Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

En el país de Belén Esteban.

 

Llevo una temporada en la que cada vez se me hace más cuesta arriba ponerme delante del ordenador para tratar de recoger por escrito lo que se me viene a la cabeza sobre los asuntos de mayor o menor enjundia que suceden a nuestro alrededor. Unas veces porque los hechos van tan deprisa que a uno, que no está muy allá que digamos, se le acumulan y entremezclan las ideas y no llega a sacar alguna en claro, otras porque la constatación de la insignificancia de las propias opiniones hace que no me adentre más allá del simple esbozo del hecho en cuestión.  

Tengo pergeñadas las primeras líneas y algunas de las principales ideas que me gustaría comentar sobre el uso del velo islámico en nuestros centros escolares; el tema del tribunal constitucional y la “rapidez” que se está dando para resolver el asunto del estatuto catalán; la controversia suscitada al respecto en distintas esferas del poder y de los medios; las imputaciones a Garzón que le surgen por doquier como si uno de los mayores delincuentes del país se tratara; el machaconeo impenitente de los medios tratando de aumentar la “confianza” de los ciudadanos en la situación económica; las últimas novedades de la Gürtel, la defensa velada o explícita que hacen los dirigentes populares de los implicados; la bravuconería y desenvoltura con la que los elementos más retrógrados exponen sus ideas sin rubor alguno acompañadas de insultos varios a todo lo que no encaje en su pensamiento; el amilanamiento  de los que nos llamamos de izquierdas a los que nos cuesta exponer nuestras opiniones y manifestar nuestras opciones temiendo el chaparrón que se nos puede venir encima como si fuésemos culpables de algo; las declaraciones del ejecutivo anunciándonos una vez y otra la inminente salida de la crisis, la aparición de signos de recuperación o el haber tocado techo sin que nunca se llegue a producir lo predicho y tengan que volver a repetirse de nuevo; el catastrofismo de los de enfrente que no cesan en su intento por desacreditar al gobierno aunque de paso desacrediten a todo el país; cómo el “bendecido” mercado se están cebando con el euro, la zona euro y todo lo que no se ajuste a sus especulativos intereses; las reuniones que no sirven de nada porque no quieren que sirvan de algo; la frustración permanente ante el no pacto por sistema de aquellos que lo reclaman una y otra vez, ya pudiese tratarse de asunto trivial o de importancia; en fin, tengo escritas muchas líneas sobre todos estos asuntos que son de actualidad sin ganita ninguna de concluirlas.

Tampoco me preocupo demasiado del tema. No han de pasar muchos días para que estos u otros asuntos similares vuelvan a ser comidilla de mentideros políticos, debate en sesudas tertulias radiofónicas o televisivas, editoriales y comentarios de clarividentes columnistas y afamadas plumas, y uno, desde esta intrascendente tribuna, volverá a decir cuatro cosas que le salen de dentro que en poco variarán de lo que ya tenía medio entangarillado.

Si ahora no me pongo manos a la obra y finiquito lo comenzado es porque estoy muy ocupado viendo en la tele a los que hablan de Belén Estaban o a la propia Belén pontificando sobre asuntos de más trascendencia y que en realidad –¡qué sabremos nosotros!–, son los que interesan a la mayoría sociológica de este país nuestro llamado España. No puedo decir nombres ni asuntos porque son tantos que me es imposible recordarlos todos, en mi cabeza no cabe tanto personaje importante como desfila por los programas que mañana, tarde y noche componen la parrilla de las más populares cadenas televisivas y que sientan cátedra en todo y que además nos ilustran en el uso del lenguaje más académico o en las formas y modos más apropiados que de manera tan nítida  transmiten a los que los observamos atentamente, sin levantarnos el asiento. No hablemos de los eruditos razonamientos que los participantes en tales programas dejan como perlas para que el televidente salga fortalecido moral, espiritual e intelectualmente después de una sesión de esta impregnadora terapia.

Hubo un tiempo en el que a nuestro país se le tildaba de “país de pandereta” –quizás nos sigan considerando así todavía–, por nuestra supuesta tendencia a la diversión, el ocio, a lo banal y las supuestas pocas ganas de preocuparnos por lo que de verdad merece la pena, hoy es el día en el que visto lo visto, en la realidad política y mediática, no sabe uno muy bien cuál sería el apelativo por el que podríamos ser conocido con más propiedad.

La confusión me invade. Veremos si logro salir de ella.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 6 de mayo de 2010

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