Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"LACRAS"

        La historia de la humanidad está repleta de fenómenos que de un modo u otro han supuesto situaciones lacerantes para una parte de la sociedad. A través de escritos históricos o ficticios –la ficción no es más que la realidad teñida por la pluma del autor de acuerdo con sus vivencias o conocimientos– sabemos de esos fenómenos a los que hemos dado en llamar “lacras sociales”. Los entendidos del tema dicen que son las manifestaciones de los vicios y enfermedades morales de la sociedad, y no creo que anden muy descaminados.
    Los que tenemos ya unos cuantos años somos conscientes de algunas de ellas en el entorno en el que hemos vivido y no es necesario que echemos la vista muy atrás para recordar, por ejemplo, los estados de desnutrición de niños, el analfabetismo, la incultura generalizada o las enfermedades que se cebaban con los más débiles e indefensos. De algunas de estas lacras, con mayor o menor esfuerzo, hemos conseguido zafarnos, otras, sin embargo, permanecen junto a nosotros quizás con mayor notoriedad pero con  la misma crueldad de siempre, como es el caso de la violencia de género.
    Hoy me quisiera referir a dos que aún no he mencionado y que, probablemente ya estén en vuestra mente. Desde que tengo conciencia social me traen a mal llevar y a ellas voy a dedicar este comentario breve: el paro y el terrorismo.
     A lo largo de las últimas décadas, tanto el paro como el terrorismo han pasado por altibajos varios y no han sido escasas las ocasiones en las que uno, en su ignorancia supina, pensaba que estábamos a punto de alcanzar el pleno empleo o sus umbrales y que el fin de la violencia terrorista estaba a la vuelta de la esquina, después de tantos años de muerte sin sentido, pero pronto las circunstancias cambiaban y lo que parecía dejaba de parecer y de nuevo nos volvíamos a encontrar en el punto de partida o casi.
    Ocurrió en los finales de los sesenta cuando el desarrollismo franquista y la emigración nos hicieron creer que todo el mundo tenía trabajo, lo único que hacía falta eran ganas de trabajar, se decía. Después vendría la crisis del petróleo de principios de los setenta y comenzaron a cerrarse fábricas y los emigrantes a retornar, con lo que de nuevo la lacra del paro y todo lo que conlleva, se volvió a instalar entre nosotros. Durante los primeros gobiernos democráticos las necesarias y varias reconversiones industriales elevaron el paro hasta altísimas cotas que poco a poco se fueron reduciendo hasta que al comienzo del nuevo siglo, auspiciado fundamentalmente por la burbuja inmobiliaria, el auge de los servicios y el aumento del empleo precario –personas trabajando unas cuantas horas y cobrando sueldos de vergüenza dando lugar a los llamados mil euristas, cuando tenían la fortuna de llegar a esa cantidad, que no eran, ni mucho menos, la mayoría–, parecía que el paro podía llegar a su fin.
    De modo parecido sucedió con el terrorismo. Los distintos intentos de acabar con él por medio de los llamados procesos de paz lo más que consiguieron fue el abandono de las armas de los miembros de la rama política de ETA en los finales de los setenta. Posteriormente vendrían los fracasos de los procesos de paz con los gobiernos de González y Aznar respectivamente. Siempre se tenía la esperanza de que ésa iba a ser la buena de verdad, para acabar siempre con un nuevo atentado que acaba con el proceso y con toda esperanza de alcanzar el final de la violencia terrorista.  
    Y si alguna vez pareció estar más cercano el fin de estas dos lacras sociales fue en la pasada legislatura. En su transcurso a los políticos en el poder, fundamentalmente al presidente Zapatero, se les calentó el pico más de la cuenta y casi nos convencen de que tanto el uno como el otro pasarían a formar parte del recuerdo y poco a poco iríamos olvidándonos de ellos. Los hechos nos vuelven a la realidad y aquí estamos de nuevo con casi tres millones de parados –virgencita que me quede como estoy–, y, no hace mucho, un nuevo muerto víctima de las pistolas de los asesinos de ETA –ya van cuatro en este año–.
    Siempre he sido consciente de que estos dos fenómenos, que por su prolongación a lo largo del tiempo y por el mal que provocan en toda la sociedad podemos considerarlos lacras, nunca podrán llegar a su fin porque, por un lado es bastante complicado que se consiga el empleo total, si no es a base de infra empleo y sueldos de miseria, algo que como en ocasiones anteriores será “pan para hoy, hambre para mañana”; por otro, respecto al terrorismo siempre habrá alguien dispuesto a reventar todo intento porque la paz reine entre nosotros haciendo detonar una bomba o provocando la muerte de un inocente por medio de un disparo en la nuca.
    Por eso no habría cosa que me hiciera más feliz, y conmigo pienso que a la inmensa mayoría de ciudadanos, que el hecho de que el paro en nuestro país se circunscribiera al de todos aquellos que tienen la violencia terrorista como única forma de trabajo. De ese modo con un solo deseo se cumpliría el de acabar con estas dos lacras sociales que tanto distorsionan a nuestro país.

Teodoro R. Martín de Molina. Diciembre de 2008
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