Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

El capital

 

¿En manos de quiénes estamos? La respuesta es bien sencilla: del capital. No hay que estrujarse mucho los sesos para llegar a esta conclusión. Es algo que día a día lo vemos con claridad meridiana y que lo asumimos como una fatalidad más a la que estamos abocados queramos o no queramos.

Es el capital el que decide sobre el devenir de los países y sus ciudadanos y, como es natural, está en muy pocas manos y, al parecer, con muy pocos escrúpulos. El capital tiene una conciencia que no entiende de justicia social, que no entiende de solidaridad y que lo único que persigue es seguir engordando su bolsa pese a quien le pese y caiga quien caiga. Eso sí, tiene mucho cuidado a la hora de seleccionar a las víctimas. Como gran depredador que es, se ceba en los más débiles a los que él mismo ha conducido a su debilidad con sus exigencias y las leoninas condiciones de sus supuestas ayudas. A los más fuertes, aunque sea consciente de que su salud tampoco es muy boyante, los deja tranquilos no vaya a ser que en los estertores de la despedida una de sus dentelladas pueda causarle más daño de lo maquiavélicamente calculado. Lo podemos comprobar en nuestra vida ordinaria: si eres pobre, aunque debas poco, los acreedores se ceban en lo poco que te queda hasta dejarte sin nada, si eres potentado, aunque debas mucho, esos mismos acreedores te ponen alfombra roja y te hablan de usted para arriba, te dan palmaditas en la espalda y todas las facilidades del mundo, llegando a dorarte la píldora hasta la nausea.

Ésta en la que estamos es una crisis que la sufrirán –que la están sufriendo–, sobre todo, las clases trabajadoras y que ha sido provocada por el capital especulativo que, paradojas de la vida, parece ser que es el encargado de sacarnos de la misma.

Cuando se produjeron los primeros indicios de la crisis por causa de las llamadas hipotecas basura de las cajas y bancos americanos, prestos salieron los gobiernos de todas las naciones al rescate de las entidades financieras y nos prometieron un reorganización del sistema con el fin de que no se volviesen a producir los perversos efectos que aquello de las subprimes nos dejaron en todo el llamado mundo civilizado, medidas que a día de la fecha todavía están por verse.

La posterior quiebra de algunos de los más importantes bancos americanos y europeos no representó en ningún momento alerta o alarma previa para todos las agencias de calificación, bien al contrario, tenían catalogadas en el máximo índice de solvencia a las entidades que al poco hicieron ”crack” y después, sin pérdida de tiempo, prestas estuvieron las administraciones públicas americanas y europeas para socorrerlas sin pedirles sacrificios previos y sin aumentar la angustia de sus impositores y mucho menos de sus consejeros.

Hoy, cuando Grecia está con el agua al cuello y a los demás países del sur nos llega más arriba del ombligo, las mismas agencias, los mismos especuladores y los mismos gobiernos que en su momento no se apercibieron del desastre que se nos venía encima, echan una mano al hombro de los tales países por ver si se hunden un poco más y de camino sacar mayor tajada de los males de los más débiles.

Los mismos que tanta prisa se dieron en salir en socorro de las entidades financieras, unas de las máximas responsables de toda la crisis, son los mismos que se muestran tan rácanos a la hora de ir en la ayuda de los países con más dificultades, caso de Grecia, a la que entre la Sra Merkel, las agencias de calificación y los mismos que le tienen que prestar el dinero la están colocando en una situación tal que cuando salgan de ésta, sabe Dios cuándo, todo lo que ganen tendrá que ser para sus acreedores, así tendrán nuevamente en sus manos, por un período indeterminado, a un país para manejarlo a su antojo y conseguir pingües beneficios a costa del que sufre, que en definitiva son los ciudadanos más débiles de ese país, porque como decía aquel pueblerino ilustrado “los langostinos “mos” los vamos a seguir comiendo los “mesmos” ”. Las exquisiteces siempre estarán a la mano de los mismos de siempre. Haya crisis o no ellos seguirán  igual porque siempre habrá otros en peores circunstancias que serán los que paguen el pato de todos los desmanes del gran capital.

Mientras todo esto sucede, aquel gordo vestido de media gala con el pecho lleno de condecoraciones, con una bolsa repleta con el símbolo del dólar en una mano y el puro, casi tan gordo como él, en la otra que aparecía en los tebeos y otras viñetas humorísticas antiguamente, seguirá echando humo por la boca al tiempo que el desgraciado que está debajo de su brillante zapato de charol no alcanza a coger la colilla que humeante se va convirtiendo en cenizas.

Cosas del capital.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 2 de mayo de 2010

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