulas.
    En nuestra sociedad moderna se ha cambiado el adjetivo vocacional por el de profesional y poco tiene que ver el uno con el otro, y en la enseñanza no basta con ser un buen profesional (acepción en la que la palabra deja de ser adjetivo para convertirse en sustantivo y va un poco más allá que aquél), que ya sería mucho. Además de serlo... hay que echarle unas gotitas de ilusión, ánimo, alegría, entrega, etc, no basta con “ejercer la profesión con relevante capacidad y aplicación” (DRAE).
    Siempre encontramos motivos para la chanza a costa de las “barbaridades” de los alumnos como los que exponía en su artículo Guapetona, o con los ya manidos problemas de las patatas o de los remeros en la LOGSE, amén de los romances irónicos publicados en revistas sindicales, y otras múltiples formas de desprestigiar el sistema educativo del que todos formamos parte y que de, un modo u otro, nos guste o no, somos los docentes elemento fundamental de su funcionamiento.
Con el documento que voy a resumir a continuación, al que me refería al comienzo de este escrito, quiero que los lectores del Trasnoche… (hoy de La Gaceta de Gaucín) reflexionen un poco sobre lo que a mi modesto entender es una verdad de Perogrullo.
    El documento se titula: “La decadencia, una vieja idea”. En él se transcriben textos recogidos y reunidos por André Chervel y que fueron publicados en Ecole et Socialisme nº 30, junio 1984, y en Le Monde de L’éducation, nº 106, del mismo mes y año.
Porque sería muy prolijo no voy a recogerlos todos, solamente uno de décadas salpicadas: desde1820 a 1950, y algunas de las consideraciones finales.
        1820    “Hemos de confesar que a veces recibimos cartas o reclamaciones de individuos poseedores de ese título (el de bachiller) y cuyo estilo y ortografía brindan la prueba de una vergonzosa ignorancia” (CUVIER, presidente de la Comisión de Instrucción Pública, 1820).
        1835    “¿A qué se debe que una parte de los alumnos que han concluido sus estudios no puedan dominar su lengua materna y ni siquiera saber su ortografía?” (LACOMBE, Un coup d’oleil sur l’état actuel de l’enseignement en France, 1835).
       1858    “No hay uno solo que conozca siquiera el título de las principales obras de los trágicos antiguos y modernos” (OLLERIS, decano de Letras de Clemont, 1858).
        1864 “La mayoría de los trabajos no eran sólo mediocres e insuficientes sino malos y sobrecargados de faltas. De los 108 candidatos, divididos en 7 series aproximadamente iguales, 62 fueron de inmediato eliminados tras los exámenes escritos” (DABAS, decano de la Facultad de Letras de Burdeos, 1864).
        1886 “La ortografía de los estudiantes de Letras ha llegado a ser tan deficiente que la Sorbona se ha visto obligada a solicitar la creación de un seminario cuyo titular tendría como ocupación principal la de corregir los ejercicios de lengua de los estudiantes de la Facultad de Letras” (Albert DURUY, L’Instruction publique et la Démocratie, París, Hachette, 1886).
        1899    “Considero que las tres cuartas partes de los bachilleres no saben ortografía” (Victor BÉRARD, encargado de curso en la Sorbona, 1899).
        1901   “El diario Le Temps del 8 de marzo de 1901 publica una carta de un jefe de escuadrón que interroga cada año por escrito a 50 reclutas sobre nuestros desastres de 1870. de ellos, 30 no han oído hablar jamás de eso y 10 sólo poseen nociones muy vagas. Una quinta parte de los reclutas —sobre todo parisienses— sabe de la existencia de la guerra de 1870.
        1912     “Como ya no se practica el latín, cae en desuso la excelente frase francesa clásica” (P. ZIDLER, L’Enseignement du françise par le latin, 1912) .
        1929  “La enseñanza secundaria se ‘primariza’... Los alumnos de los institutos no saben ortografía ni poseen un vocabulario exacto y variado, ni conocimientos gramaticales, ni análisis lógico, ni método de exposición escrita u oral” (Paul LAUMONNIER, La Crise de la culture littérire, Burdeos, 1929).
        1937    “Cada vez que se hace un sondeo para saber qué está bien organizado en el cerebro de un joven, se siente uno confuso ante la pobreza intelectual de los alumnos o de los diplomados escolares y bachilleres superiores... Con los trabajos de un examen de bachillerato se haría un rico florilegio de majaderías” (Rector Jules PAYOT, La Faillite de l’ensegneiment, París, Alcan, 1937).
        1956    “La decadencia es real, no una quimera: es frecuente encontrar 20 faltas de ortografía en un mismo trabajo literario de los últimos cursos... El desorden de la escuela data realmente de la IV República” (Noël DESKA, Un gachís qui défie les reformes: l’enseignement secondarie, 1956).
        ...    Hasta nuestros días.
    ¿Nos suenan de algo estos o parecidos comentarios? Estos se refieren fundamentalmente a la rama de letras, pero son perfectamente trasladables referidos a las de ciencias o humanidades.
    El autor del documento hace algunas consideraciones finales como éstas:
    “¡Es preciso suponer la existencia de un auténtico ensañamiento contra la juventud para sostener con ese aplomo intemporal que la mejora patente de todas las ciencias y de todas las técnicas haya sido obra de hombres y mujeres cada vez más débiles que sus antepasados! Entre las esquirlas del sílex, el genio del hombre se mostraba en su apogeo; a través de la informática, la musicología barroca o la aeronáutica, sólo se expresan subhombres envilecidos por el secular descenso del nivel. Aquí reside, en efecto, el segundo aspecto de la paradoja: el discurso intemporal sobre el descenso del nivel permanece sordo y ciego a las evidencias que desmienten cada día su propio fundamento.”
    Después de exponer algunos de los avances más significativos, el autor nos dice “podría preguntarse si fueron los alumnos, cada vez más nulos a medida que se suceden las generaciones, los que engendraron todas estas maravillas técnicas en continuo progreso.”
    Concluye que la dimensión social de este juicio (el nivel y su descenso) es la gerontocracia: “Los mayores, midiendo a las generaciones jóvenes por el rasero, real o supuesto, de los rendimientos que pretenden haber logrado en la época de su juventud, llegan a la conclusión de la superioridad de los de más edad.”
    Y la verdad es que cuando nos ponemos a hablar de los jóvenes, incluso de nuestros propios hijos, en esos o parecidos términos es que hemos llegado, o estamos a punto de hacerlo, a una edad en la que se nos puede comenzar a llamar viejos, con toda razón y a pesar de que a muchos no les gusta la palabra.


    Teodoro R. Martín de Molina. 17, Diciembre, 2007

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