Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

ENGAÑAMARÍA

Con esta palabra o expresión nos referíamos de pequeños a todo aquello que suponía un artificio, artimaña, o modo truculento que alguien utilizaba para hacernos ver o creer que lo blanco era negro, o convertir en verdadero lo que era falso de toda falsedad. El “engañamaría” que usábamos en nuestro vocabulario infantil en ocasiones concretas, con el devenir de los tiempos se ha convertido en una práctica generalizada en nuestra sociedad. Hoy me quiero referir a una de ellas, quizás a la que más me duele pues anda por medio la salud, tal vez nuestro bien más preciado.
Fueron muchas las personas de los años sesenta/setenta con problemas cardíacos que se pasaron buena parte de sus vidas creyendo que el aceite de oliva era nefasto para la salud y hubieron de andar recorriendo medio mundo para encontrar el de maíz que producían en el extranjero, que tuvieron que dejar de tomar sus pescados preferidos, casi todos azules, y pasarse a los llamados blancos, que la leche que tomaban era una en polvo que les producía unas diarreas de muerte, etc, etc. Estas personas se irían, las pobres, al otro mundo sin saber que todo aquello era mentira y que lo bueno para el corazón y para la salud en general era el aceite de oliva, el pescado azul y la leche enriquecida con “omega3”, entre otras cosas.
Todos los estudios en los que se basaban aquellas afirmaciones “científicas” y en las que se basan éstas de ahora, supongo que estarían y están avalados por sesudos expertos en la materia y no será todo cuestión del mercado y del mercadeo que con la salud de todos hacen las grandes multinacionales de la medicina, la farmacia, la alimentación y demás entes interesados en que los borreguitos vayamos por aquí o por allá según interese a sus intereses.
Todo esto viene a colación porque “según los últimos estudios científicos” eso del omega3, de los oligoelementos, bífidus, isoflavonas, y demás palabros, más o menos deslumbrantes, y siempre enigmáticos, para el común de los mortales, son pura superchería y no sólo no sirven para nada de lo que dicen servir, sino que incluso pueden ser perjudiciales para la salud.
Pocos son los productos alimenticios y las bebidas que no se anuncian como enriquecidos en tal o cual elemento que ayuda a regular el colesterol, eliminar peso, controlar la tensión arterial, regular el tránsito intestinal, rejuvenecer la piel, o algún otro gancho con el que hacer picar al incauto pececillo que somos nosotros los hipocondríacos y compulsivos consumidores. Y me pregunto yo la falta que le hará a un buen jamón que le pongan cualquier aditamento, o a un buen marisco que lo embadurnen con artificial salsa que le quite su auténtico sabor.
La ley del comercio es la que impera en este mundo nuestro y nosotros nos movemos a impulso de ella y de lo que nos dicta la publicidad secundada por medios de comunicación y buena parte de la clase científica, médica y política de cada época, todos ellos, directa o indirectamente, son también beneficiarios de lo que ayudan a propalar. Nos machacan día a día con las bondades o maldades de aquellos productos que interesan promocionar o sacar del mercado, cuando pasa un tiempo y los intereses cambian pues cambian los mensajes y todos tan contentos.
Yo que he sido fumador empedernido y que por consejo médico llevo cuatro años sin probar un cigarrillo, estoy casi convencido de que llegará el día en que me tire de los pelos por haber dejado de fumar, porque seguro que resultará, cuando le interese a alguna multinacional, que el tabaco será bueno para prevenir o curar éste o aquel mal, si no al tiempo.

Teodoro R. Martín de Molina. Abril-2006.

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