Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"GRATITUD A LA FIDELIDAD"
   
       Bueno, a los fieles y a los infieles, a los permanentes y a los esporádicos, pero no cabe duda de que ante todo y sobre todo a los fieles.
    Con estas modernidades tecnológicas y las herramientas gratuitas que nos proporcionan algunos servidores, tenemos la posibilidad de aproximarnos bastante a aquellos que son visitantes asiduos de nuestras páginas y si no llegamos a conocer exactamente quienes son sí podemos presumirlo, más o menos, y, a pesar de los errores en los que podamos caer por impericia o equivocados por quienes nos proporcionan los datos, podemos averiguar el lugar desde donde acceden a la web.
    Son varios los familiares que casi a diario se dan su garbeo por las novedades y que no dejan de leer cualquier primicia que se les ofrezca, algunos amigos también suelen visitarnos de vez en cuando ávidos por ver por dónde van los tiros con ocasión o motivo de tal o cual sucedido –¡Cuánto echo de menos a aquellos que ya han desaparecido para siempre!–. Son muchos los que nos visitan alguna vez y no vuelven a hacerlo hasta después de una prolongada vigilia. Y entre todos quiero resaltar a dos visitantes puntuales de los que desconozco todo menos el lugar desde el que, presumiblemente, nos visitan –si no nos engaña el contador de visitas.
    Están localizados en Emeryville (California) y en Dublín (Irlanda). Y la verdad es que me asombra que alguien tan distante y, tal vez, tan ajeno a todo lo que uno escribe, se tome la molestia de con una frecuencia –ya la desearía para los más próximos– casi diaria adentrarse en los intríngulis de la Gaceta de Gaucín. Supongo que existirá algún vínculo de paisanaje para que eso así suceda. También me da por imaginar que son personas que se han interesado por lo que aquí se publica sin tener relación alguna con lo que se escribe o con quien lo escribe, y que algún día se pondrán en contacto conmigo y me harán algún comentario sobre lo publicado. También, como fui transeúnte en Dublín durante los meses de dos veranos allá al principio de los setenta, me imagino que puede ser algunos de mis amigos irlandeses de aquellos años, tal vez Greg O’Neill, Miss Chamber, James, Peter, Peggy, Adam, o cualquier otro de los camareros, recepcionistas, cocineros o pinches, con los que compartí trabajo, penas y alegrías en el Avenue Hotel de Dun Laoire, cerca  de donde dicen que estuvo preso Joyce.
    Hoy en día, cuando la fidelidad anda arrastrándose por los suelos, el que existan amigos que se mantienen firmes en sus escarceos por los escritos de la Gaceta, me enorgullece enormemente y, aunque sé que el número es escaso, los tengo considerados con el mejor de los conceptos. Es por ellos, fundamentalmente, por los que me preocupo en mantener cierta variedad en la página y cuando pasa un tiempo sin que las haya, como ha sido el caso de este verano, me fustigo mentalmente por dejar abandonado a quien de forma tan generosa y gratuita dedica parte de su tiempo a leer estas menudencias.
    A decir verdad, el hecho de la escasez de novedades de este verano también se debe a un cierto tipo de fidelidad que no es otra que la que desde siempre mantengo respecto a lo que son para mí las vacaciones: un período en el que no dejo de trabajar, sólo cambio de actividad. Antes, siendo más joven, mis distracciones eran la agricultura, la albañilería, la carpintería y otros trabajos manuales que me hacían olvidar por completo todo lo que había supuesto el trabajo de un curso con mis alumnos. Cuando las capacidades físicas empiezan a flaquear hay que echar mano de las intelectuales para evadirse del trabajo de todo el año. Como quiera que ya casi se ha convertido en un trabajo físico esto de mantener mis páginas webs, es por lo que durante las vacaciones enfoco mis esfuerzos a crear sin publicar con acuciante o imperiosa necesidad –entre otros motivos porque en mi retiro alpujarreño no dispongo de la posibilidad de conectarme a Internet–. Así que fiel a ello me he dedicado a concluir una serie de relatos y a continuar con los versos de la segunda parte del Quijote, amén de anotar ideas y ocurrencias que en determinados momentos acudían a una ociosa mente como la mía.
    Este tipo de fidelidad también me hace sentir agradecido, aunque sea conmigo mismo, por mantener mis ideas incólumes, a pesar de que los contenidos o las manifestaciones externas de ellas puedan parecer tan distintas.

Teodoro R. Martín de Molina. Septiembre de 2007

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