Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

INTUICIÓN

    Todos los que solemos dejar nuestro parecer grabado, de alguna manera somos bastante reacios a hablar sobre lo que pensamos que va a suceder. Es más cómodo hablar a toro pasado de los hechos acaecidos, con lo que nuestras disertaciones difícilmente serán erróneas por muy desatinadas que lo sean. No es fácil predecir el futuro, hacer de pitoniso, y menos cuando no se posee la información adecuada y todos los cálculos e hipótesis se tienen que basar en intuiciones más que en deducciones, como es mi caso.
    No obstante, voy a aventurarme a exponer mis previsiones cara al llamado proceso de paz, que tanta alergia produce a algunos como entusiasmo a otros. A fuer de parecer utópico y visionario, pienso que el fin de la violencia y el abandono de la lucha armada por parte de los terroristas de ETA está más próximo que lejano.
    El atentado de la víspera de Noche Vieja ha descolocado a casi todo el mundo y ha dejado perplejos a todos, incluso a los que lo estaban esperando y a los que dicen que ya habían advertido sobre el mismo. Sus mortales efectos, previsibles en todo caso, también han cogido a contrapié a la banda terrorista y a los que la obedecen a pie juntillas.
    La reacción cainita del principal partido de la oposición, el aparente atolondramiento del partido en el poder, las iniciativas nacionalistas, las declaraciones y comunicados del terror y sus anexos y la actitud demostrada por la mayoría de los ciudadanos, manifestada en las encuestas posteriores al debate del lunes pasado, me llevan a este discernimiento:
    La derecha está nerviosa porque percibe que el terrorismo se acaba sin que ellos estén en el gobierno, por eso hace lo imposible con tal de que se convoquen elecciones anticipadas cuanto antes por ver si llegara al poder y colgarse la medalla; mas, a pesar de todo, no se va a suicidar políticamente per saecula saeculorum, manteniendo esa actitud tan poco comprensible para una mayoría de los españoles.
    El gobierno está desconcertado porque entiende que la suya es una alternativa adecuada pero no sabe como venderla a propios y extraños, por lo que deberá forzar su imaginación para conseguirlo; además, seguro que guarda algunas bazas a cuyo conocimiento los demás no tenemos posibilidad de acceso.
    El nacionalismo vasco va a por todas porque no quiere ni puede (ni, a mi entender, debe) quedarse fuera de la foto y necesita del protagonismo en estos momentos como el pez del agua.
    Los abertzales están tratando de reconducirse porque se aperciben de que sus oportunidades se van acabando con cada uno de los finales de las treguas de la banda y se ven en la tesitura de pasar a la clandestinidad total o a la nada más absoluta, si no a los calabozos, que sería lo más probable.
    Los etarras, a pesar de sus bárbaras demostraciones de fuerza, se saben acorralados y controlados en casi todos sus movimientos y son también sabedores de que su única salida es la negociación para poder conseguir un tratamiento judicial y penitenciario, fruto de un nuevo horizonte sin violencia, más benigno con los legales, liberados y la mayoría de los que cumplen sus condenas en las cárceles españolas o francesas.
    Y..., el pueblo está cansado, hastiado de violencia física y verbal, de actitudes incomprensibles para el común de los mortales. De las medias tintas y de los titubeos, del no coger el rábano por las hojas y de una vez por todas dar los pasos necesarios para que este sin vivir acabe de una vez, utilizando para ello los métodos legales que sean, pero que esto desaparezca. Creo que a la ciudadanía, en general, le es indiferente el planteamiento del gobierno o el de la oposición, lo que anhela con todas sus fuerzas es que todos se pongan de acuerdo y que den con la tecla para que no volvamos a acordarnos por nunca más del tema que nos trae a mal vivir desde tantísimos años.
    Igual, al poco de que esto salga a la luz, cualquier otro atentado me hace ver el craso error por el que mis buenas intenciones hacen que se deslice mi pensamiento; no por ello, perderé la esperanza de ver cómo todo el arco parlamentario y los ciudadanos de a pie volvemos a las discusiones por éste o aquel otro asunto pero que nunca, nunca jamás, sea el terrorismo el motivo de tales controversias. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y a ella me vuelvo a aferrar.

Teodoro R. Martín de Molina. Enero, 2007

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