Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"EL CAMBIO CLIMÁTICO"       

 

En estos días en que se está debatiendo sobre el asunto por los líderes y expertos mundiales en Copenhague, me he querido acercar a él desde la vertiente más cotidiana, desde la única en que lo puede hacer el común de los mortales.

           

            Aunque ya va siendo costumbre, no deja de asombrarme observar fenómenos tales como la flor del azahar poblando las verdes hojas de los alpujarreños naranjos en diciembre o las mediterráneas playas llenas de nativos y foráneos tomando el sol e incluso dándose un chapuzón en las mismas fechas.

            Muchas veces no sabe uno muy bien a quién creer, si a los que nos hablan de la hecatombe que se nos avecina con eso del cambio climático o a aquellos otros que hablan de que todo es un montaje y que no es tanto como nos lo quieren pintar los ecologistas y todos los que abogan por una disminución de los efectos perversos que el progreso, nuestro progreso, está produciendo sobre el planeta Tierra. Veremos por quienes me inclino.

            Aunque ya somos mayores, no tenemos tantos años como para que los recuerdos que tenemos sobre el clima puedan ser considerados como cuentos de vieja o paranoias. Echando un vistazo atrás, hace cincuenta, cuarenta o treinta años, la climatología de nuestra niñez en poco o en nada tiene que ver con la de hoy en día y ¿qué son esos años en la inmensidad de la historia de la Madre Tierra? Evidentemente la respuesta es, nada. Pues en ese corto espacio de tiempo, los que lo hemos vivido, bien podemos atestiguar que ni los inviernos son lo que eran, ni los veranos, ni ninguna de las estaciones; que el calor del Sol no es el mismo que era y que la forma de llover tampoco se le parece en nada, y así podríamos seguir hablando de los distintos fenómenos atmosféricos.

            Está visto y comprobado que las emisiones de CO2 y demás gases nocivos para la salud del planeta junto con la merma de los pulmones planetarios por mor de la tala indiscriminada de bosques por motivos o con fines especulativos, así como la no despreciable utilización de la celulosa en la fabricación del papel, hacen que esto del cambio climático se haga día a día más evidente.

            Y hablando de la fabricación del papel, a ello quiero referirme hoy, pues al salir de mi casa me he topado con las guías de la compañía Telefónica que son las que me han sugerido estos párrafos.

            Hace unos días que andan repartiendo por los edificios de nuestra urbanización las famosas guías telefónicas, las hoy llamadas páginas blancas y páginas amarillas. Pienso que en muchos casos los vecinos ya no pertenecen a la compañía Telefónica y algunos de ellos ni tan siquiera tienen teléfono fijo. Pues bien, independientemente de la compañía de teléfonos a la que estemos abonados, el repartidor ha dejado a la puerta de cada uno de los pisos un  ejemplar de los mencionados tochos; incluso en la puerta de aquellos pisos que están vacíos, allí están las dos guías.

            Alegremente se va repartiendo papel por aquí y papel por allá. Cuando paseas por la ciudad, desde la mañana temprano, te están ofreciendo papel: desde el periódico gratuito que te entregan en cualquier esquina o a la entrada de los edificios más característicos, a la propaganda de restaurantes, tiendas o cursos de esto o de lo otro. No hay día en el que en nuestro buzón no encontremos la propaganda correspondiente a las rebajas de tal o cual centro comercial o las últimas ofertas que nos tienen preparadas en cualquier establecimiento, de cualquier tipo, de nuestro barrio. De igual modo tenemos que deshacernos al llegar a casa de los papelitos con ofrecimiento de trabajos varios a domicilio, o de las ofertas remitidas por las cadenas más y menos nombradas de fast-food, que hemos subido intercalados con el correo que recogimos. Al revisar el correo nos encontramos junto a la escasa información que recibimos, fundamentalmente de los bancos, invitaciones varias a actos semi fraudulentos, cuando no fraudulentos del todo, y más páginas y páginas de propaganda de la propia entidad que nos comunica que nos han cargado tal o cual recibo.

            Los que somos funcionarios bien sabemos que cuando dejamos la casa y nos trasladamos al trabajo la cosa no mejora mucho que digamos, en ocasiones incluso empeora pues estas administraciones nuestras se empeñan en llenar los despachos, pasillos y estanterías de los centros de trabajo, en mi caso educativos, con multitud de volúmenes, pósters, pasquines, dípticos y trípticos, panfletos, comunicaciones e impresos a los que prácticamente nadie les hace caso y que en la mayoría de las ocasiones pasan a engrosar el inventario bibliográfico y los anaqueles de los departamentos o despachos –en muchos casos directamente a la papelera de reciclado–, sin que ni siquiera se le haya echado un vistazo. Anuarios, estadísticas, memorias de cualquier actividad, revistas, periódicos, comunicaciones y trabajos que si no fuese por la administración jamás se verían blanco sobre negro o en colorines, que de todo hay.

            Si esto es lo que nos mandan desde las distintas administraciones, instituciones y organismos, qué deciros de la producción propia, cuantos cientos y cientos de fotocopias inútiles se llevan a cabo en el transcurrir de los días, cuántas impresiones de documentos de Internet que no por imprimirlos llegan a ser leídos con más interés, en definitiva cuánto desperdicio de papel sin necesidad.

            Pues a este despilfarro de papel únansele los otros varios que cada día, y sin percatarnos prácticamente de ello, todos vamos propiciando desde nuestro ámbito privado o desde el de los poderes públicos. Desde la luz encendida sin necesidad, el uso del vehículo para casi todo, el abuso de elementos contaminantes al por mayor, hasta llegar a un sinfín de etcéteras, que hacen que ya sea normal, como decía al principio, ver a la gente bañándose en nuestras playas un 6 de diciembre, cuando no hace tanto que en tales fechas  no había quien se atreviera a salir de casa sin una buena pelliza o abrigo con que mitigar el lógico frío de la época, o ver en flor a los frutales que deberían esperarla hasta la primavera.

            Probablemente, con total seguridad, nosotros no lo veremos pero, de seguir así, no es extraño que al mundo, tal y como lo conocemos, a no mucho tardar se le pueda aplicar el refrán aquel de: “Entre todos lo mataron y el solito se murió”

            No sé si seremos conscientes de que en tal caso, todos nos vamos con él: nosotros o nuestros descendientes.

 

Teodoro R. Martín de Molina. Diciembre de 2009

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